Felipe Calderón al diván

Felipe Calderón al diván
Sobre Pemex, una vez más
Ahora, venta de acciones

Carlos Fernández-Vega / México SA


El inquilino de Los Pinos está obsesionado con la privatización del petróleo mexicano. Es un caso de diván. No tiene otra idea en materia económica –que sin duda es política– más que la desincorporación plena de la única riqueza que a la nación le han dejado cinco fallidos cuan retorcidos gobiernos neoliberales al hilo, los mismos que en tres décadas desmantelaron el aparato productivo del Estado para traspasarlo alegremente al capital privado (léase a los amigos del régimen), porque él sí sabe cómo hacer las cosas. Despojaron a los mexicanos, y a cambio les prometieron el primer mundo, aunque en los hechos la economía no pasa del 2 por ciento anual y el bienestar social es ostentosamente inexistente.

Una vez más de viaje por el extranjero (aunque en esta ocasión no de contenido sacro), Felipe Calderón aprovechó su estancia en Nueva York para anunciar lo que está obligado a divulgar aquí en primerísima instancia: debe considerarse la venta de acciones de Pemex como parte de un proyecto de ley que planeo presentar para modernizar a la compañía y aumentar la producción. En una entrevista con la televisión de Bloomberg, dijo que la nueva legislación que se propone presentar al Congreso –cuando éste retorne en septiembre– tratará de que Pemex tome pautas de Petrobras o la noruega Statoil. Mi plan es tratar otra reforma legal con el fin de modernizar Pemex en forma similar a lo que Petrobras hizo hace diez años. Va a ser difícil, pero creo que se está moviendo la percepción de la opinión pública de lo importante que es la modernización de la empresa (La Jornada, Claudia Herrera).

Como sus cuatro antecesores en la residencia oficial, el susodicho no le encuentra otro sentido a sus no pocos viajes internacionales (salvo el del Vaticano) que no sea el de vender lo que queda del país. No tiene mayor pronunciamiento que no sea el de merolico del Centro Histórico (“pásenle, pásenle…. bara, bara”), fiel seguidor de aquellos periplos de Vicente Fox (o de Zedillo, Salinas y De la Madrid), quien antes de saludar ya estaba vendiendo el petróleo mexicano o lo que se le ocurriera, con o sin autorización del Legislativo. Si él vendía coca-colas, por qué no petróleo, energía eléctrica, minas, carreteras o lo que sea. Y en esa misma lógica gerencial se mueve Felipe Calderón, sin importarle que no le pertenezcan los recursos que quiere colocar entre los sagrados inversionistas que sí saben cómo hacer las cosas.

No dejaron nada, prácticamente, salvo el oro negro, pero van por él. En el balance, De la Madrid reclasificó la petroquímica; Salinas partió en cuatro a Pemex para facilitar su desincorporación, derrumbó barreras en el sector eléctrico y comenzó el reparto minero entre el gran capital; Zedillo inventó los Pidiregas, abrió el gas natural e inició los permisos de cogeneración eléctrica; Fox reinventó los contratos de servicios múltiples y metió el acelerador en el otorgamiento de dichos permisos, y Calderón pugna por dar seguridad jurídica a los inversionistas privados en el sector energético, inventó los bonos petroleros, insiste en la transición energética, echó a caminar los contratos incentivados y ahora va por la venta de acciones de Pemex. Todos justificaron la apertura en aras de la modernización, y enfocaron sus baterías a favor de la privatización del sector energético, y si bien no lo lograron a plenitud, mucho es lo que avanzaron. Pero el actual inquilino de Los Pinos, obsesionado, se quiere llevar la medallita.

Y como acontece cada que se conoce una nueva intentona por privatizar el petróleo nacional, de la nada se divulga en los medios que Pemex cerró con pérdidas tal ejercicio fiscal, con lo que la paraestatal, según esa versión, resulta un barril sin fondo en materia de pérdidas, ergo, hay que privatizarla. La realidad, sin embargo, es totalmente distinta: Petróleos Mexicanos es una de las empresas más rentables del mundo, amén de indiscutible pilar de las finanzas nacionales. Y éste, precisamente, es el punto: ninguna empresa, pública o privada, puede sobrevivir con impuestos superiores a sus ganancias; ni una sola en el planeta puede mantenerse en pie si el fisco le retiene 100 por ciento de sus utilidades, y además la obliga a pagar un pilón que se cubre con endeudamiento.

Pemex no es un barril sin fondo; sí lo es la Secretaría de Hacienda. La exprimida paraestatal ha sido obligada a cubrir impuestos por un monto superior al que año tras año dejan de pagar los grandes empresarios beneficiarios de los regímenes tributarios especiales. Pemex cubre los huecos fiscales que Ejecutivo y Legislativo gentilmente abren a favor del gran capital, y a ese ritmo nadie aguanta, por muy bien parado que esté. La SHCP, autorizada por el Congreso, llega y arrasa: se lleva absolutamente todo el rendimiento de la paraestatal, y lo que no tiene también. Por ejemplo, al cierre de 2010 los rendimientos petroleros antes de impuestos –la ganancia– superaron los 650 mil millones de pesos. Todos se los embolsó Hacienda, más 50 mil millones de pilón que la paraestatal obtuvo por medio de endeudamiento. Y lo mismo sucedió en 2009, 2008, 2007, 2006, etcétera, etcétera. ¿Qué empresa aguanta un ritmo así?

De acuerdo con la estadística gubernamental, en el periodo 1998-2010 (de Zedillo a Calderón) el gobierno federal se embolsó hasta el último centavo de los rendimientos petroleros obtenidos, más el famoso pilón: casi 6 billones de pesos. En ese lapso tales rendimientos (antes de impuestos, derechos y aprovechamientos) se multiplicaron casi por cinco, al pasar de 140 mil millones en 1998 (el peor de los años en lo que se refiere a precio internacional de la mezcla mexicana de exportación) a poco más de 650 mil millones en 2010, y todo se lo llevó Hacienda.

Alrededor de 95 por ciento de dichos rendimientos petroleros se obtuvieron en los dos gobiernos panistas, con precios petroleros internacionales de excepción. ¿Dónde quedó ese dinero? ¿En qué se gastó? De acuerdo con la Auditoría Superior de la Federación el grueso se canalizó a gasto corriente, especialmente a nómina burocrática. Espeluznante, pero el obsesionado Calderón asegura que no hay recursos y es necesario privatizar.

Las rebanadas del pastel

¿Fue chiste? Asegura Alejandro Poiré, secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional, que han sido exitosos el trabajo y la estrategia anticrimen del inenarrable Genaro García Luna. Qué bueno, porque entonces ya no hay pretexto para mantener al Ejército y a la Marina fuera de sus cuarteles en funciones de policía.

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