Desconfianza

Martha Anaya / Crónica de Política

Carlos Castillo Peraza miró como nadie las profundidades de Felipe Calderón. Apenas unas semanas después de que Calderón asumió la presidencia del PAN, el yucateco le escribió una carta en la que le advertía a su pupilo:

“Tu naturaleza, tu temperamento es ser desconfiado hasta de tu sombra. Si te dejas llevar por ése, entonces no te asustes de no contar ni con tu sombra: ella misma se dará cuenta que es sombra, pero que no es tuya; será sombra para sí, no contigo, no tuya.”

Las líneas las escribió Castillo Peraza el 8 de mayo de 1996. Hace quince años.

Tres lustros después, Felipe Calderón no da muestras de haber cambiado. Su “desconfianza” se hace presente una y otra vez, no le abandona. Salta cada vez que no se está de acuerdo con él, o se le cuestiona.

Así ocurrió con la marcha por la paz a la que convocó Javier Sicilia. Todavía no salía el contingente de Cuernavaca y ya el Presidente de la República reprochaba y denigraba a los marchistas:

“Ante ese enemigo (la criminalidad), hay quienes, de buena o mala fe, quisieran ver a nuestras tropas retroceder, a las instituciones bajar la guardia, y darles simple y llanamente el paso a esas gavillas de criminales”.

Visión falsa. Discurso maniqueo. Empujada sin duda por aquel demonio que Castillo Peraza vislumbró en sus entrañas: la desconfianza.

Pero ese avatar no sólo hizo presa de Felipe Calderón. Se muestra también en algunos de sus colaboradores cercanos y se hace patente en sus mensajes.

Alejandro Poiré, vocero de seguridad, es interrogado sobre la petición de renuncia del secretario de Seguridad Pública que hizo Sicilia en el zócalo. Su respuesta, antes que otra cosa, hace una distinción entre aquellos que acudieron a la marcha “de buena fe” y lo que no:

“Compartimos plenamente en anhelo de paz y seguridad, con justicia, que anima a todos, quienes de buena fe asistieron a la marcha del día de ayer y de días pasados…”, dice Poiré, antes de cubrir de elogios a Genaro García Luna.

La sombra de la desconfianza hacia los asistentes va por delante.

Su desconfianza la extienden –y se extiende– a los medios, a un buen número de comunicadores:

¿Por qué exigió Sicilia la renuncia de García Luna?, se preguntan. Hay quienes incluso hablan de un “chantaje” por parte del poeta, o vislumbran el apoderamiento del movimiento ciudadano por “profesionales de la violencia”.

Del otro lado, del ciudadano, también hay desconfianza. Desconfianza en el gobierno, en sus instituciones, en su administración de justicia, en sus policías. Desconfianza nacida de la vivencia cotidiana que aquella tarde en la Plaza de la Constitución cobra voz en miles de víctimas de la injusticia y la impunidad.

Sicilia, sabiendas también de que las autoridades no escuchan su voz, demanda una señal explícita por parte del gobierno de que los están escuchando: Pide la renuncia del secretario de Seguridad Pública.

Su desconfianza hacia el gobierno –es ya la cuarta marcha por la paz, van cuarenta mil muertos, se convoca a diálogo tras diálogo y no hay cambio de estrategia—fuerza al gobierno a una respuesta inequívoca. No le deja lugar a la ambigüedad.

En las altas esferas se desgarran las vestiduras. Miran peligros, les asaltan los demonios.

No hayan cómo responder. Calderón evita mencionar el nombre de García Luna. Poiré ensalza sus “logros” pero evitar responder claramente si renunciará o no García Luna.

Convocan ambos al “diálogo” a los organizadores de la marcha. Intentan devolverlos al terreno pantanoso de los “diálogos” para escuchar sus razones y dejan en el aire –al buen entendedor– la respuesta de Poiré a su petición. Al estilo cantinflesco pero afinado en Harvard: ni sí ni no; aunque más parece un no, pero quien sabe, a lo mejor.

En medio de la desconfianza, pues, se mueven unos y otros. Sicilia intentó romperla con su petición. Calderón le miró con desconfianza.

Comentarios