Corrupción, llave del narcotráfico

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Felipe Calderón Hinojosa, presidente de todos los mexicanos, padece de un serio problema que le impidió acercarse a la gente, articular sus políticas públicas con el respaldo de sus gobernados, instrumentar las reformas necesarias para la transición, apoyado por todas las fracciones parlamentarias del Congreso de la Unión. Es excluyente, es sectario, el desprecio y fobia que sufre por el PRI y Andrés Manuel López Obrador obnubilan su inteligencia política, le impiden imparcialidad.

Esa debilidad humana en él incontrolable, le negó la posibilidad de ser el presidente del empleo, lo inclinó a convertir en política pública el aplastamiento total de los enemigos de la sociedad, sus enemigos: los narcotraficantes, lo que significaron en el pasado y lo que representan hoy, en medio de una guerra cuyos costos globales no ha querido detenerse a analizar.

En una mezcla de tozudez y ceguera insiste en que no hay otra solución como la que ha costado, hasta el momento, 40 mil vidas; no quiere escuchar y no escuchará otros razonamientos ni diferentes opciones. Responderá políticamente al Movimiento por la Paz con Dignidad encabezado por Javier Sicilia, pero no dará su brazo a torcer, se mostrará incapaz de reconocer que, como todo ser humano, es susceptible de error, y es posible enmendarlo.

Insiste que no hay más ruta que la por él indicada, hace oídos sordos a la realidad, a esa verdad que indica que no puede haber narcotráfico si antes no hay corrupción, esa terrible e impune corrupción gubernamental que creció, lo dicen las estadísticas, en los gobiernos tutelados y encausados por Acción Nacional, precisamente cuando en sus campañas políticas él y Vicente Fox prometieron desterrarla, permanecer con las manos limpias.

Los barones de la droga pueden operar como Pedro por su casa, precisamente porque en los tres Poderes y a todos los niveles inoculan miedo o compran conciencias, aseguran que su negocio funcione y el dinero negro que produce sirva, al menos, para aliviar la miseria de las comunidades que les dieron origen y en la actualidad los protegen, los encubren, como los partidos políticos hacen con los suyos, con esos descarriados arrogantes que han sido sorprendidos con los dólares en las manos pero, como en las peores épocas del estalinismo, ya fueron rehabilitados.

Transparencia Mexicana, institución presidida por Federico Reyes Heroles, a quien no pueden acusar de parcial y de mal informar, reportó que esta aterida patria pasó de 197 millones actos de corrupción en 2007, a 200 millones en 2010, y por cada mordida en promedio, los corruptores desembolsaron de 138 pesos a 165 pesos.

Se sostiene en el reporte, que durante 2010 el costo económico de la corrupción aquí, rebasó los 32 mil millones de pesos, 5 mil millones de pesos más a diferencia de 2007, de acuerdo con el Índice de Corrupción elaborado por esa Institución.

Estos actos de corrupción representaron un impuesto adicional de más de 14% sobre los ingresos promedio de los hogares mexicanos, y hasta el 33% de sus ingresos para quienes reciben un salario mínimo. En opinión de Roy Campos, no importa el partido político que gobierne, los actos de corrupción se presentan en todas las entidades.

Este es el verdadero problema: la corrupción inducida por los barones de la droga, en apariencia indetectable e incuantificable. El 'plata o plomo' es la llave que inutiliza las cerraduras de todas las puertas que necesitan abrir. Acabar con la impunidad favorecida por los corruptores no puede hacerse a sangre y fuego, sino con inteligencia, con investigación, con voluntad política, pero es lo que falta al presidente Calderón en este caso en particular.

No puede insistir en el argumento de que no hay otro camino, pero como el dinero negro siempre es útil para el ejercicio del poder, pues quién sabe cuáles serán las decisiones que se tomen. Por ejemplo, un ex secretario de gobierno del Distrito Federal me cuenta, con pelos y señales, que el dinero ilegal que se mueve en las calles de la ciudad y del cual disponen los diferentes niveles de autoridad, asciende a 30 mil millones de pesos anuales. Las cuotas, me confió, son por todo y para todo. Es posible que haya exagerado, pero qué tal si no.

¡Claro que la guerra al narco puede desescalarse! Si lo hacen en la medida en que se cierran las llaves de la corrupción, es posible y probable que el narcomenudeo disminuya y, al mismo tiempo, desciendan los índices de narcodependencia. Al combatirse la corrupción, habrá menor contrabando de armas a México, bajará la violencia.

A la disminución de la violencia debe corresponder creación de empleos y crecimiento de los niveles de bienestar, pues con la cantidad de armas -tan modernas- que circulan por todo el territorio nacional, si el gobierno es incapaz de responder a las expectativas de la sociedad, pueden surgir organizaciones clandestinas, del tipo de aquella denominada Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, que trajo en jaque al gobierno de Uruguay por cerca de cinco lustros.

Fácil, así fácil, fácil, no la tienen quienes aspiran al poder ni los administradores de los poderes fácticos. Han hecho, los gobiernos del PAN, hasta lo imposible para favorecer los intentos de desestabilización política y la radicalización de las ideologías y las respuestas de la sociedad por encima de la ley.

Dejen las particularidades partidistas de lado y gobiernen para todos, sumen y no dividan, escuchen y ofrezcan respuestas viables y sensatas, pues de lo contrario la violencia irá a peor, como ahora ocurre en Juárez por haber dejado de lado los asesinatos de mujeres, por no haber dado respuesta oportuna a los reclamos sociales. Todo el territorio nacional puede ser como Ciudad Juárez y, entonces sí, que a todos nos agarren confesados o, al menos, con los testamentos hechos.

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