¿Capitalizar? No, privatizar
Los beneficiarios aplauden
Pemex, la banca y los Cap’s
Carlos Fernández-Vega / México SA
La más reciente obra teatral del inquilino de Los Pinos (intitulada obsesión) tuvo su primer acto el 9 de mayo de 2011 en la ciudad de Nueva York, cuando anunció la venta de acciones de Petróleos Mexicanos, algo, dicho sea de paso, totalmente ilegal. El segundo acto lo encabezó el propio Felipe Calderón con el sector empresarial (es de suponer qué tipo de empresarios) el pasado viernes, cuando el primero reiteró tal venta y los supuestos representantes del segundo aplaudieron a rabiar la brillante idea del autodenominado Churchill autóctono, no sin antes proponerle que de plano bursatilice (coloque acciones en el mercado de valores) a todas las empresas del Estado para aprovechar los ahorros acumulados en el país, principalmente de pensiones y seguros (que no son de los empresarios, sino de los trabajadores). Y todos ellos esperan el tercer acto, en el que el Legislativo tendrá el papel protagónico.
De hecho, uno de los más oscuros cabilderos de los grandes empresarios que operan en el país, Claudio X. González Laporte, presidente del Comité de Estrategia del aún más oscuro Consejo Mexicano de Hombres de Negocios (la mafia empresarial congregada en ese organismo), dijo que la citada “es una buena alternativa para hacer eficientes a las paraestatales… se tendrán que buscar las empresas que requieran ese tipo de apoyo, además de imprimirles disciplina y rigor de los mercados y la gobernanza que exigen, para que sean efectivas, eficientes y productivas”.
Acostumbrados a no arriesgar un solo centavo propio, los grandes empresarios (los clientes predilectos en la venta de garaje que ha significado la política privatizadora) se aprestan a seguir con sus pingües negocios a costillas de los ya escasos bienes de la nación que sus gerentes en Los Pinos no han terminado de desincorporar, como suelen llamar a la descarada privatización. Así, esperan que el autodenominado gobierno les entregue las paraestatales que quedan (Pemex y CFE, fundamentalmente) sin invertir un peso en infraestructura, con un mercado garantizado, con precios y tarifas de ensueño, y por medio del mercado de valores para que los impuestos los paguen otros. Negocio dorado.
Felipe el obsesionado no quiere dejar Los Pinos sin antes meter a Pemex una bala en la nuca. Vicente Fox no pudo hacerlo, por mucho que lo intentó de la mano del sector bursátil del país (integrado por los mismos que prácticamente se quedaron con lo mejor de la privatización de empresas del Estado). En noviembre de 2004, a solicitud expresa de los empresarios de la Bolsa, el de las ideas cortas y la lengua larga pretendió bursatilizar Pemex y la CFE por medio de cambios a la Ley del Mercado de Valores, los cuales, entre otras cosas, legalizaban la emisión de certificados de aportación patrimonial (Cap´s) hasta por 20 por ciento del valor de ambas paraestatales. El Congreso no lo autorizó.
Meses después, en febrero de 2005, el entonces director de Pemex, Luis Ramírez Corzo, propuso que inversionistas privados participaran en la capitalización de la empresa con una proporción que podría llegar hasta 20 por ciento del valor total de la paraestatal. Para ello propuso un instrumento de inversión que denominó títulos con derechos económicos, algo similar a los certificados de aportación patrimonial propuestos en la fallida nueva Ley de Mercado de Valores de Fox e idénticos a los utilizados por el gobierno del ex presidente Miguel de la Madrid para reprivatizar 34 por ciento del capital de la banca expropiada en septiembre de 1982.
Tales valores, explicó Ramírez Corzo en aquella oportunidad, serían ofrecidos a través del mercado accionario. Los compradores obtienen como garantía una parte proporcional al valor del título del capital de la compañía, y esta opción es una posibilidad de inversión para los mexicanos. No hacerlo es estar negando una posibilidad para Petróleos Mexicanos de sanear sus finanzas y para el pueblo mexicano de tener una inversión sana y rentable, según el citado ex funcionario. Tampoco fue aprobado por el Congreso.
Ahora llega Felipe Calderón y quiere (ilegalmente) vender acciones de Pemex. De inmediato le aplauden los mismos que en 2004 celebraron las (fallidas) modificaciones a la Ley del Mercado de Valores, que en 2005 se congratularon por la (fallida) propuesta de Ramírez Corzo, y, en fin, los que se quedaron con la tajada más suculenta de la privatización de las empresas del Estado en tiempos de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. De nueva cuenta aplauden, porque todavía exigen un filón adicional con la presunta bursatilización de todas las empresas del Estado (que son dos).
En efecto, todas las empresas del Estado se limitan a Pemex y la CFE. Lo demás ya no existe. Sólo esas dos. Resulta suficiente revisar la relación de entidades paraestatales que la privatización ha dejado vivas: de las 205 reconocidas como tales por la Secretaría de Hacienda, el grueso son institutos, colegios, hospitales, centros especializados, fideicomisos y entidades en proceso de desincorporación. No se ve por dónde le pueda interesar al gran capital, a menos que les resulte atractivo bursatilizar a los Talleres Gráficos de México, el DIF o el Fondo de Cultura Económica. Quedaría también ASA, pero sería un pésimo negocio para ellos, pues ya son dueños de todos los aeropuertos del país.
Entonces, eso de bursatilizar a todas las empresas del Estado no sólo es un pésimo chiste, sino una descarada mentira: van por Pemex y por lo que resta de la CFE. Llámese venta de acciones, certificados de aportación patrimonial, títulos con derechos económicos o como se quiera, el objetivo es privatizar a esas dos sobrevivientes. Miguel de la Madrid utilizó el mismo mecanismo para regresar la banca estatizada a manos privadas: comenzó con 34 por ciento del capital social a principios de 1987, por medio de los citados Cap’s; a comienzos de octubre de ese mismo año su precio se había incrementado 600 por ciento, tras una feroz especulación en el mercado de valores. Los poseedores de tales valores no eran otros que los ex propietarios de la banca expropiada, quienes utilizaron sus casas de bolsa para tal fin. ¿Y la capitalización de la banca? Brilló por su ausencia. De ahí a la privatización plena de las instituciones bancarias sólo transcurrieron tres años, cuando tales ex propietarios acumulaban 60 por ciento de los Cap’s.
Las rebanadas del pastel
Y ahora quieren capitalizar a Pemex. ¿En serio?
Los beneficiarios aplauden
Pemex, la banca y los Cap’s
Carlos Fernández-Vega / México SA
La más reciente obra teatral del inquilino de Los Pinos (intitulada obsesión) tuvo su primer acto el 9 de mayo de 2011 en la ciudad de Nueva York, cuando anunció la venta de acciones de Petróleos Mexicanos, algo, dicho sea de paso, totalmente ilegal. El segundo acto lo encabezó el propio Felipe Calderón con el sector empresarial (es de suponer qué tipo de empresarios) el pasado viernes, cuando el primero reiteró tal venta y los supuestos representantes del segundo aplaudieron a rabiar la brillante idea del autodenominado Churchill autóctono, no sin antes proponerle que de plano bursatilice (coloque acciones en el mercado de valores) a todas las empresas del Estado para aprovechar los ahorros acumulados en el país, principalmente de pensiones y seguros (que no son de los empresarios, sino de los trabajadores). Y todos ellos esperan el tercer acto, en el que el Legislativo tendrá el papel protagónico.
De hecho, uno de los más oscuros cabilderos de los grandes empresarios que operan en el país, Claudio X. González Laporte, presidente del Comité de Estrategia del aún más oscuro Consejo Mexicano de Hombres de Negocios (la mafia empresarial congregada en ese organismo), dijo que la citada “es una buena alternativa para hacer eficientes a las paraestatales… se tendrán que buscar las empresas que requieran ese tipo de apoyo, además de imprimirles disciplina y rigor de los mercados y la gobernanza que exigen, para que sean efectivas, eficientes y productivas”.
Acostumbrados a no arriesgar un solo centavo propio, los grandes empresarios (los clientes predilectos en la venta de garaje que ha significado la política privatizadora) se aprestan a seguir con sus pingües negocios a costillas de los ya escasos bienes de la nación que sus gerentes en Los Pinos no han terminado de desincorporar, como suelen llamar a la descarada privatización. Así, esperan que el autodenominado gobierno les entregue las paraestatales que quedan (Pemex y CFE, fundamentalmente) sin invertir un peso en infraestructura, con un mercado garantizado, con precios y tarifas de ensueño, y por medio del mercado de valores para que los impuestos los paguen otros. Negocio dorado.
Felipe el obsesionado no quiere dejar Los Pinos sin antes meter a Pemex una bala en la nuca. Vicente Fox no pudo hacerlo, por mucho que lo intentó de la mano del sector bursátil del país (integrado por los mismos que prácticamente se quedaron con lo mejor de la privatización de empresas del Estado). En noviembre de 2004, a solicitud expresa de los empresarios de la Bolsa, el de las ideas cortas y la lengua larga pretendió bursatilizar Pemex y la CFE por medio de cambios a la Ley del Mercado de Valores, los cuales, entre otras cosas, legalizaban la emisión de certificados de aportación patrimonial (Cap´s) hasta por 20 por ciento del valor de ambas paraestatales. El Congreso no lo autorizó.
Meses después, en febrero de 2005, el entonces director de Pemex, Luis Ramírez Corzo, propuso que inversionistas privados participaran en la capitalización de la empresa con una proporción que podría llegar hasta 20 por ciento del valor total de la paraestatal. Para ello propuso un instrumento de inversión que denominó títulos con derechos económicos, algo similar a los certificados de aportación patrimonial propuestos en la fallida nueva Ley de Mercado de Valores de Fox e idénticos a los utilizados por el gobierno del ex presidente Miguel de la Madrid para reprivatizar 34 por ciento del capital de la banca expropiada en septiembre de 1982.
Tales valores, explicó Ramírez Corzo en aquella oportunidad, serían ofrecidos a través del mercado accionario. Los compradores obtienen como garantía una parte proporcional al valor del título del capital de la compañía, y esta opción es una posibilidad de inversión para los mexicanos. No hacerlo es estar negando una posibilidad para Petróleos Mexicanos de sanear sus finanzas y para el pueblo mexicano de tener una inversión sana y rentable, según el citado ex funcionario. Tampoco fue aprobado por el Congreso.
Ahora llega Felipe Calderón y quiere (ilegalmente) vender acciones de Pemex. De inmediato le aplauden los mismos que en 2004 celebraron las (fallidas) modificaciones a la Ley del Mercado de Valores, que en 2005 se congratularon por la (fallida) propuesta de Ramírez Corzo, y, en fin, los que se quedaron con la tajada más suculenta de la privatización de las empresas del Estado en tiempos de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. De nueva cuenta aplauden, porque todavía exigen un filón adicional con la presunta bursatilización de todas las empresas del Estado (que son dos).
En efecto, todas las empresas del Estado se limitan a Pemex y la CFE. Lo demás ya no existe. Sólo esas dos. Resulta suficiente revisar la relación de entidades paraestatales que la privatización ha dejado vivas: de las 205 reconocidas como tales por la Secretaría de Hacienda, el grueso son institutos, colegios, hospitales, centros especializados, fideicomisos y entidades en proceso de desincorporación. No se ve por dónde le pueda interesar al gran capital, a menos que les resulte atractivo bursatilizar a los Talleres Gráficos de México, el DIF o el Fondo de Cultura Económica. Quedaría también ASA, pero sería un pésimo negocio para ellos, pues ya son dueños de todos los aeropuertos del país.
Entonces, eso de bursatilizar a todas las empresas del Estado no sólo es un pésimo chiste, sino una descarada mentira: van por Pemex y por lo que resta de la CFE. Llámese venta de acciones, certificados de aportación patrimonial, títulos con derechos económicos o como se quiera, el objetivo es privatizar a esas dos sobrevivientes. Miguel de la Madrid utilizó el mismo mecanismo para regresar la banca estatizada a manos privadas: comenzó con 34 por ciento del capital social a principios de 1987, por medio de los citados Cap’s; a comienzos de octubre de ese mismo año su precio se había incrementado 600 por ciento, tras una feroz especulación en el mercado de valores. Los poseedores de tales valores no eran otros que los ex propietarios de la banca expropiada, quienes utilizaron sus casas de bolsa para tal fin. ¿Y la capitalización de la banca? Brilló por su ausencia. De ahí a la privatización plena de las instituciones bancarias sólo transcurrieron tres años, cuando tales ex propietarios acumulaban 60 por ciento de los Cap’s.
Las rebanadas del pastel
Y ahora quieren capitalizar a Pemex. ¿En serio?
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