Todo por una manzana

Rubén Cortés

Wilbert Torre ha escrito un libro que lo mete en la polémica más actual del periodismo: Javier Cercas (El País) ve el periodismo como un ensayo de comprensión imaginativa, y Arcadi Espada (El Mundo) cree que ello permitiría fabricar una verdad a partir de una mentira.

En Todo por una manzana (Editorial Jus), Wilbert les demuestra que se puede comprender sin imaginar y escribir verdades sin fabricarlas, con algo que enseñó Hemingway desde sus crónicas para Toronto Star en 1919: describiendo.

¿Cómo lo logra Wilbert? Persiguiendo a sus entrevistados, ocho artistas mexicanos que triunfaron en Nueva York, entrevistándolos en sus departamentos, ensayos, conciertos, restaurantes, el taxi… preguntándoles hasta qué comen, la colonia y el maquillaje que usan.

Arcadi Espada, periodista de redacción, es incapaz de entender esto. En su libro Diario, se asombra de que la periodista Pilar Urbano arranque así su libro El hombre que veía amanecer, sobre el juez Baltazar Garzón:

“Sentado en el borde de la cama, un pie descalzo y el otro aún con calcetín, Baltazar mira a Yayo, el nombre íntimo que le da a su mujer. Ella recela de que Felipe González quiera conocer a su marido”.

Espada se asombra de que un reportero conozca tantos detalles: “Parece extraño que la autora compartiera la habitación con el matrimonio, pero hay que rendirse ante el órdago de precisión de su escritura: ha sido entre un calcetín y otro cuando Baltazar ha notado el recelo de Yayo”.

Pero Wilbert enseña que no hay que meterse dentro de una habitación, sino que basta con ser un entrevistador prolijo para ver a través de las respuestas de los entrevistados y entregar reportajes bellamente escritos y excelentemente armados.

Lo demuestra en estas historias sobre Eugenio Derbez, Magos Herrera, Alondra de la Parra, Bianca Marroquín, Antonio Sánchez, Víctor Rodríguez, José Limón y Enrique Norten, en las que, para describirlos, hizo que le abrieran sus puertas y las empujó hasta meterse hasta la cocina.

Yo prefiero las de las mujeres. Son las que explican mejor el espíritu neoyorquino que hizo famoso Frank Sinatra: Si puedo hacerlo aquí, puedo hacerlo en cualquier parte. Decide tú, New York, New York…

En esta ciudad, dice Alondra, “si das el ancho te dicen adelante y si no, te despiden. Eso le da nobleza a Nueva York. No importa si eres gordo o guapo, amigo del director o de una familia importante”.

Y Magos: “Aquí no tenía que explicar por qué era mexicana, nadie esperaba que cantara La cucaracha. No tenía que justificar por qué era una cantante de jazz. Nueva York no te pide explicaciones”.

Por eso prefiero las historias de Wilbert sobre mujeres. Porque las mujeres siempre dicen la verdad.

Sólo hay que saber convencerlas.

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