Pues ya que se quede Pascual

Rubén Cortés

Es un despido muy raro: Carlos Pascual lleva 19 días “renunciado” como embajador, pero sigue representando a Estados Unidos en eventos oficiales. Ayer, hasta aseguró que el índice de violencia aquí llega a ser menor que en algunas ciudades estadounidenses.

Y no pasa día sin que declare que se marcha “para no distraer la atención sobre temas importantes de la relación bilateral”, o que México y Estados Unidos “tienen, quieren y van a seguir poniendo sus intereses nacionales por encima de las agendas bilaterales”.

No nos engañemos: Washington “removió” a Pascual el 19 de marzo sólo circunstancialmente, para no inflamar un conflicto con Felipe Calderón después de que el presidente exigiera su dimisión de manera insólita: ¡en dos entrevistas de prensa!
La Casa Blanca diseñó entonces un doble juego: “sacó” a Pascual porque Calderón no lo quiere y lo dejó porque no tiene más razón para relevarlo que el enojo de Calderón. ¿Resultado? Se quitó la presión sin ningunear al presidente.

No fue ortodoxo Calderón pidiendo la renuncia del embajador en El Universal y The Washington Post. Tampoco es ortodoxo Estados Unidos “renunciando” y no renunciando a Pascual. A mano, pues.

En rigor, Pascual se portó menos mal que otros. Ni por asomo ha sido el Henry Lane Wilson que conspiró con Huerta para asesinar a Madero. Tampoco el John Gavin que tantos dolores de cabeza dio a José López Portillo y a Miguel de la Madrid.

Pero, nobleza obliga, ni López Portillo ni Miguel de la Madrid pidieron a través de periódicos a la Casa Blanca que se llevara a Gavin.

Cierto que con Pascual las razones de Calderón fueron poderosas para éste, pues, de acuerdo con los cables de Wikileaks, el embajador se inmiscuyó en su programa estrella: la lucha contra el narcotráfico.

El cable que colmó al presidente fue el 240473, titulado Operativo de la Marina Mexicana ‘caza’ al capo Arturo Beltrán Leyva, según el cual Pascual dio la ubicación del narcotraficante al Ejército, pero como no actuó rápido, mejor pasó la información a la Marina, que sí mató al capo.

¿Que Pascual se entrometió en la guerra contra el crimen organizado? Sí, pero ¿tenía de otra? No, porque la relación de México con Estados Unidos se ha militarizado y casi no profundiza en otros temas, como inversiones, economía, alianzas estratégicas en foros mundiales, migración o cultura.

Entonces el problema aquí es más grave que unos obligados informes de plaza de un embajador a su gobierno: Calderón se molestó con Pascual, pero no con la Marina, que a juzgar por el cable 240473 aceptó las órdenes de un diplomático extranjero de ir por un capo.

El enojo debería ser con la Marina y no con Pascual.

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