Páginas sombrías de Vasconcelos

Testimonio de Itzhak Bar-Lewaw / Milenio Semanal

El autor de José Vasconcelos. Vida y obra (1966) recuerda su relación con el escritor mexicano y narra el momento en que descubrió que éste había dirigido el semanario Timón, que propagaba el nacionalsocialismo en México en la época de la Segunda Guerra Mundial, suceso que muchos trataron de borrar pero que él rescató en un libro ahora de culto.

Dentro de unos meses se cumplirán 40 años de la aparición de un libro que ahora es posesión privilegiada de unos cuantos: La revista “Timón” y José Vasconcelos. Se trata de una de las obras más inquietantes de entre los estudios históricos y literarios en torno al autor del Ulises criollo. Sus mil ejemplares, terminados de imprimir en agosto de 1971 en una imprenta de la calle de República de Venezuela, nunca gozaron del impacto amplio y profundo que merecían. Terminaron, sin remedio, extraviados en las librerías de viejo. En el lomo de aquel volumen de 267 páginas y forros de cartulina azul claro no se lee crédito alguno. Como si el libro hubiese sido editado para no identificarse de inmediato. Como si se le hubiera concebido con suma cautela, casi en la clandestinidad.

La revista “Timón” y José Vasconcelos compila artículos, notas editoriales, crónicas e ilustraciones de la publicación aludida en el título. Fue el semanario que con más recursos financieros y contenidos mejor presentados se dedicó a propagar el nacionalsocialismo en México en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Su primer número se publicó el 22 de febrero de 1940, cuando México aún no entraba en la conflagración internacional y el último, el 17, en junio 15 de 1940, a escasas horas de que el ejército alemán entrara en París, y el mismo día en que la ciudad de Verdún fue ocupada. Los ejemplares en circulación de Timón fueron requisados por la Secretaría de Gobernación y su gerente, el cubano César Calvo, fue aprehendido por la policía. Muy poco pudo saberse después del postrer destino de aquella revista.

El autor de la historia de Timón es Itzhak Bar-Lewaw, académico y crítico literario que había escrito la Introducción crítico-biográfica a José Vasconcelos (Madrid, 1965) y la biografía José Vasconcelos. Vida y Obra (México, 1966). A pesar de ello, y de haber conocido personalmente al escritor oaxaqueño, Bar-Lewaw se enteró muy tardíamente de la existencia del inencontrable semanario pro nazi. Decidió entonces recopilar, prologar y comentar artículos firmados por Vasconcelos, diversos textos en contra de los aliados, las proclamas a favor del nazismo y los artículos antisemitas de Timón, amén de un puñado de ilustraciones de la revista que no dejan duda alguna de que se trataba de un órgano propagandístico del III Reich.

Hasta hace tres años, poco o nada sabía yo de este académico valiente y tenaz que dio luz sobre un episodio borroso de la historia de la prensa en México y de la biografía intelectual de José Vasconcelos. No aventuraba destino ni paradero alguno para él. Una carta inesperada, breve y transmitida a través de la sobrenatural inmaterialidad del ciberespacio nos puso en contacto. El mensaje con que Itzhak Bar-Lewaw abrió nuestra ahora entrañable correspondencia, a fines de agosto de 2008, abrió también la posibilidad de exhumar la historia de sus hallazgos. Las siguientes líneas son el resultado de una entrevista a Itzhak que he editado para darle la primera voz de este relato a un autor secreto como pocos.


Nací el 9 de febrero 1922 en una provincia de Ucrania, Galizia, cuyo nombre proviene de una pequeña ciudad en el occidente de aquel país, Halitsch, que derivó en el nombre de Halytschyna, Galizia. La ironía es la siguiente: Galizia fue conquistada por el Imperio Austrohúngaro y la capital se llamaba Lemberg en alemán; después estuvo integrada a Polonia y era Lwow (pronúnciese Lvouv) y ahora se llama Lviv. Mi padre nació en Austria, yo en Polonia y ahora mi país natal es Ucrania. Mi padre fue soldado austriaco durante la Primera Guerra Mundial y yo habría sido soldado polaco en la Segunda si hubiese tenido 21 años en 1939.

Al llegar con la edad de seis años a la escuela primaria de Naraiow, mi pueblito, hablaba cinco idiomas: con mis abuelos yiddish; polaco en la calle, con mis amigos futboleros; ucraniano con la doméstica; hebreo desde los tres años con el rabino que me enseñaba a escribir y a rezar en hebreo y a estudiar la Toráh, parte del llamado Antiguo Testamento. Mi madre, quien estuvo cinco años en una escuela de Viena, escribía en alemán y yo lo escribía bastante bien al llegar al primer grado de escuela pública. Quizá sea un poco dificil comprenderlo para un extranjero, pero para un judío de Polonia y especialmente de Galizia esto era muy “normal”. Además, sin fanfarronear, yo era un jovencito inteligente que leía a Tolstoi y a Pushkin en ruso; a Yehuda Halevi, el poeta más grande del pueblo judío, en hebreo; al poeta Adam Mickiewicz en polaco; al poeta Taras Shevchenko en ucraniano y a un Don Quijote, mal traducido, también en hebreo. De las literaturas hispánicas nada sabía. Al llegar a Lwow para estudiar en la Tarbut nos enseñaron todo en hebreo, con excepción de la literatura polaca, latín, francés e inglés.

Cuando llegué a México, en 1956, ya dominaba bastante bien el castellano después de haber recibido la maestría en lenguas romances de la Universidad Hebrea de Jerusalén tres años antes. En la UNAM me trataron bien porque conocía la literatura mexicana (Sor Juana Inés de la Cruz y muchos otros, pero no a José Vasconcelos). Mi esposa Leah Laura, Lola, y yo no teníamos plata y ya éramos padres de dos chicos. Lola daba clases de yiddish y yo de hebreo en el Colegio Israelita en la Ciudad de México, donde un alumno mío era Enrique Krauze, el futuro eminente historiador mexicano. Ahí se hablaba del antisemitismo en México y se mencionaba a José Vasconcelos y su revista Timón durante la Segunda Guerra Mundial.

Olvidé el asunto hasta que publiqué en 1966 José Vasconcelos, vida y obra, donde lo alababa por sus comentarios de los profetas hebreos que, cito, “hablaron, removieron, pusieron acción las palabras y se han hecho polvo faraones y emperadores; pero el verbo de Israel sigue conmoviendo a los pueblos”, (p. 228). O, como en otra cita: “El esfuerzo colectivo sólo se sostiene merced a la aparición intermitente de aristocracias del espíritu. Un hombre extraordinario, un Moisés, levanta de pronto el nivel de todo un pueblo. Y hace falta una cadena de profetas para mantener vivo el espíritu”, (p. 233).

En 1940, cuando apareció la revista Timón, yo tenía 18 años. Nunca la encontré citada en las bibliografías de José Vasconcelos. Sólo después de 30 años, ¡en 1970!, un amigo mexicano me la mencionó. Me di cuenta que al hablar con Vasconcelos, dos años antes de su muerte, el “Ulises criollo” me mintió. Fuera de México, en los Estados Unidos, tengo la impresión de que se sabía más de los escándalos vasconcelianos y de sus amoríos fáciles que de sus publicaciones.

Antes de descubrir su infamia, José Vasconcelos me interesó porque era un escritor discutido y leído. Me le aproximé de esta manera: el editor de mi libro José Vasconcelos. Vida y obra fue el señor Manuel Escamilla de la O, quien era gran amigo suyo. Él me sugirió que debería conocer al “Maestro”, y así lo hice. De toda su obra me impresionaron solamente sus cuentos cortos. De este tema hablo extensamente en mi libro Introducción crítico-biográfica a José Vasconcelos, editado en 1965 en Madrid por Ediciones Latinoamericanas, cuyo director era un español antifranquista de nombre Francisco Gonçalvez, amigo del clérigo Pedro de Toledo, quien tenía un bello palacio y también era antifranquista. Don Francisco publicó la Introducción… porque don Pedro era su amigo y le gustó mi libro. Siendo aquella la época de Franco, el libro no tuvo mucho éxito y fue un fracaso económico. No obstante, la recepción en los medios de mi otro libro, José Vasconcelos. Vida y obra (publicado por Clásica Selecta Editora Librera en 1965-66, con prólogo de Salvador Azuela, hijo de Mariano) fue muy buena. Hubo notas, que ya no tengo, en Excélsior, El Universal, Novedades, donde celebraron que, siendo judío, tratara bien a José Vasconcelos.

Mi primer encuentro con José Vasconcelos es otra historia fascinante. En 1960 publiqué mi primer libro en español, sobre Plácido (pseudónimo de Gabriel de la Concepción Valdés), un excelente poeta autodidacta cubano. Mi tesis doctoral en la UNAM fue sobre él. Incluye capítulos acerca de la influencia del Antiguo Testamento sobre Plácido. Mi profesor Francisco Monterde me contó que otros dos alumnos, un cubano y un mexicano, fracasaron sobre el mismo tema porque no había nada nuevo en sus tesis doctorales. La mía sí contenía nuevos detalles. Como dominaba el hebreo encontré similitudes entre la poesía del vate cubano y los Salmos del Rey David. No sé cómo llegó esto a un profesor cubano de geografía en la Universidad de Harvard, quien platicó con el señor Botas y también con el señor Escamilla sobre un judío polaco a quien le interesaba la poesía cubana. Sospecho que el señor Escamilla, dueño de Clásica Selecta, ya pensaba en mi persona para que escribiera la biografía de José Vasconcelos con la intención de “maquillar” su vida. Me ofreció la posibilidad de hablar con el “Maestro”. Ahora me doy cuenta de que quería sepultar el asunto de la revista Timón para siempre.

Salí de México para Chile al final de 1959 después de haber recibido mi doctorado en la UNAM. Luego llegué a las siguientes universidades: Kansas; Florida; Saskatchevan, en Saskatoon; y York, en Toronto. Sin embargo, viajaba a México o a España y al Ecuador cada año durante las vacaciones o durante mis sabáticos para publicar mis libros y visitar a mis amistades. Como tenía muchos amigos (judíos y no judíos), todos muertos ya, estuve varias veces en el DF entre 1961 y 1966. Ahora me acuerdo que la señora Carrillo, hermana de Antonio Carrillo Flores, titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (1964-1970), era amiga mía y la invité a la Universidad de York (donde yo era profesor y director del Departamento de Español), para dar unas conferencias en español sobre cultura mexicana. En México, ella me invitó a su casa para conocer a su hermano y también al embajador canadiense de entonces, Saul Rea.

Ya mencioné que durante mi estadía en México circulaban rumores en la comunidad judía acerca del antisemitismo local durante la Segunda Guerra Mundial, mención aparte de José Vasconcelos. Durante un viaje, por casualidad encontré al señor Escamilla. Me propuso escribir la biografía de Vasconcelos con un prólogo de Salvador Azuela. Ignorando todo acerca de la revista Timón acepté la oferta. Escribí la biografía seis años después de la muerte del “Maestro”. Él había sido muy amable conmigo, había hablado con él varias veces durante los últimos años de su vida; es decir, entre 1957 y 1959. No tuve sospechas acerca de su pasado durante la Segunda Guerra Mundial, puesto que nadie hablaba de ello y en su bibliografía Timón nunca apareció mencionada.

También de las manos de Escamilla recibí después la revista Timón. Al leerla con detenimiento me di cuenta de que no se trataba de una revista cultural, sino de una revista política pro nazi cuyo propósito era la propaganda hitleriana del poderío alemán y de la personalidad de Adolf Hitler y sus planes de construir un Lebensraum (espacio vital). Esto lo explico en mi prólogo a la compilación de artículos de Timón. En la revista hay fotos del ejército alemán; fotos de mujeres teutónicas; de diplomáticos de la embajada alemana, y fragmentos de una novela para hacer pensar al lector que la revista era una publicación cultural. Al leerla, me recordaba a Der Stürmer y otros órganos nazis de la Alemania hitleriana en aquel tiempo. El resto del contenido de Timón no era más que anuncios comerciales. A la distancia la veo y la juzgo como lo hice cuatro décadas antes (en 1970). No puedo comparar Timón con otra publicación, pero recuerdo que en Polonia, durante la Segunda Guerra Mundial, bajo la ocupación alemana, leí un folleto del primado católico August Hlond donde decía que Hitler era “el largo brazo de la justicia histórica” (literalmente traducido del polaco: “karzaca reka sprawiedliwosci dziejowej”). Esta frase la cito en una carta que publiqué en el Globe and Mail, periódico canadiense, alrededor de 1980. Por cierto, nunca he publicado nada en inglés sobre José Vasconcelos a pesar de que entre 1980 y 1986 publiqué artículos en el Globe and Mail, Toronto Star y un periódico en Atlantic, Canada, cuyo nombre olvidé por completo, sobre asuntos latinoamericanos. También publiqué textos en El Comercio (de Quito) y en El Mercurio (de Santiago de Chile). En total, he publicado artículos en inglés, español y hebreo, en un periódico de izquierda, Davar (de Tel-Aviv), que ya no existe desde hace muchos años.

No fue fácil encontrar un editor para mi libro sobre Timón. Antes había tenido tres editores importantes para mis libros: Botas (un cubano) para Plácido; Costa Amic (un catalán) para los temas literarios; y Escamilla para José Vasconcelos. Vida y obra. El catalán y el cubano simplemente tuvieron miedo de publicarlo y con Escamilla, ni hablar… Entonces, buscando a un editor, platiqué con un judío, L. Klein, que tenía plata y sabía quién era Vasconcelos y qué había sido Timón. Me propuso fundar una editorial y así surgió Edimex, que editó mi libro. Los periódicos importantes de México lo reseñaron, y en la revista Tiempo lo reseñó el obispo Pedro Gringoire, mexicano de pura cepa e íntimo amigo mío, a quien yo enseñaba y corregía el hebreo, cuyo verdadero nombre era Gonzalo Báez-Camargo. No hubo censura ni crítica ni persecución o aislamiento hacia mí por parte de los incondicionales vasconcelistas. Nadie pudo disuadirme de publicar la antología de la revista Timón ya que trabajé solo, en secreto. Nunca guardé las reseñas, pero las leí. Francisco Monterde, mi querido maestro de la UNAM, y María del Carmen Millán me dijeron que todo México “tenía vergüenza” de Timón. Me percaté que muchos mexicanos sabían de la infame publicación y simplemente se avergonzaban de mencionarla, como si pudiera sepultarse esa infamia. Pienso que soy el único que no lo permití.

Filósofo, abogado, escritor, político e historiador, José Vasconcelos (1882-1959) comenzó su labor educativa en 1909 en el Ateneo de México, institución que presidió durante tres años. Dirigió la Escuela Nacional Preparatoria y fue rector, en 1920, de la Universidad Nacional.

En 1921, Vasconcelos se convertía en el primer secretario de Educación Pública, durante el gobierno de Álvaro Obregón.

A noventa años de la creación de la Secretaría, resulta pertinente recordar las acciones que el autor de Prometeo vencedor realizó. Entre otras cosas, creó la primera campaña contra el analfabetismo, el primer sistema de bibliotecas y la Orquesta Sinfónica Nacional; impulsó las misiones rurales, así como los libros de texto gratuitos.

Siendo la SEP uno de los grandes logros de Vasconcelos, renunció a ella en 1924 para postularse al gobierno del estado de Oaxaca, y cinco años después a la Presidencia de la República por el Partido Nacional Antirreeleccionista. Apoyado por estudiantes, maestros e intelectuales, Vasconcelos luchó en contra de los vicios nacidos de la Revolución. Derrotado, se marchó a Estados Unidos, donde inició la escritura de Ulises criollo.

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