Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
El asesinato del hijo de un prominente intelectual en los suburbios de Cuernavaca, hizo a muchos recordar que Morelos es un punto infectado por la violencia. Fueron siete jóvenes los que hicieron girar los ojos a un fenómeno que no ha dejado de cobrar víctimas por causa de la inseguridad pública. Tan sólo el año pasado, la Comisión Independiente de Derechos Humanos del estado reporta el asesinato de 335 personas; durante el primer trimestre de 2011, las víctimas suman 94, que de mantenerse su tendencia rebasará el total de 2010.
Morelos siempre ha sido un territorio bravo por razones culturales, y con una larga historia criminal. En los 80 y los 90 Cuautla –y en cierta forma la zona de Tepoztlán- fue refugio de bandas de secuestradores. Temprano desde la década pasada se convirtió en el santuario de varios jefes del narcotráfico. Ahí vivió “El Señor de los Cielos”, Amado Carrillo, jefe del Cártel de Juárez, y se construyó un aeropuerto desde donde sus limitadas aerolíneas cubrían rutas que coincidían con las de las drogas. Ahí se afincó también “El Jefe de Jefes”, Arturo Beltrán Leyva, cabeza del cártel que lleva el nombre de la familia, aparado en la impunidad.
El santuario en el que se convirtió Morelos fue posible por la protección institucional que le dieron a los cabecillas criminales. El ejemplo más nítido de esto se dio en el actual gobierno de Marco Adame, jefe formal de los grupos de extrema derecha del PAN, cuando en 2009 las autoridades federales tomaron por completo el control de la Secretaría de Seguridad Pública Estatal y metieron a la cárcel a sus jefes, acusados de proteger a Beltrán Leyva. En los expedientes del caso aparece el nombre del propio Adame como presunto beneficiario del dinero sucio, la figura más alta mencionada en ese enjambre lleno de sombras.
Las autoridades federales mantuvieron al gobernador Adame fuera de toda sospecha, y se enfocaron a los órganos de seguridad estatales. Pero esa limpieza fue efímera. La violencia no se ha detenido, ni tampoco los intentos de desestabilización de los gobiernos estatal y de Cuernavaca a través de campañas de terror en redes sociales. Los narcotraficantes han continuado su negocio y mantienen las amenazas contra todo aquél que los denuncie o señale. Ese cáncer se encuentra en una metástasis desde el operativo de la Marina en Cuernavaca en diciembre de 2009 para arrestar a Beltrán Leyva, quien murió durante el enfrentamiento. El sector más perjudicado de estas represalias criminales ha sido el de los periodistas, algunos de ellos que han sido heridos en intentos de secuestros en pleno centro de la capital estatal.
La intimidación busca sembrar el terror. Desde el año pasado decenas de periodistas han recibido amenazas de muerte -algunos de manera reiterada-, y la Procuraduría General de Justicia del estado inició desde hace tiempo averiguaciones sobre varias denuncias. Hasta ahora los resultados han sido nulos. Ese sector no se siente seguro en la entidad ante la impunidad de los criminales que los hostigan y atacan. La tranquilidad en Morelos es superficial.
Hay zonas del estado que nunca habían sido tocadas por el hampa, que ahora viven en una zona dual. Hay una comunidad importante no lejos de Cuernavaca, donde narcotraficantes y comandantes policiales suelen hacer fiestas de varias horas sin que nadie los moleste. Cuernavaca, que era el destino ideal de descanso de cientos de capitalinos durante los fines de semana, dejó de ser lugar seguro para muchos, que han optado por visitar la entidad de manera eventual.
Durante la anterior administración panista de Sergio Estrada Cajigal, Morelos le abrió la puerta al Cártel de los Beltrán Leyva, que dominaban el narcotráfico desde Guerrero -punto de entrada para la droga que se consume domésticamente en México-, hasta el valle de México. El santuario de fortaleció en el actual gobierno de Adame, donde la red de protección institucional llegó a los más altos niveles que jamás se hubieran probado antes en la entidad.
El asesinato de varias personas, entre las que se encontraba el hijo del poeta Javier Sicilia, recuperó para Morelos la atención generalizada sobre la degradación social y política en la que se encuentra el estado. No es un tema sólo de narcotráfico, sino de delincuencia ordinaria, que es lo que más acosa y lastima a la población. Este miércoles en Cuernavaca continúa el avance de la indignación contra el gobierno de Adame, hasta hoy protegido por el gobierno federal, pese a las pruebas reiteradas de su rebase e incompetencia para cumplir su responsabilidad primaria: proveer seguridad a la ciudadanía.
El asesinato del hijo de un prominente intelectual en los suburbios de Cuernavaca, hizo a muchos recordar que Morelos es un punto infectado por la violencia. Fueron siete jóvenes los que hicieron girar los ojos a un fenómeno que no ha dejado de cobrar víctimas por causa de la inseguridad pública. Tan sólo el año pasado, la Comisión Independiente de Derechos Humanos del estado reporta el asesinato de 335 personas; durante el primer trimestre de 2011, las víctimas suman 94, que de mantenerse su tendencia rebasará el total de 2010.
Morelos siempre ha sido un territorio bravo por razones culturales, y con una larga historia criminal. En los 80 y los 90 Cuautla –y en cierta forma la zona de Tepoztlán- fue refugio de bandas de secuestradores. Temprano desde la década pasada se convirtió en el santuario de varios jefes del narcotráfico. Ahí vivió “El Señor de los Cielos”, Amado Carrillo, jefe del Cártel de Juárez, y se construyó un aeropuerto desde donde sus limitadas aerolíneas cubrían rutas que coincidían con las de las drogas. Ahí se afincó también “El Jefe de Jefes”, Arturo Beltrán Leyva, cabeza del cártel que lleva el nombre de la familia, aparado en la impunidad.
El santuario en el que se convirtió Morelos fue posible por la protección institucional que le dieron a los cabecillas criminales. El ejemplo más nítido de esto se dio en el actual gobierno de Marco Adame, jefe formal de los grupos de extrema derecha del PAN, cuando en 2009 las autoridades federales tomaron por completo el control de la Secretaría de Seguridad Pública Estatal y metieron a la cárcel a sus jefes, acusados de proteger a Beltrán Leyva. En los expedientes del caso aparece el nombre del propio Adame como presunto beneficiario del dinero sucio, la figura más alta mencionada en ese enjambre lleno de sombras.
Las autoridades federales mantuvieron al gobernador Adame fuera de toda sospecha, y se enfocaron a los órganos de seguridad estatales. Pero esa limpieza fue efímera. La violencia no se ha detenido, ni tampoco los intentos de desestabilización de los gobiernos estatal y de Cuernavaca a través de campañas de terror en redes sociales. Los narcotraficantes han continuado su negocio y mantienen las amenazas contra todo aquél que los denuncie o señale. Ese cáncer se encuentra en una metástasis desde el operativo de la Marina en Cuernavaca en diciembre de 2009 para arrestar a Beltrán Leyva, quien murió durante el enfrentamiento. El sector más perjudicado de estas represalias criminales ha sido el de los periodistas, algunos de ellos que han sido heridos en intentos de secuestros en pleno centro de la capital estatal.
La intimidación busca sembrar el terror. Desde el año pasado decenas de periodistas han recibido amenazas de muerte -algunos de manera reiterada-, y la Procuraduría General de Justicia del estado inició desde hace tiempo averiguaciones sobre varias denuncias. Hasta ahora los resultados han sido nulos. Ese sector no se siente seguro en la entidad ante la impunidad de los criminales que los hostigan y atacan. La tranquilidad en Morelos es superficial.
Hay zonas del estado que nunca habían sido tocadas por el hampa, que ahora viven en una zona dual. Hay una comunidad importante no lejos de Cuernavaca, donde narcotraficantes y comandantes policiales suelen hacer fiestas de varias horas sin que nadie los moleste. Cuernavaca, que era el destino ideal de descanso de cientos de capitalinos durante los fines de semana, dejó de ser lugar seguro para muchos, que han optado por visitar la entidad de manera eventual.
Durante la anterior administración panista de Sergio Estrada Cajigal, Morelos le abrió la puerta al Cártel de los Beltrán Leyva, que dominaban el narcotráfico desde Guerrero -punto de entrada para la droga que se consume domésticamente en México-, hasta el valle de México. El santuario de fortaleció en el actual gobierno de Adame, donde la red de protección institucional llegó a los más altos niveles que jamás se hubieran probado antes en la entidad.
El asesinato de varias personas, entre las que se encontraba el hijo del poeta Javier Sicilia, recuperó para Morelos la atención generalizada sobre la degradación social y política en la que se encuentra el estado. No es un tema sólo de narcotráfico, sino de delincuencia ordinaria, que es lo que más acosa y lastima a la población. Este miércoles en Cuernavaca continúa el avance de la indignación contra el gobierno de Adame, hasta hoy protegido por el gobierno federal, pese a las pruebas reiteradas de su rebase e incompetencia para cumplir su responsabilidad primaria: proveer seguridad a la ciudadanía.
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