Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Hace una semana, Karla Villegas Millán, debía haber rendido su declaración ante el ministerio público del Distrito Federal, pero se esfumó. Las autoridades no saben en dónde se encuentra quien es el eslabón más firme que tenían para entender lo que sucedió la noche del 30 de marzo pasado en el lobby del Hospital Ángeles del Pedregal, donde su esposo fue ejecutado por una mano fría y entrenada, a la vista de todos, sin importar que su rostro quedara grabado en las cámaras de seguridad.
El crimen de David Valencia Ramírez es una de las noticias más censuradas por la prensa mexicana en los últimos tiempos pese a las peculiaridades del atentado –su nivel operativo y capacidad de fuego alimenta las pesadillas de que se amplíe ese tipo de acción a la población en general-, que hace sospechar a las autoridades de un ajuste de cuentas del narcotráfico.
La pareja acudió por primera vez al Hospital un mes y medio antes del atentado, cuando Karla se atendió de un problema de quistes en los senos, que motivó una cirugía de trasplante el 27 de marzo. Valencia Ramírez aprovechó para hacerse una cirugía plástica con el mismo doctor días antes. El 30 de marzo fueron a revisión, y ante la demora de los doctores en atenderlos, un desesperado Valencia Ramírez, según declaró Karla, bajó con ella a la cafetería que se encuentra en la Torre de Consultas próxima a la entrada del Ángeles.
Mientras eso sucedía, las cámaras de seguridad del Hospital grabaron unos minutos antes del atentado a un hombre maduro, identificado como “Martín”, probablemente en sus 40s, vestido con un pantalón oscuro y una camisa clara, que caminaba por el pasillo que conecta la zona de terapia intensiva y cajas con el acceso a la Torre de Consultas, donde se encontraría con la víctima. Más atrás, por el mismo pasillo, iba el atacante, de 26 o 28 años, moreno claro, cara y ojos ovales, nariz recta afilada y cabello negro quebrado, que vestía una playera Polo roja de manga corta y pantalones de mezclilla.
Valencia Ramírez se encontraba en el lobby de la Torre en espera de su esposa que, dijo, había ido al baño. “Martín” platicaba con él cuando Karla regresó. “Mucho gusto, Martín”, dijo el hombre que vestía elegantemente al presentarla su interlocutor como “mi esposa”. Karla, distraída con su celular, no vio cuando el hombre de la playera roja se acercó a su víctima por la espalda. Sólo escuchó “una explosión fuerte”, que es como describió el disparo que le hicieron a su esposo, que cayó de espaldas a unos cuantos metros de la puerta de la cafetería.
Con una pistola calibre .38 le disparó en el orificio de entrada del oído izquierdo. El segundo tiro, ya cuando huía, lo rozó y pegó en el suelo. Cuando Karla levantó la vista, “vi al señor Martín que no me auxiliaba y que se echaba para atrás muy sorprendido”. En ese momento descubrió al agresor, y mientras pedía auxilio a gritos, “Martín” y al atacante salieron de la Torre de Consultas rápido pero sin prisas, hacia la puerta de entrada del estacionamiento.
Un testigo declaró haber visto a dos personas que corrían para cruzar la calle. Uno era el hombre de la playera roja, que cruzó la avenida y se subió a una camioneta Jeep, mientras que la otra persona, de la que dijo que llevaba una chamarra oscura –“Martín” no llevaba nada, según los videos de seguridad-, corrió sobre el periférico. Karla dijo no conoce a ninguno de ellos, aunque varios de los datos que dio sobre su estancia en la ciudad de México resultaron falsos.
Karla dijo que se hospedaron en un condominio en las Lomas de Chapultepec, pero el domicilio que dio se encontraba deshabitado desde hacía tres meses. Declaró que se movían en un Mazda del cual dio un número de placas que resultó estaba a nombre de “Rosa María Medina Zepeda”, cuya dirección en el padrón vehicular resultó falsa. Identificó como el chofer a “Gerardo Ortega”, pero no aportó datos que hayan permitido hasta ahora su localización.
En sus primeras declaraciones a la policía dijo que vivió tres años en Guadalajara con Valencia Ramírez, y el último año en Cancún. Antes, reveló sin precisar fechas ni razones, ella había vivido en Colombia. Su pareja –la relación era de unión libre- nació en Uruapan, Michoacán, un estado donde opera el cártel de Los Valencia. El apellido, sin embargo, no es inusual en Michoacán, y no hay ningún dato hasta el momento que establezca una relación del hombre asesinado con la delincuencia organizada.
Valencia Ramírez, según las averiguaciones, vendía ropa en Cancún, Morelia y Culiacán. Según los investigadores, el tipo que ropa que ofrecía es de la misma marca estadounidense que utilizan los narcotraficantes -con estampados coloridos y violentos-, lo que tampoco prueba nada ilegal. Valencia Ramírez fue arrestado en Guadalajara hace unos años por usar documentación falsa y la dirección de él que apareció en los bancos de datos policiales, estaba en el Distrito Federal.
La eventual relación con la delincuencia organizada es una hipótesis de las autoridades a partir del método del crimen y el mosaico de sus actividades y lugares de operación. Pero hasta ahora las conjeturas no han encontrado confirmación. Lo único cierto, a partir de los hechos, es que fue un profesional quien lo ejecutó, una cara fresca que no aparece en Plataforma México, que tenía muy clara su misión: matar a Valencia Ramírez y huir sin ser detenido.
Hace una semana, Karla Villegas Millán, debía haber rendido su declaración ante el ministerio público del Distrito Federal, pero se esfumó. Las autoridades no saben en dónde se encuentra quien es el eslabón más firme que tenían para entender lo que sucedió la noche del 30 de marzo pasado en el lobby del Hospital Ángeles del Pedregal, donde su esposo fue ejecutado por una mano fría y entrenada, a la vista de todos, sin importar que su rostro quedara grabado en las cámaras de seguridad.
El crimen de David Valencia Ramírez es una de las noticias más censuradas por la prensa mexicana en los últimos tiempos pese a las peculiaridades del atentado –su nivel operativo y capacidad de fuego alimenta las pesadillas de que se amplíe ese tipo de acción a la población en general-, que hace sospechar a las autoridades de un ajuste de cuentas del narcotráfico.
La pareja acudió por primera vez al Hospital un mes y medio antes del atentado, cuando Karla se atendió de un problema de quistes en los senos, que motivó una cirugía de trasplante el 27 de marzo. Valencia Ramírez aprovechó para hacerse una cirugía plástica con el mismo doctor días antes. El 30 de marzo fueron a revisión, y ante la demora de los doctores en atenderlos, un desesperado Valencia Ramírez, según declaró Karla, bajó con ella a la cafetería que se encuentra en la Torre de Consultas próxima a la entrada del Ángeles.
Mientras eso sucedía, las cámaras de seguridad del Hospital grabaron unos minutos antes del atentado a un hombre maduro, identificado como “Martín”, probablemente en sus 40s, vestido con un pantalón oscuro y una camisa clara, que caminaba por el pasillo que conecta la zona de terapia intensiva y cajas con el acceso a la Torre de Consultas, donde se encontraría con la víctima. Más atrás, por el mismo pasillo, iba el atacante, de 26 o 28 años, moreno claro, cara y ojos ovales, nariz recta afilada y cabello negro quebrado, que vestía una playera Polo roja de manga corta y pantalones de mezclilla.
Valencia Ramírez se encontraba en el lobby de la Torre en espera de su esposa que, dijo, había ido al baño. “Martín” platicaba con él cuando Karla regresó. “Mucho gusto, Martín”, dijo el hombre que vestía elegantemente al presentarla su interlocutor como “mi esposa”. Karla, distraída con su celular, no vio cuando el hombre de la playera roja se acercó a su víctima por la espalda. Sólo escuchó “una explosión fuerte”, que es como describió el disparo que le hicieron a su esposo, que cayó de espaldas a unos cuantos metros de la puerta de la cafetería.
Con una pistola calibre .38 le disparó en el orificio de entrada del oído izquierdo. El segundo tiro, ya cuando huía, lo rozó y pegó en el suelo. Cuando Karla levantó la vista, “vi al señor Martín que no me auxiliaba y que se echaba para atrás muy sorprendido”. En ese momento descubrió al agresor, y mientras pedía auxilio a gritos, “Martín” y al atacante salieron de la Torre de Consultas rápido pero sin prisas, hacia la puerta de entrada del estacionamiento.
Un testigo declaró haber visto a dos personas que corrían para cruzar la calle. Uno era el hombre de la playera roja, que cruzó la avenida y se subió a una camioneta Jeep, mientras que la otra persona, de la que dijo que llevaba una chamarra oscura –“Martín” no llevaba nada, según los videos de seguridad-, corrió sobre el periférico. Karla dijo no conoce a ninguno de ellos, aunque varios de los datos que dio sobre su estancia en la ciudad de México resultaron falsos.
Karla dijo que se hospedaron en un condominio en las Lomas de Chapultepec, pero el domicilio que dio se encontraba deshabitado desde hacía tres meses. Declaró que se movían en un Mazda del cual dio un número de placas que resultó estaba a nombre de “Rosa María Medina Zepeda”, cuya dirección en el padrón vehicular resultó falsa. Identificó como el chofer a “Gerardo Ortega”, pero no aportó datos que hayan permitido hasta ahora su localización.
En sus primeras declaraciones a la policía dijo que vivió tres años en Guadalajara con Valencia Ramírez, y el último año en Cancún. Antes, reveló sin precisar fechas ni razones, ella había vivido en Colombia. Su pareja –la relación era de unión libre- nació en Uruapan, Michoacán, un estado donde opera el cártel de Los Valencia. El apellido, sin embargo, no es inusual en Michoacán, y no hay ningún dato hasta el momento que establezca una relación del hombre asesinado con la delincuencia organizada.
Valencia Ramírez, según las averiguaciones, vendía ropa en Cancún, Morelia y Culiacán. Según los investigadores, el tipo que ropa que ofrecía es de la misma marca estadounidense que utilizan los narcotraficantes -con estampados coloridos y violentos-, lo que tampoco prueba nada ilegal. Valencia Ramírez fue arrestado en Guadalajara hace unos años por usar documentación falsa y la dirección de él que apareció en los bancos de datos policiales, estaba en el Distrito Federal.
La eventual relación con la delincuencia organizada es una hipótesis de las autoridades a partir del método del crimen y el mosaico de sus actividades y lugares de operación. Pero hasta ahora las conjeturas no han encontrado confirmación. Lo único cierto, a partir de los hechos, es que fue un profesional quien lo ejecutó, una cara fresca que no aparece en Plataforma México, que tenía muy clara su misión: matar a Valencia Ramírez y huir sin ser detenido.
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