Medio Oriente: los aliados en confusión total

Immanuel Wallerstein

Durante los últimos 50 años, la política de Estados Unidos en Medio Oriente se ha construido en torno a sus estrechos lazos lazos con tres países: Israel, Arabia Saudí y Pakistán. En 2011, mantiene diferencias con los tres, de maneras muy fundamentales. Tiene también discordias públicas con Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, China y Brasil acerca de sus actuales políticas en la región. Parece que casi nadie concuerda con Estados Unidos ni sigue su línea. Uno puede oír la agónica frustración del presidente, la del Departamento de Estado, la del Pentágono y la CIA, todos los cuales ven que la situación deriva y se sale de control.

Por qué creó Estados Unidos esa tan cercana alianza con Israel es un asunto de mucho debate. Pero es claro que van muchos años en que la relación se ha hecho más y más tensa, y más en términos israelíes. Israel ha podido contar con la ayuda financiera y militar de Estados Unidos y con su veto siempre fiel en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Lo que ha ocurrido ahora es que tanto los políticos israelíes como su base de apoyo en Estados Unidos se han movido de forma constante hacia la derecha. Israel se mantiene firme en dos cosas: las eternas demoras en cuanto a unas negociaciones serias con Palestina y la esperanza de que alguien bombardee a los iraníes. Obama se ha estado moviendo en la dirección opuesta, por lo menos hasta donde lo deja la política interna estadunidense. Las tensiones son fuertes y Netanyahu está rezando, si es que reza, para que haya una victoria republicana en 2012. Sin embargo el momento de la crisis puede venir antes de eso, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas vote por el reconocimiento de Palestina como Estado miembro. Estados Unidos se encontrará en una posición perdedora, de luchar contra esto.

Arabia Saudí ha tenido una confortable relación con Washington desde que el presidente Franklin Roosevelt se reunió con el rey Abdul Aziz en 1945. Entre ambos fueron capaces de controlar la política petrolera en todo el mundo. Colaboraron en asuntos militares y Estados Unidos contó con los saudíes para mantener bajo control a los regímenes árabes. Pero ahora el régimen saudí se siente bastante amenazado por la segunda revuelta árabe; está muy contrariado por la voluntad de Estados Unidos de aprobar el derrocamiento de Mubarak a manos de sus militares, y por las críticas estadunidenses –por leves que éstas sean– hacia la intervención saudí en Bahrein. Las prioridades de los dos países son ahora bastante diferentes.

En la era de la Guerra Fría, cuando Washington consideraba que India estaba demasiado cerca de la Unión Soviética, Pakistán obtuvo el respaldo pleno de Estados Unidos (y de China) sin importar qué régimen estuviera en el poder. Trabajaron juntos para apoyar a los mujaidines en Afganistán y forzaron la retirada de las tropas soviéticas. Es de suponer que trabajaban juntos para impulsar el crecimiento de Al-Qaida. Dos cosas han cambiado. En la era posguerra fría, Estados Unidos ha desarrollado relaciones mucho más cálidas con India, para frustración de Pakistán. Y Pakistán y Estados Unidos están en fuerte desacuerdo acerca de cómo manejar la siempre creciente fuerza de Al-Qaida y de los talibanes en Pakistán y Afganistán.

Uno de los principales objetivos de la política exterior estadunidense desde el colapso de la Unión Soviética ha sido evitar que los países europeos desarrollen políticas autónomas. Pero ahora los tres países principales –Gran Bretaña, Francia y Alemania– están desarrollando sus propias políticas. Ni la línea dura de George W. Bush ni la diplomacia más suave de Barack Obama parecen haber bajado el ritmo a esto. El hecho de que Francia y Gran Bretaña ahora pidan a Estados Unidos que tome un liderazgo más activo en la lucha contra Gadafi y el hecho de que Alemania diga más o menos lo opuesto es menos importante que el hecho de que los tres estén diciendo estas cosas en voz alta y fuerte.

Rusia, China y Brasil juegan todas sus cartas con cuidado en términos de sus relaciones con Estados Unidos. En los días que corren los tres se oponen casi en todo a las posiciones estadunidenses. Pueden no ir a fondo (digamos, no hacen uso de su veto en el Consejo de Seguridad) porque Estados Unidos tiene aún garras que puede utilizar. Pero ciertamente no están cooperando. El fiasco del reciente viaje de Obama a Brasil, donde pensó que podía iniciar un nuevo enfoque con la presidenta Dilma Rousseff –y no lo logró–, muestra qué tan poca influencia tiene Estados Unidos en la actualidad.

Finalmente, la política interna de Estados Unidos ha cambiado. La política exterior bipartidista se ha convertido en memoria histórica. Ahora, cuando Washington va a la guerra con Libia, las encuestas de opinión muestran sólo el 50% de respaldo de la población general. Y los políticos de ambos partidos atacan a Obama por ser demasiado halcón o demasiado paloma. Todos están esperando brincarle encima si revierte alguna cosa. Esto puede ocasionar que se vea forzado a escalar la implicación estadunidense por toda el área y a exacerbar las reacciones negativas de todos los que alguna vez fueron aliados.

Es bastante sabido que Madeleine Albright dijo que Estados Unidos era la nación indispensable. Sigue siendo todavía el gigante del escenario mundial. Pero es un gigante torpe, incierto de adónde va o cómo llegar ahí. La medida de la decadencia estadunidense es el grado en el cual sus antiguos aliados más próximos están listos para desafiar sus deseos y decirlo de forma pública. La medida de la decadencia estadunidense es el grado en el que no se siente capaz de expresar en público lo que está haciendo e insistir en que, en realidad, todo está bajo control. De hecho, Estados Unidos tuvo que aportar una gran suma de dinero para arreglar que soltaran de prisión a un agente de la CIA en Pakistán.

¿Las consecuencias de todo esto? Mucha más anarquía global. ¿Quién se beneficia de todo esto? Hasta el momento eso sigue siendo una cuestión muy abierta.

Traducción: Ramón Vera Herrera

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