Martha Anaya / Crónica de Política
“Viene apanicado”, comentaban los priistas al ver a su ex compañero Javier Lozano entrar a su guarida y mirarlo descender temeroso la escalinata del auditorio Gota de Plata, en Pachuca, a unos pasos de Francisco Olvera.
Eran cientos, y miraban al secretario de Trabajo entre recelosos y satisfechos.
Recelosos, porque no alcanzaban aún a interpretar por qué el Presidente de la República le había enviado a Lozano en su representación para la toma de posesión de su nuevo gobernador. Porque si bien el secretario de Gobernación, Francisco Blake, acudía a la misma hora al relevo en Guerrero, aquí en Hidalgo bien pudo haber elegido a otro representante y no enviarles al que consideran el “porro” mayor.
¿Era acaso la “revancha” por las chicanadas a la excandidata del PRD-PAN, Xóchitl Gálvez, durante la campaña a la gubernatura? ¿Era el último descolón para el gobernador saliente Miguel Osorio Chong? ¿Era un mensaje para Enrique Peña Nieto, protector y muy amigo de Osorio? No lo tenían claro en ese momento.
Pero a la vez, sonreían satisfechos porque notaban que Lozano no las traía todas consigo. Ni siquiera sonreía. Muy pocos, poquísimos, le tendieron la mano al pasar. Sentían su incomodidad y se lo hacían sentir.
Él aguantaba, dejaba cada vez más espacio entre el gobernador electo que enfilaba al pódium donde rendiría protesta y su persona.
A pesar de ello, el ex priista iba de gane. Ninguna rechifla, ningún abucheo. Sólo silencio, distancia y frialdad hallaría a su paso. Y eso que se cuidó, no intentó hacerse querer, ni prodigarse aquí o allá. Iba totalmente contenido.
Vaya, ¡hasta la vestimenta cuidó el secretario de Trabajo!, pues no portó corbata azul, como suelen elegir los panistas para distinguirse de sus compañeros de otros partidos. Javier Lozano acudió al verde, el color favorito de Carlos Salinas de Gortari en esta prenda, mientras Olvera lucía vistosa corbata roja.
No era para menos. Lozano entraba a terrenos hostiles. Los del PRI lo consideran un “traidor” por haber abandonado sus filas y haberse pasado al PAN desde donde suele golpearlos a la menor provocación.
Así que tenía que cuidarse en serio. Además, tenía frente a él a la plana mayor del Revolucionario Institucional, comenzando por el líder nacional, Humberto Moreira; los presidenciables Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, y no menos de una docena de gobernadores, los ex gobernadores de la entidad y centenares de invitados del nuevo mandatario hidalguense.
Y cuando la gente aplaudía, Javier Lozano hacía otro tanto disciplinadamente, aún y cuando el discurso de Olvera fue soporífero, mientras Peña Nieto y Beltrones –extrañamente sentados codo a codo, pues los nombres en las butacas los habían ubicado separados por Ivonne Ortega, pero al final no ocurrió así—intercambiaban comentarios constantemente.
Fue así como Javier Lozano entró y salió de la guarida priista hidalguense. Propio y sumiso. Ya después, lejos y desde su twitter, volvería a la carga.
“Viene apanicado”, comentaban los priistas al ver a su ex compañero Javier Lozano entrar a su guarida y mirarlo descender temeroso la escalinata del auditorio Gota de Plata, en Pachuca, a unos pasos de Francisco Olvera.
Eran cientos, y miraban al secretario de Trabajo entre recelosos y satisfechos.
Recelosos, porque no alcanzaban aún a interpretar por qué el Presidente de la República le había enviado a Lozano en su representación para la toma de posesión de su nuevo gobernador. Porque si bien el secretario de Gobernación, Francisco Blake, acudía a la misma hora al relevo en Guerrero, aquí en Hidalgo bien pudo haber elegido a otro representante y no enviarles al que consideran el “porro” mayor.
¿Era acaso la “revancha” por las chicanadas a la excandidata del PRD-PAN, Xóchitl Gálvez, durante la campaña a la gubernatura? ¿Era el último descolón para el gobernador saliente Miguel Osorio Chong? ¿Era un mensaje para Enrique Peña Nieto, protector y muy amigo de Osorio? No lo tenían claro en ese momento.
Pero a la vez, sonreían satisfechos porque notaban que Lozano no las traía todas consigo. Ni siquiera sonreía. Muy pocos, poquísimos, le tendieron la mano al pasar. Sentían su incomodidad y se lo hacían sentir.
Él aguantaba, dejaba cada vez más espacio entre el gobernador electo que enfilaba al pódium donde rendiría protesta y su persona.
A pesar de ello, el ex priista iba de gane. Ninguna rechifla, ningún abucheo. Sólo silencio, distancia y frialdad hallaría a su paso. Y eso que se cuidó, no intentó hacerse querer, ni prodigarse aquí o allá. Iba totalmente contenido.
Vaya, ¡hasta la vestimenta cuidó el secretario de Trabajo!, pues no portó corbata azul, como suelen elegir los panistas para distinguirse de sus compañeros de otros partidos. Javier Lozano acudió al verde, el color favorito de Carlos Salinas de Gortari en esta prenda, mientras Olvera lucía vistosa corbata roja.
No era para menos. Lozano entraba a terrenos hostiles. Los del PRI lo consideran un “traidor” por haber abandonado sus filas y haberse pasado al PAN desde donde suele golpearlos a la menor provocación.
Así que tenía que cuidarse en serio. Además, tenía frente a él a la plana mayor del Revolucionario Institucional, comenzando por el líder nacional, Humberto Moreira; los presidenciables Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, y no menos de una docena de gobernadores, los ex gobernadores de la entidad y centenares de invitados del nuevo mandatario hidalguense.
Y cuando la gente aplaudía, Javier Lozano hacía otro tanto disciplinadamente, aún y cuando el discurso de Olvera fue soporífero, mientras Peña Nieto y Beltrones –extrañamente sentados codo a codo, pues los nombres en las butacas los habían ubicado separados por Ivonne Ortega, pero al final no ocurrió así—intercambiaban comentarios constantemente.
Fue así como Javier Lozano entró y salió de la guarida priista hidalguense. Propio y sumiso. Ya después, lejos y desde su twitter, volvería a la carga.
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