Martha Anaya / Crónica de Política
Cuando escuché que la basura había sido la razón primordial que provocó el boquete en el Canal de la Compañía, imaginé cantidades enormes de bolsas de fritangas, envases de refrescos, papeles, pilas, boquillas de cigarros.
Traté de pensar en lo que solía tirar a las bolsas de basura y calcular a partir de ahí lo que la gente podría tirar en la calle por aquellas zonas de Iztapaluca y Chalco.
La imaginación no me dio para mucho. No tardé en darme cuenta de ello al escuchar el recuento de las autoridades de la Comisión Nacional del Agua: hallaron no sólo aquello en lo que había pensado sino que se toparon con ¡colchones!, ¡chasises de carros!, ¡parrillas!, ¡televisores rotos!
El recuento de lo que lo que la gente tira en calles, ríos, presas y canales, es de una irresponsabilidad alarmante. No sólo muestra una falta de respeto a la naturaleza sino a nosotros mismos, a la convivencia humana.
Hoy levantan su voz los afectados, que por tercera vez en los últimos once años –2000, 2010 y 2011—ven anegadas sus casas y comercios de aguas negras por el desbordamiento del Canal de la Compañía. Tienen razón en demandar a las autoridades mayor protección y cuidado al túnel y sus bordes.
Sí, a ellos corresponde el cuidado de las obras, de los sistemas hidráulicos.
Sí, pero también deberíamos reclamarnos a nosotros mismos nuestra actitud. Ese desdén e insulto hacia los demás y hacia lo que nos rodea, lanzando a la calle y a los ríos nuestros deshechos sin el mayor miramiento hacia los otros y a lo que podemos provocar.
Vivimos espantados y angustiados en estos tiempos siniestros, ante los numerosos cadáveres que aparecen en fosas clandestinas; nos alarmamos frente a las imágenes de cuerpos degollados, mutilados, torturados, ahorcados, que aparecen en calles y carreteras.
Los autores de tales atrocidades son unos criminales. Así los vemos y los clasificamos. Son ellos, otros, los que actúan de manera tan despiadada.
Hay una distancia enorme entre ellos y nosotros. Es clara esa diferencia entre el actuar de los criminales y el de los ciudadanos.
Pero en este caso, el de la basura, el de la irresponsabilidad cotidiana, ¿no somos nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes, los responsables de este otro tipo de atrocidad? ¿Qué hace falta para que cuidemos nuestro ambiente, nuestro propio espacio de vida?
Cuando escuché que la basura había sido la razón primordial que provocó el boquete en el Canal de la Compañía, imaginé cantidades enormes de bolsas de fritangas, envases de refrescos, papeles, pilas, boquillas de cigarros.
Traté de pensar en lo que solía tirar a las bolsas de basura y calcular a partir de ahí lo que la gente podría tirar en la calle por aquellas zonas de Iztapaluca y Chalco.
La imaginación no me dio para mucho. No tardé en darme cuenta de ello al escuchar el recuento de las autoridades de la Comisión Nacional del Agua: hallaron no sólo aquello en lo que había pensado sino que se toparon con ¡colchones!, ¡chasises de carros!, ¡parrillas!, ¡televisores rotos!
El recuento de lo que lo que la gente tira en calles, ríos, presas y canales, es de una irresponsabilidad alarmante. No sólo muestra una falta de respeto a la naturaleza sino a nosotros mismos, a la convivencia humana.
Hoy levantan su voz los afectados, que por tercera vez en los últimos once años –2000, 2010 y 2011—ven anegadas sus casas y comercios de aguas negras por el desbordamiento del Canal de la Compañía. Tienen razón en demandar a las autoridades mayor protección y cuidado al túnel y sus bordes.
Sí, a ellos corresponde el cuidado de las obras, de los sistemas hidráulicos.
Sí, pero también deberíamos reclamarnos a nosotros mismos nuestra actitud. Ese desdén e insulto hacia los demás y hacia lo que nos rodea, lanzando a la calle y a los ríos nuestros deshechos sin el mayor miramiento hacia los otros y a lo que podemos provocar.
Vivimos espantados y angustiados en estos tiempos siniestros, ante los numerosos cadáveres que aparecen en fosas clandestinas; nos alarmamos frente a las imágenes de cuerpos degollados, mutilados, torturados, ahorcados, que aparecen en calles y carreteras.
Los autores de tales atrocidades son unos criminales. Así los vemos y los clasificamos. Son ellos, otros, los que actúan de manera tan despiadada.
Hay una distancia enorme entre ellos y nosotros. Es clara esa diferencia entre el actuar de los criminales y el de los ciudadanos.
Pero en este caso, el de la basura, el de la irresponsabilidad cotidiana, ¿no somos nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes, los responsables de este otro tipo de atrocidad? ¿Qué hace falta para que cuidemos nuestro ambiente, nuestro propio espacio de vida?
Comentarios