Gobernador fallido

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Egidio Torre Cantú perdió la sonrisa desde que asesinaron a su hermano menor Rodolfo, candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas, a cuatro días de la elección, y un hilo helado le recorrió el cuerpo cuando su amigo de toda la vida, el gobernador Eugenio Hernández, lo impuso como candidato sustituto. Ganó las elecciones sin estar en la boleta, y entró como relevo emergente para un cargo que no aspiraba y que le transformó la vida para siempre .

Hoy, la cara de Torre Cantú es la de un hombre que apenas contiene el miedo. Está abatido y derrotado por la realidad de Tamaulipas. Su gobierno se declara incapaz para enfrentar la inseguridad pública, traslapada hace tiempo con la delincuencia organizada, que partida en dos, enfrentada entre sí, tiene secuestrado con violencia al estado sin que las fuerzas federales tampoco la hayan podido neutralizar.

Desde el primer momento Torre Cantú comenzó a utilizar como prenda cotidiana un chaleco antibalas. Dejó de vivir en Ciudad Victoria y se mudó lejos del territorio que gobierna. Reclutó ex policías federales y ex militares para que fueran entrenados por israelitas y que sirvieran como su guardia pretoriana. Se apertrechó para tratar de gobernar un estado que le queda grande a él y al propio gobierno federal. Es un gobernador fallido que vive en una burbuja de seguridad en un estado fallido.

Un ambicioso plan para crear una zona de exclusión de garantías bajo control militar, no ha podido llevarse a cabo. El Ejército quería establecer un cordón sanitario en Tamaulipas para imponer un estado de excepción, pero la sola idea ha provocado temor político ante el impacto que podría tener una zona bajo esas condiciones, que reconocería que los cárteles de la droga tienen control sobre los días y las noches tamaulipecas y que sólo con tácticas de guerra pueden vencerse.

Pero así como el sol no se tapa con un dedo, el control del narco sobre amplias zonas del territorio tamaulipeco tampoco. Hay acontecimientos que se conocen, como los últimos descubrimientos de fosas clandestinas de decenas de personas que fueron asesinadas por Los Zetas por negarse a trabajar para ellos. Hay otros que se desconocen, como los secuestros de empresarios -el último la semana pasada, del cual no se sabe prácticamente nada-, que provocó una diáspora y, al mismo tiempo, un boom en el negocio de renta de aviones particulares.

Un buen número de empresarios tamaulipecos ya no viven en Tamaulipas, ante el temor de ser secuestrados y porque, en algunos casos, sus propiedades han sido invadidas por narcotraficantes. Usan aviones privados para viajar a la ciudad donde tienen sus negocios, y permanecen unas cuantas horas. El caso del empresario secuestrado la semana pasada, interceptado recién salía del aeropuerto de Ciudad Victoria, acentuó la inseguridad que se vive aún en aquellos casos donde los recursos permiten incrementar significativamente las medidas preventivas.

Tamaulipas está partido entre cárteles. Todo el norte se encuentra bajo el control del Cártel del Golfo; Ciudad Victoria y el sur hacia Ciudad Madero, lo tienen Los Zetas. San Fernando, donde se han encontrado las fosas clandestinas desde el año pasado, es como la línea verde de los países árabes que separan cristianos de musulmanes, y que en los tiempos de guerra es tierra de nadie, donde se enfrentan los dos ejércitos.

Ahí es donde terminan las rutas terrestres de tráfico de personas procedentes de Centroamérica con destino a Estados Unidos. Las organizaciones criminales que tienen nexos con Los Zetas, que son los que manejan ese negocio en la zona oriental de México -las maras salvadoreñas vinculadas a las triadas chinas-, entregan en ese municipio su cargamento humano donde la banda criminal está forzando a quienes ven con buena condición física, a integrarse a su organización para poder combatir al Cártel del Golfo.

Las matanzas son un daño colateral más en esta guerra, pero no son un subproducto reciente. Se ha posicionado como un drama internacional por el descubrimiento de las fosas clandestinas, que tampoco son una práctica ajena de los cárteles de la droga en otras partes del país. En la tierra que no puede gobernar Torre Cantú, los frentes de esa guerra tienen su retaguardia, y las historias de inseguridad en sus diferentes comunidades son contadas en la intimidad ante el temor de represalias.

No hay esperanza actualmente que las fuerzas federales puedan brindarles un mínimo de seguridad, y las ciudades tamaulipecas son como fue Saigón durante la última parte de la Guerra de Vietnam: de día estaban bajo el control del Ejército estadounidense, pero de noche eran tierras de la guerrilla del Vietcong.

Torre Cantú es un hombre derrotado y un gobernador fallido. Esta semana apareció al lado del secretario de Gobernación, José Francisco Blake, y de la procuradora Marisela Morales, como figura acompañante en el anuncio de un reforzamiento de la fuerza federal en el estado, pero inerme, vulnerable, contando seguramente los días que le faltan para terminar su sexenio -dos mil 80-, si es que logra terminar un mandato para el cual, ni se preparó, ni está capacitado para responder.

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