René Avilés Fabila
La educación pública nacional gozó de un enorme prestigio que ahora, víctima de una extrema politización, ha perdido. Lo sé desde mi niñez porque nunca estuve más que en escuelas oficiales: de la primaria a la licenciatura. Mi propio posgrado lo hice en una universidad estatal francesa. Como profesor, me formé en la UNAM, en la misma Facultad que me permitió la titulación: Ciencias Políticas y Sociales. El resto ha sido trabajar en la UAM. Le he dedicado, pues, 50 años a la educación pública y, si contamos los años de formación, jamás he dejado de estar en sus aulas y bajo la tutela de maestros formados con rigor y devoción. Esto viene a cuento por la penosa situación que cruza la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, y particularmente por su rectora, la doctora Esther Orozco, una académica honesta, digna, de larga y brillante trayectoria y de posición crítica y positiva. Sus enemigos y los defensores de un radicalismo simplista de imaginario izquierdismo, que nos ha dañado y dividido, han caído con violencia sobre la institución y la funcionaria.
Es asombrosa la cantidad de injurias y lodo que le han arrojado por una sola razón: luego de un riguroso estudio de la UACM, la rectora Orozco vio que sus resultados no eran los mejores y decidió mejorarla. Nada veo en su trabajo y menos en sus juicios que ofenda o denigre a la universidad capitalina. La UNAM, la UAM y el IPN trabajan intensamente por elevar su nivel académico, por mejorar sus planes de estudios y aumentar la capacidad de enseñanza. No es fácil. La educación pública ha sido descuidada desde épocas priistas; ya con el PAN encima, el deterioro ha aumentado. Es obvio que nuestras universidades públicas requieren cirugía mayor, mejoría en la calidad educativa, profesores altamente calificados y un rigor académico que garantice resultados. No recuerdo que esto haya sido marginal en las universidades de los países socialistas. Al contrario, en las aulas había seriedad, las carreras estaban meticulosamente planeadas y en constante evolución. Lo vi en la desaparecida Unión Soviética y en Cuba. En la UAM es una preocupación constante que se nota diariamente. A nadie linchamos por decirnos que tal o cual ruta es inadecuada para obtener la excelencia que deben tener las escuelas públicas. En especial si hablamos de instituciones que disfrutan de autonomía y tienen una perspectiva social.
La Universidad Autónoma de la Ciudad de México ha recibido infinidad de críticas desde su fundación. Nunca fue un proyecto rigurosamente académico, era una maniobra política, pero allí está y es la esperanza de miles de jóvenes y la fuente de desarrollo profesional de multitud de académicos. Hay que defenderla, no destruirla. Dejar de lado la politiquería y abonarle dignidad y el decoro que la alta academia requiere. Sus egresados deben ser magníficos profesionistas para mejorar el rumbo del país. El trabajo de Esther Orozco merece respeto, su impresionante historial académico la respalda y pone a salvo de juicios rencorosos y de reacciones de garrafal infantilismo, el que por cierto, Lenin desdeñaba. Es una científica que ha mostrado resultados positivos y algo mejor y extraño en México, no sabe mentir ni participar de patrañas y fraudes al país. Razonablemente, ha dicho: “Afirmo, con convencimiento, que la capacidad de autogobernarse es un requisito para cumplir la misión de la universidad. La UACM no ha cumplido, pero parte de la responsabilidad corresponde a los diputados y diputadas de las legislaturas de los últimos 10 años, al no tomar a tiempo las medidas necesarias para evitar llegar a este estado deplorable. Ahora, la comunidad universitaria debe encontrar el difícil camino para salir adelante y resarcir el daño causado a los y las jóvenes que llegaron a la UACM llenos de ilusiones a realizar una carrera, pero al ritmo que llevan, a algunos les tomará 20 años terminarla. La UACM ha de trabajar arduo para construirse ella misma y para que la sociedad de la ciudad de México le perdone la falta de cuidado con los recursos provenientes del trabajo de sus ciudadanos, pero particularmente con sus hijos. A la ALDF y al Gobierno del DF les toca, dentro del total respeto a la autonomía universitaria, apoyar a la UACM con presupuesto, recomendaciones, construcción de infraestructura y laboratorios y aumento sustancial de la matrícula. Por otra parte, si corresponde, y a quien le corresponda, deberá aplicar las sanciones a que haya lugar por la irresponsabilidad en la actividad más sensible de la sociedad: la educación de sus hijos e hijas. La UACM es una institución fundamental para la ciudad de México, no la dejemos perder entre la corrupción, la impunidad y la demagogia”.
Muchos intelectuales y académicos de alto rango han defendido a la doctora Esther Orozco, utilizando argumentos sensatos y de rigor académico; sin embargo, los ataques y agresiones personales no cesan. Si la rectora Orozco pierde la batalla ante rivales llenos de odio, no perderá su brillante currículum, la derrotada será la UACM y en general la educación superior pública. Es inaudito que sus verdugos sean personas que se imaginan progresistas, cuando son los peores enemigos de la izquierda.
La educación pública nacional gozó de un enorme prestigio que ahora, víctima de una extrema politización, ha perdido. Lo sé desde mi niñez porque nunca estuve más que en escuelas oficiales: de la primaria a la licenciatura. Mi propio posgrado lo hice en una universidad estatal francesa. Como profesor, me formé en la UNAM, en la misma Facultad que me permitió la titulación: Ciencias Políticas y Sociales. El resto ha sido trabajar en la UAM. Le he dedicado, pues, 50 años a la educación pública y, si contamos los años de formación, jamás he dejado de estar en sus aulas y bajo la tutela de maestros formados con rigor y devoción. Esto viene a cuento por la penosa situación que cruza la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, y particularmente por su rectora, la doctora Esther Orozco, una académica honesta, digna, de larga y brillante trayectoria y de posición crítica y positiva. Sus enemigos y los defensores de un radicalismo simplista de imaginario izquierdismo, que nos ha dañado y dividido, han caído con violencia sobre la institución y la funcionaria.
Es asombrosa la cantidad de injurias y lodo que le han arrojado por una sola razón: luego de un riguroso estudio de la UACM, la rectora Orozco vio que sus resultados no eran los mejores y decidió mejorarla. Nada veo en su trabajo y menos en sus juicios que ofenda o denigre a la universidad capitalina. La UNAM, la UAM y el IPN trabajan intensamente por elevar su nivel académico, por mejorar sus planes de estudios y aumentar la capacidad de enseñanza. No es fácil. La educación pública ha sido descuidada desde épocas priistas; ya con el PAN encima, el deterioro ha aumentado. Es obvio que nuestras universidades públicas requieren cirugía mayor, mejoría en la calidad educativa, profesores altamente calificados y un rigor académico que garantice resultados. No recuerdo que esto haya sido marginal en las universidades de los países socialistas. Al contrario, en las aulas había seriedad, las carreras estaban meticulosamente planeadas y en constante evolución. Lo vi en la desaparecida Unión Soviética y en Cuba. En la UAM es una preocupación constante que se nota diariamente. A nadie linchamos por decirnos que tal o cual ruta es inadecuada para obtener la excelencia que deben tener las escuelas públicas. En especial si hablamos de instituciones que disfrutan de autonomía y tienen una perspectiva social.
La Universidad Autónoma de la Ciudad de México ha recibido infinidad de críticas desde su fundación. Nunca fue un proyecto rigurosamente académico, era una maniobra política, pero allí está y es la esperanza de miles de jóvenes y la fuente de desarrollo profesional de multitud de académicos. Hay que defenderla, no destruirla. Dejar de lado la politiquería y abonarle dignidad y el decoro que la alta academia requiere. Sus egresados deben ser magníficos profesionistas para mejorar el rumbo del país. El trabajo de Esther Orozco merece respeto, su impresionante historial académico la respalda y pone a salvo de juicios rencorosos y de reacciones de garrafal infantilismo, el que por cierto, Lenin desdeñaba. Es una científica que ha mostrado resultados positivos y algo mejor y extraño en México, no sabe mentir ni participar de patrañas y fraudes al país. Razonablemente, ha dicho: “Afirmo, con convencimiento, que la capacidad de autogobernarse es un requisito para cumplir la misión de la universidad. La UACM no ha cumplido, pero parte de la responsabilidad corresponde a los diputados y diputadas de las legislaturas de los últimos 10 años, al no tomar a tiempo las medidas necesarias para evitar llegar a este estado deplorable. Ahora, la comunidad universitaria debe encontrar el difícil camino para salir adelante y resarcir el daño causado a los y las jóvenes que llegaron a la UACM llenos de ilusiones a realizar una carrera, pero al ritmo que llevan, a algunos les tomará 20 años terminarla. La UACM ha de trabajar arduo para construirse ella misma y para que la sociedad de la ciudad de México le perdone la falta de cuidado con los recursos provenientes del trabajo de sus ciudadanos, pero particularmente con sus hijos. A la ALDF y al Gobierno del DF les toca, dentro del total respeto a la autonomía universitaria, apoyar a la UACM con presupuesto, recomendaciones, construcción de infraestructura y laboratorios y aumento sustancial de la matrícula. Por otra parte, si corresponde, y a quien le corresponda, deberá aplicar las sanciones a que haya lugar por la irresponsabilidad en la actividad más sensible de la sociedad: la educación de sus hijos e hijas. La UACM es una institución fundamental para la ciudad de México, no la dejemos perder entre la corrupción, la impunidad y la demagogia”.
Muchos intelectuales y académicos de alto rango han defendido a la doctora Esther Orozco, utilizando argumentos sensatos y de rigor académico; sin embargo, los ataques y agresiones personales no cesan. Si la rectora Orozco pierde la batalla ante rivales llenos de odio, no perderá su brillante currículum, la derrotada será la UACM y en general la educación superior pública. Es inaudito que sus verdugos sean personas que se imaginan progresistas, cuando son los peores enemigos de la izquierda.
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