Francisco Rodríguez / Índice Político
La clase política mexicana –desclasada y sin clase– está atada al pasado. La mayoría de sus integrantes, si no es que todos, son incapaces de ver hacia delante y pasan su breve vida pública volteando hacia atrás. Inamovibles, se han convertido en estatuas de sal. Cada cual ve su Sodoma. Cada uno su Gomorra.
Los panistas, tras diez años dizque al frente de la administración pública federal, aún no superan la etapa que debiera ser la inicial –y breve, además– de echar todas las culpas a sus antecesores priístas. Nada de eso. Como nada (bueno) han hecho, siguen estancados en el pasado.
Los tricolores, por su parte, están solidificados –y también salados– en pugnas de añeja data.
Ahí tiene usted cual paradigma al polémico Carlos Salinas de Gortari, quien cada ocasión que se le presenta trata de exculparse de las crisis de 1993-1994, cuyo mal manejo diera pauta al arribo de los blanquiazules.
“Al concluir mi administración en noviembre de 1994 el país tenía problemas. Así lo he reconocido. Pero el nuevo gobierno (de Ernesto Zedillo) recibió también un país sin inflación y con moderado déficit fiscal, la deuda interna abatida por los ingresos de las privatizaciones, y la deuda externa desplomada”, menciona Salinas de Gortari.
A través de una columna escrita en el periódico Milenio, el político priísta descarta que la crisis que vivió el país a finales de su sexenio haya sido por las decisiones que tomó su administración en aquellos momentos.
“No fui yo, fue Ernesto. Pégale, pégale que él fue”. Infantiloide, ¿o no?
Más todavía cuando, con trabajo y tesón, muchos ya comenzamos a recuperarnos de las imbecilidades económicas de ambos. De quien mató a la vaca –para ponernos a tono con ellos— y de quien le amarró la pata.
Decepciona que, como todos o casi todos Salinas sólo tenga ojos en la nuca. Que no mire hacia el frente. Que nada más vea hacia atrás. Y eso que presume de una inteligencia preclara.
Como en reversa ven los panistas, todo el tiempo.
Javier Lozano, ocupante de la Secretaría del Trabajo, por ejemplo, resultó el paradigma de una Administración que, fallida al cien por ciento como lo es la de su jefe Felipe Calderón, haya empleado hace unos días un debate radiofónico con el dirigente formal de los priístas, Humberto Moreira, para repetir y repetir que el país estaba peor cuando lo gobernaban los priístas. Lozano mismo uno de ellos, según le recordó el coahuilense.
Hizo lo mismo, un par de jornadas después, el dirigente formal del blanquiazul, Gustavito Madero, quien ante los banqueros reunidos en Acapulco ofreció cifras de más muertos por la violencia durante el príato que las que hasta ahora ha acumulado, cadáver sobre cadáver, el calderonato.
Se hablaba en la vieja cultura del tricolor de la existencia de tres sobres que el mandatario federal saliente entregaba a su sucesor. En el contenido del primero se leía: “Échale toda la culpa a tu antecesor”. En el segundo, para su apertura en el segundo año de gestión, el texto rezaba: “Haz cambios”. Y en el tercero, que debería abrirse al cuarto año: “Escribe tus tres cartas”.
Salinas y Calderón, junto con sus colaboradores, no han superado el segundo año. Lo repiten y repiten ad perpetuam. No cambian y no hacen los cambios que son necesarios. Van en reversa, en sentido contrario a la sociedad.
Mientras millones deseamos una realidad distinta a la actual, miles más se oponen a ella, rechazando cualquier posibilidad de mejorar, bajo la simple creencia de que lo que está, debe permanecer de la misma forma.
Mientras millones intentamos cumplir todas y cada una de las reglas, miles más se empeñan en encontrar un sentido literal en ellas, para cruzarlas, mientras las razones para la existencia de determinadas medidas, siguen permaneciendo vigentes, e incluso, en un lapso de tiempo ignoradas, por particulares y autoridades.
En algún momento se engendró en nuestra cultura política la imposibilidad de romper esquemas, de innovar. Se inculcó la idea que si nadie en una familia ha podido salir de la pobreza, nadie podrá hacerlo jamás. Se inculca que si nadie en esa familia es profesional, nadie podrá nunca serlo. Y ahora el problema es cómo romper esas ataduras y enfrentar el futuro.
Olvidamos que las divisiones eran validas sólo cuando éramos gobernados por quienes no nos comprendían, por poseer diferentes tradiciones, costumbres y creencias, divisiones que son obsoletas cuando debemos gobernarnos a nosotros mismos, cuando debemos formar frentes comunes contra quienes hemos permitido nos sigan dividiendo.
Al final, mientras más segregación soportemos, mientras más nos dividamos y clasifiquemos y permitamos que continúe contagiándose, menos seremos capaces de cambiar la situación de un país, que aún está a tiempo de ser, y no cuando sea tierra de nadie, o de algunos sin conciencia, como ya sucede…
Y ¿sabe usted por qué? Pues porque han gobernado y hoy mal administran quienes se han convertido en estatuas de sal.
Índice Flamígero: “La reversa también es un cambio”, bromeaban los críticos de Vicente Fox ante el incumplimiento de compromisos del primer panista en arribar a Los Pinos. Y en reversa va la lucha en contra de la pobreza –entre otras áreas de dizque gobierno. Lea usted: El incremento del gasto operativo del Gobierno y el destinado a sus remuneraciones generará un aumento de 5.5 millones de pobres en 2011, respecto a 2010, con lo cual se contabilizarán 54 millones de personas sin acceso a vivienda digna, seguridad ni educación, según el Centro de Investigación en Economía y Negocios del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México.” Para atrás. Como en todo, pues.
La clase política mexicana –desclasada y sin clase– está atada al pasado. La mayoría de sus integrantes, si no es que todos, son incapaces de ver hacia delante y pasan su breve vida pública volteando hacia atrás. Inamovibles, se han convertido en estatuas de sal. Cada cual ve su Sodoma. Cada uno su Gomorra.
Los panistas, tras diez años dizque al frente de la administración pública federal, aún no superan la etapa que debiera ser la inicial –y breve, además– de echar todas las culpas a sus antecesores priístas. Nada de eso. Como nada (bueno) han hecho, siguen estancados en el pasado.
Los tricolores, por su parte, están solidificados –y también salados– en pugnas de añeja data.
Ahí tiene usted cual paradigma al polémico Carlos Salinas de Gortari, quien cada ocasión que se le presenta trata de exculparse de las crisis de 1993-1994, cuyo mal manejo diera pauta al arribo de los blanquiazules.
“Al concluir mi administración en noviembre de 1994 el país tenía problemas. Así lo he reconocido. Pero el nuevo gobierno (de Ernesto Zedillo) recibió también un país sin inflación y con moderado déficit fiscal, la deuda interna abatida por los ingresos de las privatizaciones, y la deuda externa desplomada”, menciona Salinas de Gortari.
A través de una columna escrita en el periódico Milenio, el político priísta descarta que la crisis que vivió el país a finales de su sexenio haya sido por las decisiones que tomó su administración en aquellos momentos.
“No fui yo, fue Ernesto. Pégale, pégale que él fue”. Infantiloide, ¿o no?
Más todavía cuando, con trabajo y tesón, muchos ya comenzamos a recuperarnos de las imbecilidades económicas de ambos. De quien mató a la vaca –para ponernos a tono con ellos— y de quien le amarró la pata.
Decepciona que, como todos o casi todos Salinas sólo tenga ojos en la nuca. Que no mire hacia el frente. Que nada más vea hacia atrás. Y eso que presume de una inteligencia preclara.
Como en reversa ven los panistas, todo el tiempo.
Javier Lozano, ocupante de la Secretaría del Trabajo, por ejemplo, resultó el paradigma de una Administración que, fallida al cien por ciento como lo es la de su jefe Felipe Calderón, haya empleado hace unos días un debate radiofónico con el dirigente formal de los priístas, Humberto Moreira, para repetir y repetir que el país estaba peor cuando lo gobernaban los priístas. Lozano mismo uno de ellos, según le recordó el coahuilense.
Hizo lo mismo, un par de jornadas después, el dirigente formal del blanquiazul, Gustavito Madero, quien ante los banqueros reunidos en Acapulco ofreció cifras de más muertos por la violencia durante el príato que las que hasta ahora ha acumulado, cadáver sobre cadáver, el calderonato.
Se hablaba en la vieja cultura del tricolor de la existencia de tres sobres que el mandatario federal saliente entregaba a su sucesor. En el contenido del primero se leía: “Échale toda la culpa a tu antecesor”. En el segundo, para su apertura en el segundo año de gestión, el texto rezaba: “Haz cambios”. Y en el tercero, que debería abrirse al cuarto año: “Escribe tus tres cartas”.
Salinas y Calderón, junto con sus colaboradores, no han superado el segundo año. Lo repiten y repiten ad perpetuam. No cambian y no hacen los cambios que son necesarios. Van en reversa, en sentido contrario a la sociedad.
Mientras millones deseamos una realidad distinta a la actual, miles más se oponen a ella, rechazando cualquier posibilidad de mejorar, bajo la simple creencia de que lo que está, debe permanecer de la misma forma.
Mientras millones intentamos cumplir todas y cada una de las reglas, miles más se empeñan en encontrar un sentido literal en ellas, para cruzarlas, mientras las razones para la existencia de determinadas medidas, siguen permaneciendo vigentes, e incluso, en un lapso de tiempo ignoradas, por particulares y autoridades.
En algún momento se engendró en nuestra cultura política la imposibilidad de romper esquemas, de innovar. Se inculcó la idea que si nadie en una familia ha podido salir de la pobreza, nadie podrá hacerlo jamás. Se inculca que si nadie en esa familia es profesional, nadie podrá nunca serlo. Y ahora el problema es cómo romper esas ataduras y enfrentar el futuro.
Olvidamos que las divisiones eran validas sólo cuando éramos gobernados por quienes no nos comprendían, por poseer diferentes tradiciones, costumbres y creencias, divisiones que son obsoletas cuando debemos gobernarnos a nosotros mismos, cuando debemos formar frentes comunes contra quienes hemos permitido nos sigan dividiendo.
Al final, mientras más segregación soportemos, mientras más nos dividamos y clasifiquemos y permitamos que continúe contagiándose, menos seremos capaces de cambiar la situación de un país, que aún está a tiempo de ser, y no cuando sea tierra de nadie, o de algunos sin conciencia, como ya sucede…
Y ¿sabe usted por qué? Pues porque han gobernado y hoy mal administran quienes se han convertido en estatuas de sal.
Índice Flamígero: “La reversa también es un cambio”, bromeaban los críticos de Vicente Fox ante el incumplimiento de compromisos del primer panista en arribar a Los Pinos. Y en reversa va la lucha en contra de la pobreza –entre otras áreas de dizque gobierno. Lea usted: El incremento del gasto operativo del Gobierno y el destinado a sus remuneraciones generará un aumento de 5.5 millones de pobres en 2011, respecto a 2010, con lo cual se contabilizarán 54 millones de personas sin acceso a vivienda digna, seguridad ni educación, según el Centro de Investigación en Economía y Negocios del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México.” Para atrás. Como en todo, pues.
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