Rubén Cortés
Lo mejor del arte es igual que en el vino: la sinceridad. Gustan o no, aun si sean un Picasso o un Vega Sicilia, porque tienen personalidad propia, ambos hacen al entorno, no el entorno a ellos. Un cuadro es bueno sin importar el recinto donde cuelgue. Un vino lo es sin importar la mesa donde lo bebes.
Tengo en mi librero, colgado de un palillo de dientes, la copia en papel gaceta de una pintura del gran paisajista cubano Maikel Martínez: La nube. El original es un óleo sobre lienzo de 48 por 60 pulgadas que está en su casa de Miami, Florida.
Es una nube blanquiazul como son las nubes. Es tan como las nubes que parece real y la ves desde la ventanilla de un avión. De hecho, recuerda más a una nube que una nube misma. “Me recuerda más a ti, que tú”, escribiría Groucho Marx.
Es perfecta. Ante ella viene la tentación de usar tecnicismos como “hiperrealismo” o “fotorrealismo”. Pero el hechizo se estropearía. Es preferible admitir que gusta porque provoca un sucedáneo de nostalgias al estilo de los griegos: nostos (regreso) y algos (sufrimiento).
Porque esa nube, depositada por la imaginación de Maikel a la orilla de una playa, asume lo indeterminado del mar que separa al autor de su isla natal. Como insinuaba Shakespeare: “La tierra tiene burbujas, como las tiene el agua”.
Es que junto a la nube hay un personaje minúsculo, insignificante que parece ser el mismo Maikel emigrado en un país que ni entiende ni lo entiende: una nube exiliada que embona en un pasaje memorable del Martín Fierro desterrado de la pampa:
“Y cuando la habían pasao, una madrugada, claro le dijo Cruz que mirara las últimas poblaciones y a Fierro dos lagrimones le rodaron por la cara”.
A mi me recuerda a Maikel niño, bajo las nubes, corriendo sendero abajo a bañarse en el río. Me sugiere, ahora de adulto, los lugares que antaño me conmovieron.
Hoy, Maikel es uno de los paisajistas más reconocidos en Estados Unidos. Su obra aparece en la página www.maikelmartinez.com. Y el galerista Ernesto Lozano gestiona para mostrar su trabajo en la ciudad de México.
Sin embargo, como las camisas (que uno siempre acaba usando sólo las que le gustan) de la obra de Maikel me fascina La nube, por su fuerza, al estilo de lo que Lezama describía como “un remolino o los terribles catarros del huracán”.
Decía el propio Lezama que hay dos clases de criollos: quienes se contentan con un verde y un azul en su paleta; y los que añaden siempre unos gránulos grises, un fino meditar sobre nubes de ausencias y olvidos.
Maikel es de los últimos. Por supuesto.
Lo mejor del arte es igual que en el vino: la sinceridad. Gustan o no, aun si sean un Picasso o un Vega Sicilia, porque tienen personalidad propia, ambos hacen al entorno, no el entorno a ellos. Un cuadro es bueno sin importar el recinto donde cuelgue. Un vino lo es sin importar la mesa donde lo bebes.
Tengo en mi librero, colgado de un palillo de dientes, la copia en papel gaceta de una pintura del gran paisajista cubano Maikel Martínez: La nube. El original es un óleo sobre lienzo de 48 por 60 pulgadas que está en su casa de Miami, Florida.
Es una nube blanquiazul como son las nubes. Es tan como las nubes que parece real y la ves desde la ventanilla de un avión. De hecho, recuerda más a una nube que una nube misma. “Me recuerda más a ti, que tú”, escribiría Groucho Marx.
Es perfecta. Ante ella viene la tentación de usar tecnicismos como “hiperrealismo” o “fotorrealismo”. Pero el hechizo se estropearía. Es preferible admitir que gusta porque provoca un sucedáneo de nostalgias al estilo de los griegos: nostos (regreso) y algos (sufrimiento).
Porque esa nube, depositada por la imaginación de Maikel a la orilla de una playa, asume lo indeterminado del mar que separa al autor de su isla natal. Como insinuaba Shakespeare: “La tierra tiene burbujas, como las tiene el agua”.
Es que junto a la nube hay un personaje minúsculo, insignificante que parece ser el mismo Maikel emigrado en un país que ni entiende ni lo entiende: una nube exiliada que embona en un pasaje memorable del Martín Fierro desterrado de la pampa:
“Y cuando la habían pasao, una madrugada, claro le dijo Cruz que mirara las últimas poblaciones y a Fierro dos lagrimones le rodaron por la cara”.
A mi me recuerda a Maikel niño, bajo las nubes, corriendo sendero abajo a bañarse en el río. Me sugiere, ahora de adulto, los lugares que antaño me conmovieron.
Hoy, Maikel es uno de los paisajistas más reconocidos en Estados Unidos. Su obra aparece en la página www.maikelmartinez.com. Y el galerista Ernesto Lozano gestiona para mostrar su trabajo en la ciudad de México.
Sin embargo, como las camisas (que uno siempre acaba usando sólo las que le gustan) de la obra de Maikel me fascina La nube, por su fuerza, al estilo de lo que Lezama describía como “un remolino o los terribles catarros del huracán”.
Decía el propio Lezama que hay dos clases de criollos: quienes se contentan con un verde y un azul en su paleta; y los que añaden siempre unos gránulos grises, un fino meditar sobre nubes de ausencias y olvidos.
Maikel es de los últimos. Por supuesto.
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