El PRI contra el salario y el empleo

Arnaldo Córdova

Los dos elementos básicos de la economía, tal y como la pensó Adam Smith en la segunda mitad del siglo XVIII, son el salario y la ganancia. Dado el sistema económico de Inglaterra, se debía agregar la renta de la tierra. El salario, como es bien sabido, es la remuneración que toca al trabajador; la ganancia es el beneficio que la producción da al capital. La economía, según Smith, era un diseño racional de la actividad productiva de la sociedad, en el que todos salían ganando. Si así estuvieran las cosas, éste, de verdad, sería un mundo feliz. Por desgracia, las cosas están muy lejos de ser tan perfectas.

En este vil mundo real en el que nos ha tocado vivir las cosas son terriblemente diferentes. Lejos de lo que pensaba Smith, siempre hay alguien que piensa en robar al otro para aumentar su beneficio hasta el límite posible. Nadie se contenta con lo que la naturaleza le ha asignado. Los trabajadores se darían por muy bien servidos si recibieran el salario que merecen, dada su contribución al proceso productivo. Pero el caso es que todo el tiempo ven cómo los patrones se echan sobre el salario, tratando siempre de reducirlo lo más que se pueda para aumentar desmesuradamente sus ganancias, a costa del bienestar del trabajador. Eso lo vemos todos los días.

Se alega siempre el tema de la competitividad. Todo mundo sabe que la competitividad se logra a base de buena tecnología y la reducción de costos en el proceso productivo. Pero nuestros patrones no saben otro camino que protegerse bajo el escudo del Estado y hacer añicos la economía familiar del asalariado. Vale decir, reduciendo al infinito su salario. Y en eso el PRI ha estado siempre a la vanguardia. Ya he recordado que, en alguna ocasión, cuando gobernaba Salinas, en la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, los mismos patrones, al sentir que sus ingresos aumentaban, propusieron un aumento en el salario mínimo. El gobierno dio el manotazo en la mesa y determinó que eso no procedía.

La propuesta priísta de reforma laboral sigue en esa línea traidora a los intereses de los trabajadores y de sumisión a la patronal. Un modo de violar la integridad del salario real es pasar sobre la estabilidad en el trabajo. En el viejo derecho del trabajo, que está por periclitar, la garantía última de los derechos de los trabajadores se fijaba en los contratos colectivos de trabajo. Salario por tiempo de trabajo, jornada máxima de labores, ocupación fija para los trabajadores, prestaciones laborales, todo ello y otras cosas quedaban establecidas en el contrato. En la iniciativa priísta el contrato colectivo de trabajo ya no sirve para nada.

Las relaciones de trabajo se convierten en un asunto puramente individual del trabajador y deja de ser asunto de la colectividad de los trabajadores, su sindicato. En el viejo derecho del trabajo, era el sindicato el que, a través de su contrato colectivo, fijaba las normas, negociándolas con el patrón o su representante legal, que regirían la relación de trabajo. La iniciativa priísta, como ya antes la del panista Lozano, deja todo a la voluntad del patrón: él decide el tiempo en el que un trabajador laborará y, desde luego, sometido a escrutinio (si sirve o no para el puesto de trabajo) y calificado luego de un cierto tiempo (seis meses). Deben cumplirse, exactamente, los seis meses. Un día antes, el patrón puede echar a la calle al trabajador, porque no sirvió o no le satisfizo.

Todo ello implica pagar un salario condicionado a los buenos resultados de la prueba; pero también a los intereses concretos del patrón. Eso se puede hacer con todos los trabajadores, incluidos aquellos que ya cuentan con una buena preparación profesional. De eso la iniciativa priísta no dice ni media palabra. Se trata de un salario de prueba, vale decir, inferior a los estándares legales y sin garantía. Y aquí entramos a un tema que todos los economistas señalan: salarios bajos quieren decir casi siempre altas ganancias. Nuestra economía, aunque no al nivel de la china, se ha sostenido debido a los bajísimos salarios que los patrones pagan.

La iniciativa priísta flexibiliza al máximo las relaciones laborales. En el viejo derecho del trabajo, un trabajador hacía la labor para la que era contratado y sólo voluntariamente podía hacer otras. Un trabajador era contratado por ocho horas de tiempo de trabajo para hacer su labor. Si ésta no se hacía, no podía ser obligado a hacer otras. Y, cumplidas las ocho horas de tiempo, se iba a su casa. Eso ya no funciona en ningún lugar del mundo. La flexibilización ha impuesto, en primer término, que el trabajador será empleado cuando se le necesite. Si son tres horas o catorce en una sola jornada no importa. Tampoco se admite ya que sólo pueda hacer una sola labor. Debe estar dispuesto a hacer muchas otras.

En los hechos, eso ya se ha impuesto en todo el mundo desde los años ochenta. En ese proceso, lo que el movimiento obrero que se mantiene independiente ha logrado, es que, al menos, se respeten los términos legales, semanales o mensuales, de tiempo máximo de trabajo. La iniciativa priísta es ciega a este respecto y no establece ninguna garantía de protección del trabajador. Un patrón puede emplearlo o no emplearlo el tiempo que se le antoje. Todo ello, mezclado con los contratos de prueba, deja al trabajador totalmente a merced de la avaricia y la maldad (muy común en los humanos) de su patrón.

Un trabajador puede pasarse la vida cumpliendo contratos de prueba que pueden ser de sólo tres meses. Está a merced de su patrón. No puede alegar ningún derecho a su favor, pues el contrato es una manifestación de la voluntad personal y, en la forma, es su voluntad someterse al canibalismo y la ferocidad de su patrón, siempre en busca de una mayor ganancia. Eso es la letra de la iniciativa priísta, que ese falderillo que coordina a los diputados del partidazo sometió a los abogados de la patronal. Es la misma que contiene la iniciativa del gorila de la Secretaría del Trabajo y que sólo la iniciativa priísta nos la hace recordar.

En la iniciativa laboral del PRI todos los derechos de los trabajadores, hasta los más elementales, son socavados de raíz. El PRI nunca ha representado los intereses de los trabajadores. En realidad, siempre ha sido su enemigo jurado. Eso fue cierto, en parte también con Cárdenas, que los sometió a un sistema de dominación que nunca los dejó desarrollarse como una fuerza independiente que pudiera hacer sentir su voz y su voluntad en el concierto de la política nacional. Pero lo que hoy podemos ver es, simplemente, la ignominia total. El PRI siempre ha estado en contra de los intereses de las clases trabajadoras y éstas deben su miseria actual a ese partido.

Ahora, con su iniciativa de reforma a la Ley Federal del Trabajo, los priístas se aprestan a destazar a las clases trabajadoras en la mesa del banquete patronal. Se podría uno preguntar, ¿para qué? Es difícil saber qué es lo que buscan hoy los priístas con acciones como esa; pero resulta claro que son, como siempre lo han sido, unos serviles de los poderosos sin dignidad alguna, llámense como se llamen, basta con que tengan el poder.

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