Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
En la guerra contra el narcotráfico, el presidente Felipe Calderón ha perdido frente a la República de las Opiniones. A lo largo de cinco años, los pocos pelotones que vieron con ojos críticos la manera como el gobierno federal se lanzó al combate de los cárteles de la droga, han visto como su frente de batalla se ha engrosado. Hoy, el consenso presidencial para la guerra es inexistente en las élites, que disparan campañas dirigidas a él que dicen “¡No más sangre!”, “¡Ya basta!”, y “¡Estamos hasta la madre!”. Pero cuidado, porque el mundo de la percepción no es el real.
El presidente Calderón no está mudo. Respondió, si no en un lenguaje quid pro quo, sí al tú por tú práctico, que los ya bastas deben ser dirigidos a los criminales no al gobierno, provocando un aluvión de críticas en las trincheras de las élites, aún en las viejas aliadas. Intelectuales que sirvieron de cabilderos de su gabinete, pastoreando periodistas, profesionales que se emplearon de asesores en comunicación política y figuras que se alquilaron de ideólogos, abandonaron el barco calderonista, y se acercaron a aquellos que antes denostaban por sus posiciones críticas.
Durante meses hubo muy pocos espacios –este incluido-, que plantearon que el esquema de propaganda política del gobierno en sus spots sobre la delincuencia organizada, era el equivalente a la apología del delito. El gobierno federal reaccionó hace casi un año, modificando la utilización de averiguaciones previas como parte de sus guiones en los spots, mientras que la masa de la República de las Opiniones comenzó a reparar ello apenas en el segundo semestre del año pasado.
Bajo esa línea de pensamiento, hubo críticas generalizadas –incluido también este espacio-, contra la utilización mediática de un narcomenudista, José Jorge Balderas Garza, conocido como el “J.J.”, cuya acción más famosa fue supuestamente haber agredido al futbolista Salvador Cabañas en un bar de celebridades. Balderas Garza fue puesto ante las cámaras de televisión de TV Azteca y Televisa, para que dos de sus conductores estrellas lo entrevistaran.
El “J.J.” apareció fresco, bien peinado y bien vestido, aparentando ser más un joven millonario con el suficiente dinero para dedicarse a la buena vida, que un distribuidor de droga del narcotraficante Edgar Váldes Villarreal, “La Barbie”. Las críticas a lo que muchos –este autor incluido- consideraron un exceso de la propaganda, no tuvieron eco real en el gobierno federal.
Una encuesta ordenada por Los Pinos para medir el impacto de esas entrevistas resultó en que el 70% de los mexicanos no la habían procesado igual que en la República de las Opiniones, sino al contrario: mostrarlo, probaba que el Presidente sí va en serio en la lucha contra las drogas y que está dando resultados.
La división de criterios sobre la utilización mediática de los criminales a través de spots o entrevistas como las del “J.J.” refleja también el abismo que separa al presidente Calderón de las élites en la lucha contra la delincuencia organizada. Hay una ausencia de consenso en lo que se identifica como “el círculo rojo” -periodistas, intelectuales y un sector de la sociedad-, pero en las encuestas diarias para medir el pulso de la gente en general, denominada “círculo verde”, el respaldo es terminante.
Mientras para la mayoría de las élites la guerra la va perdiendo el gobierno federal, para la sociedad en su conjunto, la va ganando y el apoyo para el presidente Calderón es abrumador. La estrategia mediática ha sido tan persuasiva, que dentro del Ejército, que eran los más reticentes a este tipo de estrategia de comunicación, admiten ahora que la presentación de criminales en las pantallas de televisión sí ayudó a cambiar la opinión de la gente a favor de la lucha contra el narcotráfico.
El Presidente ha logrado mediante ese tipo de propaganda, el consenso para gobernar. En este contexto, que haya perdido el consenso de las élites parece algo muy marginal. El pelotón de las élites no ha podido convencer a la mayoría de la gente con sus argumentos que la guerra no lleva a ningún lado, que no existe estrategia y tampoco resultados. La propaganda sostiene, en cambio, niveles de aprobación a la lucha contra las drogas de 7 de cada 10 mexicanos.
Habrá quien cuestione las encuestas presidenciales, pero una pública reciente, de Consulta Mitofsky, muestra que la principal preocupación de los mexicanos es la inseguridad pública, mientras que el narcotráfico bajó de 7% de preocupación el año pasado, a 5% en el primer trimestre de este año. Es decir, el discurso machacante del gobierno federal del narcotráfico como un problema federal que a todos concierne, y la seguridad pública como una responsabilidad primaria de gobiernos estatales y municipales, ya penetró en la sociedad.
Las élites no han hecho ese deslinde en su crítica, ni construido un argumento persuasivo que explique y vincule ambos tipos de fenómenos para reenfocar el abordaje crítico de la estrategia del Presidente. Por lo pronto, en el campo de batalla de las persuasiones, la guerra por las mentes la va ganando el gobierno federal.
En la guerra contra el narcotráfico, el presidente Felipe Calderón ha perdido frente a la República de las Opiniones. A lo largo de cinco años, los pocos pelotones que vieron con ojos críticos la manera como el gobierno federal se lanzó al combate de los cárteles de la droga, han visto como su frente de batalla se ha engrosado. Hoy, el consenso presidencial para la guerra es inexistente en las élites, que disparan campañas dirigidas a él que dicen “¡No más sangre!”, “¡Ya basta!”, y “¡Estamos hasta la madre!”. Pero cuidado, porque el mundo de la percepción no es el real.
El presidente Calderón no está mudo. Respondió, si no en un lenguaje quid pro quo, sí al tú por tú práctico, que los ya bastas deben ser dirigidos a los criminales no al gobierno, provocando un aluvión de críticas en las trincheras de las élites, aún en las viejas aliadas. Intelectuales que sirvieron de cabilderos de su gabinete, pastoreando periodistas, profesionales que se emplearon de asesores en comunicación política y figuras que se alquilaron de ideólogos, abandonaron el barco calderonista, y se acercaron a aquellos que antes denostaban por sus posiciones críticas.
Durante meses hubo muy pocos espacios –este incluido-, que plantearon que el esquema de propaganda política del gobierno en sus spots sobre la delincuencia organizada, era el equivalente a la apología del delito. El gobierno federal reaccionó hace casi un año, modificando la utilización de averiguaciones previas como parte de sus guiones en los spots, mientras que la masa de la República de las Opiniones comenzó a reparar ello apenas en el segundo semestre del año pasado.
Bajo esa línea de pensamiento, hubo críticas generalizadas –incluido también este espacio-, contra la utilización mediática de un narcomenudista, José Jorge Balderas Garza, conocido como el “J.J.”, cuya acción más famosa fue supuestamente haber agredido al futbolista Salvador Cabañas en un bar de celebridades. Balderas Garza fue puesto ante las cámaras de televisión de TV Azteca y Televisa, para que dos de sus conductores estrellas lo entrevistaran.
El “J.J.” apareció fresco, bien peinado y bien vestido, aparentando ser más un joven millonario con el suficiente dinero para dedicarse a la buena vida, que un distribuidor de droga del narcotraficante Edgar Váldes Villarreal, “La Barbie”. Las críticas a lo que muchos –este autor incluido- consideraron un exceso de la propaganda, no tuvieron eco real en el gobierno federal.
Una encuesta ordenada por Los Pinos para medir el impacto de esas entrevistas resultó en que el 70% de los mexicanos no la habían procesado igual que en la República de las Opiniones, sino al contrario: mostrarlo, probaba que el Presidente sí va en serio en la lucha contra las drogas y que está dando resultados.
La división de criterios sobre la utilización mediática de los criminales a través de spots o entrevistas como las del “J.J.” refleja también el abismo que separa al presidente Calderón de las élites en la lucha contra la delincuencia organizada. Hay una ausencia de consenso en lo que se identifica como “el círculo rojo” -periodistas, intelectuales y un sector de la sociedad-, pero en las encuestas diarias para medir el pulso de la gente en general, denominada “círculo verde”, el respaldo es terminante.
Mientras para la mayoría de las élites la guerra la va perdiendo el gobierno federal, para la sociedad en su conjunto, la va ganando y el apoyo para el presidente Calderón es abrumador. La estrategia mediática ha sido tan persuasiva, que dentro del Ejército, que eran los más reticentes a este tipo de estrategia de comunicación, admiten ahora que la presentación de criminales en las pantallas de televisión sí ayudó a cambiar la opinión de la gente a favor de la lucha contra el narcotráfico.
El Presidente ha logrado mediante ese tipo de propaganda, el consenso para gobernar. En este contexto, que haya perdido el consenso de las élites parece algo muy marginal. El pelotón de las élites no ha podido convencer a la mayoría de la gente con sus argumentos que la guerra no lleva a ningún lado, que no existe estrategia y tampoco resultados. La propaganda sostiene, en cambio, niveles de aprobación a la lucha contra las drogas de 7 de cada 10 mexicanos.
Habrá quien cuestione las encuestas presidenciales, pero una pública reciente, de Consulta Mitofsky, muestra que la principal preocupación de los mexicanos es la inseguridad pública, mientras que el narcotráfico bajó de 7% de preocupación el año pasado, a 5% en el primer trimestre de este año. Es decir, el discurso machacante del gobierno federal del narcotráfico como un problema federal que a todos concierne, y la seguridad pública como una responsabilidad primaria de gobiernos estatales y municipales, ya penetró en la sociedad.
Las élites no han hecho ese deslinde en su crítica, ni construido un argumento persuasivo que explique y vincule ambos tipos de fenómenos para reenfocar el abordaje crítico de la estrategia del Presidente. Por lo pronto, en el campo de batalla de las persuasiones, la guerra por las mentes la va ganando el gobierno federal.
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