Axel Didriksson
Por fin, después de 10 años, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) se ha abierto a la discusión sobre sí misma. Tan sólo por eso valió la pena la acción emprendida por su rectora, la doctora Esther Orozco, al dar a conocer su opinión y algunos datos relevantes respecto del desempeño de esta emblemática universidad para el Distrito Federal y para el país.
No puede ser que cualquier intento de opinión sobre la UACM sea considerado atentatorio contra su autonomía, un acto reaccionario en contra de un proyecto popular. Una universidad que se cierra a sí misma, aunque esté en “construcción” (la esencia de cualquier universidad que se digne de serlo es que se proponga el cambio y la superación permanentes), deja de serlo. La universidad debe estar abierta a la reflexión crítica hacia adentro y hacia afuera, expresar sus distintas posturas (creer que en una universidad debe prevalecer una sola idea sobre ella es totalmente equivocado) e innovar, porque si esto no ocurre se convierte en algo más parecido a una Iglesia, y va en contra de su misión central, que es la de generar nuevos conocimientos, impulsar la creación intelectual, practicar la investigación y la docencia, construir una sólida reflexión teórica y lingüística, y aportar a la sociedad una cultura universal.
No conoce la realidad de la educación superior quien afirme que la UACM es única y que su modelo es socialmente democratizador o popular, como si estuviera en una burbuja de cristal. Con más años a cuestas, la gran mayoría de las universidades públicas, federales y estatales del país, están al tope de estudiantes de bajos ingresos, cobran cuotas muy simbólicas, se mantienen por la vía del subsidio del Estado (con todo y que éste no se halle a la altura de sus requerimientos de crecimiento, de calidad y de protección), realizan el mayor de los esfuerzos por mantener un modelo educativo de bien público, laico, científico, humanista, universalista y comprometido con la sociedad. En la gran mayoría de las universidades públicas hay maestros y estudiantes críticos que se organizan para defender su derecho a la libre expresión de sus ideas y teorías. Por supuesto, también entre la gran mayoría de ellas hay diferencias notables en su desarrollo, y en la producción y transferencia de conocimientos para la solución de problemas fundamentales del país y de la vida en general.
En todo caso, la peculiaridad de la UACM frente a las restantes universidades públicas está en su mecanismo de ingreso a licenciatura, que es mediante un sorteo ante notario público. El mecanismo aparece como equitativo, pero también es desigual. Otra de sus características es que mientras las universidades públicas del país participan en redes y estructuras colegiadas y de discusión, la UACM se ha mantenido como ensimismada, enclaustrada, sobreprotegida.
Ojalá en las próximas semanas la sociedad y los interesados podamos conocer un diagnóstico más detallado sobre la realidad de esta universidad, así como las posturas y propuestas que puedan surgir para avanzar en un proyecto de consolidación de otros 10 años y más, desde la alternativa que su propia comunidad decida, y ojalá que esto sea desde una perspectiva de la que ha carecido: su autocrítica.
El gran tema es que la UACM se ha decidido a dar la cara a la sociedad, y habrá que seguir así, para debatir a fondo sobre la terrible situación que padece tanto ella como el conjunto del sistema de educación superior, de ciencia y tecnología. Porque debe decirse con claridad que, desafortunadamente, no todas las universidades (como debería ocurrir) responden a cabalidad a las demandas que día a día les hace la sociedad, y porque algunas son sumisas ante el poder y negocian miserias, cuando el país se resquebraja, y sólo unas cuantas voces se atreven a decir las cosas por su nombre.
Me parece exagerado pensar que hay una disputa por apropiarse de la UACM (¿quién estaría dispuesto a entrarle a sacarse la rifa del tigre?). Lo que ocurre es casi como envidiable, porque se ha abierto la caja de Pandora para que se reconstruya entre la comunidad universitaria el tejido fino sobre un proyecto académico en marcha, y esto, desafortunadamente, no pasa en la gran mayoría de nuestras universidades.
Esto no vulnera para nada su autonomía, y en todo caso muchos universitarios saldrían en la defensa de la misma si tal situación se llegara a presentar. Allí no está el centro del problema, como lo creen los que piensan que a la UACM no se le puede tocar ni con el pétalo de una idea.
Por fin, después de 10 años, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) se ha abierto a la discusión sobre sí misma. Tan sólo por eso valió la pena la acción emprendida por su rectora, la doctora Esther Orozco, al dar a conocer su opinión y algunos datos relevantes respecto del desempeño de esta emblemática universidad para el Distrito Federal y para el país.
No puede ser que cualquier intento de opinión sobre la UACM sea considerado atentatorio contra su autonomía, un acto reaccionario en contra de un proyecto popular. Una universidad que se cierra a sí misma, aunque esté en “construcción” (la esencia de cualquier universidad que se digne de serlo es que se proponga el cambio y la superación permanentes), deja de serlo. La universidad debe estar abierta a la reflexión crítica hacia adentro y hacia afuera, expresar sus distintas posturas (creer que en una universidad debe prevalecer una sola idea sobre ella es totalmente equivocado) e innovar, porque si esto no ocurre se convierte en algo más parecido a una Iglesia, y va en contra de su misión central, que es la de generar nuevos conocimientos, impulsar la creación intelectual, practicar la investigación y la docencia, construir una sólida reflexión teórica y lingüística, y aportar a la sociedad una cultura universal.
No conoce la realidad de la educación superior quien afirme que la UACM es única y que su modelo es socialmente democratizador o popular, como si estuviera en una burbuja de cristal. Con más años a cuestas, la gran mayoría de las universidades públicas, federales y estatales del país, están al tope de estudiantes de bajos ingresos, cobran cuotas muy simbólicas, se mantienen por la vía del subsidio del Estado (con todo y que éste no se halle a la altura de sus requerimientos de crecimiento, de calidad y de protección), realizan el mayor de los esfuerzos por mantener un modelo educativo de bien público, laico, científico, humanista, universalista y comprometido con la sociedad. En la gran mayoría de las universidades públicas hay maestros y estudiantes críticos que se organizan para defender su derecho a la libre expresión de sus ideas y teorías. Por supuesto, también entre la gran mayoría de ellas hay diferencias notables en su desarrollo, y en la producción y transferencia de conocimientos para la solución de problemas fundamentales del país y de la vida en general.
En todo caso, la peculiaridad de la UACM frente a las restantes universidades públicas está en su mecanismo de ingreso a licenciatura, que es mediante un sorteo ante notario público. El mecanismo aparece como equitativo, pero también es desigual. Otra de sus características es que mientras las universidades públicas del país participan en redes y estructuras colegiadas y de discusión, la UACM se ha mantenido como ensimismada, enclaustrada, sobreprotegida.
Ojalá en las próximas semanas la sociedad y los interesados podamos conocer un diagnóstico más detallado sobre la realidad de esta universidad, así como las posturas y propuestas que puedan surgir para avanzar en un proyecto de consolidación de otros 10 años y más, desde la alternativa que su propia comunidad decida, y ojalá que esto sea desde una perspectiva de la que ha carecido: su autocrítica.
El gran tema es que la UACM se ha decidido a dar la cara a la sociedad, y habrá que seguir así, para debatir a fondo sobre la terrible situación que padece tanto ella como el conjunto del sistema de educación superior, de ciencia y tecnología. Porque debe decirse con claridad que, desafortunadamente, no todas las universidades (como debería ocurrir) responden a cabalidad a las demandas que día a día les hace la sociedad, y porque algunas son sumisas ante el poder y negocian miserias, cuando el país se resquebraja, y sólo unas cuantas voces se atreven a decir las cosas por su nombre.
Me parece exagerado pensar que hay una disputa por apropiarse de la UACM (¿quién estaría dispuesto a entrarle a sacarse la rifa del tigre?). Lo que ocurre es casi como envidiable, porque se ha abierto la caja de Pandora para que se reconstruya entre la comunidad universitaria el tejido fino sobre un proyecto académico en marcha, y esto, desafortunadamente, no pasa en la gran mayoría de nuestras universidades.
Esto no vulnera para nada su autonomía, y en todo caso muchos universitarios saldrían en la defensa de la misma si tal situación se llegara a presentar. Allí no está el centro del problema, como lo creen los que piensan que a la UACM no se le puede tocar ni con el pétalo de una idea.
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