El accidente nuclear en Fukushima: una valoración científica

Alejandro Frank*

El sismo de nueve grados Richter cerca de la costa noreste de Japón, y el subsecuente maremoto que mató a más de 25 mil personas, es una tragedia humana de primera magnitud. Sin embargo, más atención que el propio terremoto, la inundación y el sufrimiento humano ha despertado el grave desperfecto y la lucha por controlar los dañados reactores nucleares de Fukushima. En diversos medios se ha hablado de la hecatombe y el apocalipsis (todos con el sobrenombre nuclear) y otros adjetivos que alarman a la población, que no sabe si salir o no de casa, si abstenerse de comprar componentes electrónicos nipones o si sobrevivirá o no a la radiación proveniente del país del sol naciente. Todo esto a pesar de que, al día de hoy, no se sabe de un solo muerto debido al accidente nuclear. ¿A qué se debe esta reacción desmedida? La población en general no está familiarizada con el hecho de que nuestra especie, al igual que todas las que habitan la superficie terrestre, ha evolucionado desde sus orígenes, por millones de años, inmersa en un baño de radiación, proveniente del espacio y de sustancias radiactivas naturales; es decir, resultante de la presencia misma de la materia y del universo a nuestro alrededor. Esta radiación, conocida como radiación de fondo, tiene una significativa variabilidad, dependiendo de la altura sobre el nivel del mar a la que vivamos, los materiales de construcción de nuestras casas o la presencia de gases naturales como el radón. Otros factores de la vida moderna, tales como las radiografías y los viajes en avión, pueden aumentar la dosis en forma importante. Hasta ahora la radiación acumulada sobre la población japonesa no es significativa. La dosis recibida por los habitantes de Tokio, por ejemplo, es comparable a la que provoca un viaje aéreo transcontinental y mucho menor a la de una tomografía de tórax http://xkcd.com/radiation/. Gracias a las medidas tomadas por las autoridades japonesas, la contaminación de alimentos en ese país no deberá representar un problema sanitario de consideración. Los supuestos peligros para México son enteramente imaginarios.

Es importante, sin lugar a dudas, poder estimar los daños a la salud que pueden esperarse de este percance. Para ello resulta de interés compararlo con el mayor accidente nuclear de la historia, el ocurrido en Chernobyl, Ucrania, en 1986. En los 25 años desde entonces, la comunidad científica y los expertos en salud convocados por Naciones Unidas han tenido la posibilidad de evaluar cuidadosamente los efectos de ese suceso, de dimensiones significativamente mayores que el de Fukushima (en parte por el anticuado diseño de esa planta y en parte por la inacción de las autoridades en Chernobyl). Resulta sorpresivo y aleccionador leer el reciente reporte de la Organización Mundial de la Salud sobre este grave accidente, pues pone en perspectiva la diferencia entre las versiones anecdóticas y las valoraciones científicas de los expertos de organizaciones internacionales, a quienes no puede acusarse de defender los intereses de la industria nuclear (a menos que se profese la doctrina de la conspiración mundial, tan popular entre algunos analistas). Un resumen de este reporte puede leerse en: www.unscear.org/unscear/en/chernobyl.html.

No se trata, por supuesto, de minimizar los peligros de la energía nuclear ni los problemas de los desechos radiactivos. Sin embargo, existen múltiples consideraciones de importancia para valorar los riesgos, ventajas y desventajas de la opción nuclear. Por falta de espacio, sólo mencionaré algunas de ellas: a) La energía nuclear no contribuye significativamente al calentamiento global, provocado por los gases emitidos por combustibles fósiles, tales como el carbón y el petróleo y sus derivados. b) Cinco de las plantas de Fukushima son de diseño antiguo, de primera generación (circa 1960), incluyendo los dañados reactores uno, dos, tres y cuatro. Las medidas de seguridad de los modelos de segunda y tercera generación son muy superiores. Los dos reactores de Laguna Verde son de segunda generación, como el reactor número seis de Fukushima, que no fue dañado por el maremoto. c) Hasta donde sabemos, no puede haber tsunamis en el Golfo de México. La experiencia mexicana en Laguna Verde nos permite, al menos, contemplar la posibilidad de la opción nuclear en los años venideros, ante la disminución de nuestras reservas petroleras. d) El problema de los desechos radiactivos puede ser aminorado por nuevos métodos de tratamiento de los isótopos de vida media larga. Ver, por ejemplo, www.sciencevale.com/news/funding-for-powerful-neutron-source/. La gran esperanza futura, junto con las energías renovables, es la energía resultante de la fusión nuclear, que es el mecanismo que enciende a nuestro sol y a las estrellas, www.iter.org/.

El accidente de Fukushima debe motivarnos a un debate amplio sobre los pros y contras de la opción nuclear. El problema energético es de gran complejidad y requiere de soluciones basadas en una ciencia integrativa y multidisciplinaria. La ciencia posee mecanismos de revisión y análisis que nos permiten evaluar con serenidad los riesgos futuros, en un panorama global.

Decía Mark Twain que para cada problema complejo existe una solución obvia, simple y equivocada. No tomemos decisiones apresuradas que parecen obvias. Mientras tanto, aplaudamos el enorme valor y entereza del pueblo japonés ante esta tragedia.

*Director ICN-UNAM

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