Cómo escribir un WikiLeak

Ah Muán Iruegas especial para RMX

Tras la renuncia del Embajador estadounidense Carlos Pascual, ha resurgido en México el interés por las filtraciones de Wikileaks. Trabajé algunos años para el gobierno mexicano en sus embajadas en el extranjero y escribí reportes similares a los Wikileaks sobre temas tan dispares como el conflicto entre India y Pakistán, la política exterior japonesa, la problemática de Haití en la OEA, los movimientos externos de los zapatistas y otros asuntos de seguridad. Y aunque no es ningún secreto y muchos diplomáticos lo hacen diariamente, quizá sea de interés para el lector saber cómo se elaboran en lo general esos informes desde las embajadas del mundo.

Los informes no son elaborados personalmente por los embajadores, salvo en casos especiales. Esto es así sencillamente porque ellos no tienen tiempo para eso, pues escribirlos es un tanto laborioso, por lo que a veces sólo los revisan o instruyen que lo haga algún subordinado, les agregan ciertos datos y los firman, aunque desde luego sí deciden la línea general del informe. Los reportes se elaboran por diplomáticos subalternos de los embajadores con insumos de las diversas áreas de la embajada (más de treinta agencias estadounidenses tienen oficinas en la embajada estadounidense en México, por ejemplo), basándose en información pública (datos periodísticos, académicos y documentos oficiales publicados) información confidencial (datos recabados por los diplomáticos en sus actividades sociales) y en su caso información secreta (datos recabados por los agentes encubiertos, en los países que los tienen).

Cuando lo que se informa es realmente algo muy delicado, a veces se transmite mediante mensajes escritos en un código reservado, con objeto de que si algún intruso tiene acceso a tal documento sólo pueda ver inicialmente números o símbolos incomprensibles, pues las claves para descifrar tales documentos sólo lo tienen las oficinas centrales y la propia Embajada. Desde luego, esto cambia según el país en cuestión y los avances de la tecnología.

Vale la pena aclarar si reportes como esos buscan realmente transmitir la verdad de los hechos. En teoría así es, pero no siempre ocurre. Los embajadores estadounidenses, gracias a su considerable poder, hacen política en el país donde están acreditados y sus agendas en ocasiones no coinciden con la del gobierno del país anfitrión o incluso con la de sus propios superiores, por lo que a veces llegan a magnificar o tergiversar ciertos asuntos. Eso pudiera haber ocurrido en el cable que reprobaba la descoordinación entre las agencias mexicanas, pero lo que realmente sucedió será difícil saberlo porque todos los involucrados tienen interés en endulzar la amarga verdad de su propia actuación.

La influencia de un informe como éstos es incierta, y aunque potencialmente pueden llegar hasta el presidente, esto rara vez ocurre. Cuando no son solicitados por un alto funcionario en particular, normalmente son leídos por funcionarios medios o subsecretarios, se procesa por sus equipos y se incorporan a reportes más generales que sí se envían eventualmente al Canciller o el Presidente, con lo que la influencia del cable inicial se diluye. Apreciaciones subjetivas como si los soldados son considerados valientes o no, en ocasiones ni siquiera son tomadas en cuenta. Además, a veces hay una distribución de tareas semejante a las de la mayoría de las agencias de inteligencia: unos se encargan de recabar la información y otros de procesarla.

La influencia de esos reportes más generales es también relativa. Los diplomáticos tienen por lo general poco poder dentro de sus propios gobiernos y esto se acentúa en los Estados Unidos, donde su diplomacia perdió peso en el siglo XX frente a las fuerzas armadas, que decidían buena parte de la política exterior estadounidense. Ahora que los estadounidenses están en declive, puede ser que sus diplomáticos ganen más peso frente a los militares, que ya no tienen una economía boyante en Estados Unidos que respalde soluciones militares para todos sus problemas internacionales.

Los cables no son necesariamente estudios integrales. Algunas veces se complementan unos a otros y se deben leer con referencia a cables anteriores. Así funciona la burocracia, de la cual la diplomacia es una parte en su propio país. De ahí que no sea posible asegurar que porque se omita un dato en un cable aquel no esté siendo considerado, pues puede estar incluido en otro cable. La postura de una embajada sólo se entiende a cabalidad revisando la secuencia de los cables, pues éstos a veces no se contextualizan, sino se da por hecho que la contraparte tiene en cuenta la información enviada con anterioridad.

Dicha secuencia expresa la postura de una Embajada, pero en el caso de EU no necesariamente refleja todo lo que hace u opina su gobierno, pues en ocasiones hay actividades de agencias de EU de las cuales no siempre es informado el embajador estadounidense. En el Chile de Allende, hasta donde se sabe, el embajador de EU no estaba enterado de los planes de agresión violenta a la democracia chilena, que preparaban los servicios secretos estadounidenses.

Como he tratado de explicar, la elaboración de estos informes es un trabajo en equipo (que es parte de un equipo mayor: el personal total de la embajada de EU en México son cerca de 600 personas). Desde luego la responsabilidad legal y política es finalmente de quien firma un documento. Pero todo lo anterior puede ayudar a entender que, aunque el Embajador Pascual salga de México, los cables que en adelante envíe la Embajada de Estados Unidos en nuestro país serán muy semejantes, pues el equipo que los elabora será esencialmente el mismo, la información que recaben vendrá de las mismas fuentes o agentes, y aunque el matiz que marque el nuevo Embajador pueda variar un poco, va a responder a la misma línea política que marquen el presidente Obama y su gobierno.

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