Basta de ser espectadores

Martha Anaya / Crónica de Política

“El corazón de la nación está podrido”, dice el poeta Javier Sicilia.

Ha convocado a la sociedad a manifestarse, a exigir mayor seguridad a los ciudadanos que quedan en medio de la “guerra contra el narcotráfico”; a mostrar su indignación frente a los miles de crímenes que se han cometido y han quedado en la impunidad.

Hoy, a las seis de la tarde, habrá marchas en distintas ciudades del país para demandar justicia. Esa justicia que hoy Sicilia exige por el asesinato de su hijo, Juan Francisco y “por tantos crímenes, por tantos inocentes caídos, vamos a las calles a exigirles a estos hijos de la chingada que le paren al crimen organizado”.

El poeta encabezará la marcha que tendrá lugar en Cuernavaca. Se quedará plantado en su zócalo, según ha dicho, hasta ver resultados reales y concretos.

Exigirá a nuestros gobernantes “¡que gobiernen!, y si no, que se vayan”.

Las redes sociales –correos, mensajes por twitter y facebook– difunden profusamente sus palabras y su convocatoria para esta tarde.

Pero no es sólo él, Javier Sicilia, quien convoca a estas manifestaciones. Se han sumado muchos otros ciudadanos e intelectuales. Uno de ellos, el también poeta Eduardo Hurtado, cuya carta les comparto:

Cuarenta mil pésames
Marcha de la explanada de Bellas Artes al Zócalo
Miércoles 6 de abril a las 17 hrs.

Luego de triunfar en las elecciones federales del año 2006 por un escaso margen y tras un proceso electoral muy debatido, el actual presidente de México sintió que era preciso, para legitimarse, realizar un acto de gobierno espectacular. Fue así como nació la llamada guerra contra el narcotráfico, que de paso buscaba atraer la simpatía de otros gobiernos, en especial el de los Estados Unidos. A más de cuatro años de iniciada, esa guerra decidida sin el consenso de los mexicanos y diseñada sobre las rodillas arroja un saldo negativo y trágico: 40,000 muertos, decenas de ciudades sometidas al terror cotidiano, una creciente militarización de las calles, el aumento y la creciente interacción de los giros criminales (el secuestro y la tortura, la venta de protección, la trata de mujeres, niños y migrantes), el asesinato común disfrazado de vendetta y de ajustes de cuentas entre delincuentes, el lavado de dinero, la imparable cooptación de personas desempleadas y sin oportunidades de estudio por parte de las bandas y los cárteles, la quiebra del código no escrito que comprometía a narcos y sicarios a no tocar al ciudadano común, y un larguísimo etcétera. Todo en medio de la impunidad generalizada que hoy tiene a la inmensa mayoría de los mexicanos hundidos en un profundo sentimiento de impotencia y disgusto.

Desde luego, hay miles y miles de criminales en el país que deben ser perseguidos y juzgados. Su responsabilidad en la actual emergencia nacional debe ponerse en primer plano. Pero esto no disminuye sino amplifica la falta de eficacia de las autoridades, incapaces de contener una ola criminal que, por lo demás, comenzó a expandirse de manera exponencial desde que la presidencia decidió emprender esta guerra, a todas luces sin un plan adecuado y sin calcular sus costos. Cuando se habla del número de muertos (10,000 por año en promedio durante la actual administración), se responde con cinismo y a manera de consuelo que la gran mayoría son criminales, que “los malos” están matándose entre sí. Gran sofisma: los muertos son mexicanos con derechos y obligaciones; hijos de padres que han padecido en carne propia la injusticia y la impunidad que hoy dominan nuestro entorno; hermanos y tíos de campesinos y jornaleros metidos a sicarios; cuñados y primos de tantos otros que hoy viven sujetos al temor de ser plagiados, atormentados, decapitados, metidos en fosas comunes; soldados nacidos en familias humildes, metidos a ejercer funciones que no les corresponden y para las que no han recibido el entrenamiento necesario; hijas de madres que han sufrido la pena impensable de acudir a un terreno baldío para identificar el cadáver de sus hijas, conscientes de que nunca conocerán el rostro de los culpables. Estos 40,000 muertos, por más que se quiera ocultarlo, son los muertos de todos, nuestros muertos.

No sólo el gobierno federal, el hacedor unilateral y espontáneo de esta acometida antinarco que millones de mexicanos perciben como ajena, o al menos como absurda e ineficiente, ha dado pruebas de ineptitud a la hora cumplir con su obligación esencial de brindarnos seguridad: ni los partidos, ni los legisladores, ni los responsables de impartir justicia le han cumplido a los ciudadanos. Hoy le toca a la sociedad civil congregarse, discutir y lanzarse a las calles para exigirles que cumplan sus obligaciones y compromisos: a la presidencia que reconsidere, a la luz de la circunstancia insostenible que hoy vivimos, la estrategia adoptada, que diseñe y ponga en marcha un proyecto global (educativo, laboral, cultural), y si es preciso que retire al ejército de las calles mientras se discute la pertinencia o no de la guerra misma; a diputados y senadores, que escuchen las demandas de sus representados y legislen en consecuencia; al poder judicial, que persiga y juzgue de manera expedita y eficiente los miles y miles de crímenes que se cometen día con día; a los partidos, que presenten programas de gobierno que nos demuestren con claridad su compromiso con las necesidades de todos.

Este próximo miércoles 6 de abril, acudamos a la marcha que con este fin se llevará a cabo en la ciudad de México y otras poblaciones del país, a manera de réplica de la que el poeta Javier Sicilia encabezará en la ciudad de Cuernavaca para exigir el esclarecimiento de la muerte de su hijo y como un pésame por los 40,000 muertos que nos ha dejado una ofensiva que no pedimos, que no entendemos, que todos pagamos y que le ha arrebatado la dignidad a la nación. La cita es en la explanada de Bellas Artes a las 17 hrs., para de ahí partir hacia el Zócalo capitalino. Llevemos pancartas, veladoras y flores.

P.D. Por favor, divulga esto entre tus contactos y pídeles que a su vez corran la voz. ¡Basta de ser espectadores del desastre!

Eduardo Hurtado

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