Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Andrés Manuel López Obrador es un político que como nació, morirá. Su peculiar manera de hacer política montado en el patrimonialismo que anima su dinamo natural de movilización de masas, y su capacidad refractaria para enfrentar las críticas y nadar en medio de sus contradicciones, no devela el misterio para saber si el control que tiene sobre unos siete millones de votantes hoy en día, contra la opinión negativa de cuatro de cada 10 mexicanos, puede ser remontado para volver a colocarlo como un rival de cuidado en la elección presidencial.
El está seguro, y alimenta el imaginario en todos los ámbitos políticos y periodísticos donde se da por descontado que es el único aspirante a la Presidencia cuya fotografía sí aparecerá en la boleta electoral en julio de 2012. La duda, convertida en lugar común, es a qué partido representará. En este momento se puede decir con bastante certidumbre que contendrá por el PT, Convergencia y el PRD. La ventaja en preferencia electoral que tiene sobre el Marcelo Ebrard, es tan amplia hoy en día, que sólo un intenso trabajo, altamente exitoso dentro y fuera del PRD, podría llevar al jefe de gobierno del Distrito Federal a contender contra él por la candidatura.
Los dos acordaron en octubre pasado que quien más alto esté en la preferencia electoral cuando se decida la candidatura de la izquierda a fin de año, será el nominado. La confianza de López Obrador de mantener la delantera es tan grande, que de acuerdo con varios de sus colaboradores más cercanos, en vísperas de la consulta sobre la alianza con el PAN en el estado de México, el ex candidato presidencial le propuso a Ebrard llevarlo como el número uno en la lista para el Senado –jefe de la bancada de la izquierda en la Cámara Alta- en 2012, y que para el Distrito Federal dejaran abierta la candidatura para quien, como ellos, estuviera mejor posicionado en las encuestas.
En el entorno de toma de decisiones de Ebrard hay varios que dudan que aún si López Obrador fuera abajo en las encuestas, se sumaría a la candidatura de a quien ve con respeto, pero no a su altura. Ebrard sigue pensando que López Obrador respetará el acuerdo. Bajo la lógica de una competencia justa, su trabajo por delante es muy grande, pues el tabasqueño demuestra cada día una capacidad política que nadie puede igualar en la izquierda.
La más visible de todas sus operaciones exitosas fue el estallamiento de la alianza entre el PRD y el PAN para una candidatura común en el estado de México. López Obrador, que salvo en Oaxaca el año pasado ha sido un opositor vehemente de esos acuerdos, nunca dejó de torpedear las posibilidad de candidatura aliancista en las elecciones mexiquenses, pese a que su posición favorecía directamente al PRI, que siempre apuesta por elecciones tripartitas.
Ebrard, de acuerdo con los colaboradores de López Obrador, intentó por última vez convencerlo de una candidatura común en vísperas de la consulta ciudadana, pero el rechazo fue el mismo. En el PAN han personajes convencidos de que el gobierno de Enrique Peña Nieto estimuló el sabotaje a la alianza a través de inyectar recursos a los grupos afines al tabasqueño para aceitar su campaña rupturista. En el PRI niegan una acción directa, pero aceptan tan abiertamente el favor político que les hizo López Obrador que recuerdan que los líderes priístas han cuidado no atacarlo.
El fin de la alianza coronó una semana de éxitos para López Obrador, que había comenzado con malos augurios. Ebrard había logrado meter las manos dentro del Comité Ejecutivo Nacional del PRD en la elección de nueva dirigencia, mediante la candidatura de último minuto del diputado Armando Ríos Piter. Pieza de sacrificio táctico, los pocos votos que obtuvo para ser líder del PRD eran suficientes para que Ebrard negociara que Ríos Piter fuera a la coordinación de la bancada del PRD, en sustitución de Alejandro Encinas, candidato de la izquierda en el estado de México, y otras posiciones en el politburó perredista, como la Comisión Política.
Pero los leales a López Obrador fueron huesos muy difíciles de roer. Han bloqueado hasta ahora a Ríos Piter y no han permitido que meta Ebrard las manos en el Comité Ejecutivo Nacional. El fin de la alianza fue otro revés, pues de ser un abierto promotor de esa estrategia, la candidatura única de la izquierda lo obligó a hacer control de daños para no salir como el gran perdedor de las luchas internas. Las derrotas de Ebrard son victorias tácticas de López Obrador, quien considera a varios asesores del jefe de gobierno, como el arquitecto de las alianzas, Manuel Camacho, como “traidores”.
López Obrador dejó de tenerle confianza a varios de esos estrategas de 2006, y sin importarle las estructuras del partido, sigue jugando la política a su modo. Hace unos días le ordenó a la senadora Yeidckol Polevnsky que pidiera licencia para ir a apoyar a Encinas al estado de México. Polevnsky, que tiene 12% de preferencias electorales dentro de la izquierda en la entidad, es el Plan B del tabasqueño en caso que se concrete la impugnación a Encinas por la ilegalidad de su registro por no acreditar su residencia como marca la ley.
Lo que diga el PRD al respecto, como partido, no pasa por sus consideraciones. De hecho, lo que diga el PRD sobre cualquier cosa lo tiene sin cuidado. El PRD sabe, como lo entiende Ebrard, que no pueden romper con López Obrador porque si una candidatura común de izquierda hoy en día tendría dificultades para competir con cualquier candidato del PRI y el PAN –visto en número de votantes potenciales-, sin el tabasqueño es absolutamente imposible contender por los dos primeros lugares, y los pondría en riesgo de caer a un cuarto lugar como fuerza política nacional, debajo del Partido Verde.
López Obrador siempre ha sido, y será, un carcelero político. Tuvo como rehén al PRD en el primer lustro de esta década, y a la nación durante meses de conflicto postelectoral. Ahora tiene nuevamente preso al PRD exigiendo que baile a su ritmo y tiempo, y la izquierda no sabe cómo sacudírselo. La solución sería que Ebrard lo supere en preferencia de voto y sea tan clara la diferencia que le haga políticamente imposible a López Obrador no apoyar su candidatura presidencial. Pero si uno ve la tendencia del crecimiento electoral de Ebrard, pese los negativos del tabasqueño, alcanzarlo y superarlo, actualmente, es un escenario que se antoja hoy una utopía.
Andrés Manuel López Obrador es un político que como nació, morirá. Su peculiar manera de hacer política montado en el patrimonialismo que anima su dinamo natural de movilización de masas, y su capacidad refractaria para enfrentar las críticas y nadar en medio de sus contradicciones, no devela el misterio para saber si el control que tiene sobre unos siete millones de votantes hoy en día, contra la opinión negativa de cuatro de cada 10 mexicanos, puede ser remontado para volver a colocarlo como un rival de cuidado en la elección presidencial.
El está seguro, y alimenta el imaginario en todos los ámbitos políticos y periodísticos donde se da por descontado que es el único aspirante a la Presidencia cuya fotografía sí aparecerá en la boleta electoral en julio de 2012. La duda, convertida en lugar común, es a qué partido representará. En este momento se puede decir con bastante certidumbre que contendrá por el PT, Convergencia y el PRD. La ventaja en preferencia electoral que tiene sobre el Marcelo Ebrard, es tan amplia hoy en día, que sólo un intenso trabajo, altamente exitoso dentro y fuera del PRD, podría llevar al jefe de gobierno del Distrito Federal a contender contra él por la candidatura.
Los dos acordaron en octubre pasado que quien más alto esté en la preferencia electoral cuando se decida la candidatura de la izquierda a fin de año, será el nominado. La confianza de López Obrador de mantener la delantera es tan grande, que de acuerdo con varios de sus colaboradores más cercanos, en vísperas de la consulta sobre la alianza con el PAN en el estado de México, el ex candidato presidencial le propuso a Ebrard llevarlo como el número uno en la lista para el Senado –jefe de la bancada de la izquierda en la Cámara Alta- en 2012, y que para el Distrito Federal dejaran abierta la candidatura para quien, como ellos, estuviera mejor posicionado en las encuestas.
En el entorno de toma de decisiones de Ebrard hay varios que dudan que aún si López Obrador fuera abajo en las encuestas, se sumaría a la candidatura de a quien ve con respeto, pero no a su altura. Ebrard sigue pensando que López Obrador respetará el acuerdo. Bajo la lógica de una competencia justa, su trabajo por delante es muy grande, pues el tabasqueño demuestra cada día una capacidad política que nadie puede igualar en la izquierda.
La más visible de todas sus operaciones exitosas fue el estallamiento de la alianza entre el PRD y el PAN para una candidatura común en el estado de México. López Obrador, que salvo en Oaxaca el año pasado ha sido un opositor vehemente de esos acuerdos, nunca dejó de torpedear las posibilidad de candidatura aliancista en las elecciones mexiquenses, pese a que su posición favorecía directamente al PRI, que siempre apuesta por elecciones tripartitas.
Ebrard, de acuerdo con los colaboradores de López Obrador, intentó por última vez convencerlo de una candidatura común en vísperas de la consulta ciudadana, pero el rechazo fue el mismo. En el PAN han personajes convencidos de que el gobierno de Enrique Peña Nieto estimuló el sabotaje a la alianza a través de inyectar recursos a los grupos afines al tabasqueño para aceitar su campaña rupturista. En el PRI niegan una acción directa, pero aceptan tan abiertamente el favor político que les hizo López Obrador que recuerdan que los líderes priístas han cuidado no atacarlo.
El fin de la alianza coronó una semana de éxitos para López Obrador, que había comenzado con malos augurios. Ebrard había logrado meter las manos dentro del Comité Ejecutivo Nacional del PRD en la elección de nueva dirigencia, mediante la candidatura de último minuto del diputado Armando Ríos Piter. Pieza de sacrificio táctico, los pocos votos que obtuvo para ser líder del PRD eran suficientes para que Ebrard negociara que Ríos Piter fuera a la coordinación de la bancada del PRD, en sustitución de Alejandro Encinas, candidato de la izquierda en el estado de México, y otras posiciones en el politburó perredista, como la Comisión Política.
Pero los leales a López Obrador fueron huesos muy difíciles de roer. Han bloqueado hasta ahora a Ríos Piter y no han permitido que meta Ebrard las manos en el Comité Ejecutivo Nacional. El fin de la alianza fue otro revés, pues de ser un abierto promotor de esa estrategia, la candidatura única de la izquierda lo obligó a hacer control de daños para no salir como el gran perdedor de las luchas internas. Las derrotas de Ebrard son victorias tácticas de López Obrador, quien considera a varios asesores del jefe de gobierno, como el arquitecto de las alianzas, Manuel Camacho, como “traidores”.
López Obrador dejó de tenerle confianza a varios de esos estrategas de 2006, y sin importarle las estructuras del partido, sigue jugando la política a su modo. Hace unos días le ordenó a la senadora Yeidckol Polevnsky que pidiera licencia para ir a apoyar a Encinas al estado de México. Polevnsky, que tiene 12% de preferencias electorales dentro de la izquierda en la entidad, es el Plan B del tabasqueño en caso que se concrete la impugnación a Encinas por la ilegalidad de su registro por no acreditar su residencia como marca la ley.
Lo que diga el PRD al respecto, como partido, no pasa por sus consideraciones. De hecho, lo que diga el PRD sobre cualquier cosa lo tiene sin cuidado. El PRD sabe, como lo entiende Ebrard, que no pueden romper con López Obrador porque si una candidatura común de izquierda hoy en día tendría dificultades para competir con cualquier candidato del PRI y el PAN –visto en número de votantes potenciales-, sin el tabasqueño es absolutamente imposible contender por los dos primeros lugares, y los pondría en riesgo de caer a un cuarto lugar como fuerza política nacional, debajo del Partido Verde.
López Obrador siempre ha sido, y será, un carcelero político. Tuvo como rehén al PRD en el primer lustro de esta década, y a la nación durante meses de conflicto postelectoral. Ahora tiene nuevamente preso al PRD exigiendo que baile a su ritmo y tiempo, y la izquierda no sabe cómo sacudírselo. La solución sería que Ebrard lo supere en preferencia de voto y sea tan clara la diferencia que le haga políticamente imposible a López Obrador no apoyar su candidatura presidencial. Pero si uno ve la tendencia del crecimiento electoral de Ebrard, pese los negativos del tabasqueño, alcanzarlo y superarlo, actualmente, es un escenario que se antoja hoy una utopía.
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