Rubén Cortés
La caída de sus alianzas electorales y legislativas con el PRD, coloca al PAN-gobierno en un predicamento: ¿olvida su beligerancia contra el PRI, único partido con el que aún puede conseguir acuerdos; o se aísla políticamente hasta el fin del sexenio?
Ayer, los mensajes del PRD a su ya ex aliado fueron definitivos: tumbó la alianza en Coahuila, donde el PAN lleva de candidato a Guillermo Anaya, compadre del Presidente; y regateó su apoyo a la Ley de Seguridad Pública impulsada por el gobierno.
Fue el último aviso de un PRD, que ahora tiene en AMLO nuevo dueño, para decirle, a su hasta hace poco aliado blanquiazul, que si sabe contar no cuente más con él, pues ahora busca hundir al PAN para dejar sólo dos gallos en el ruedo: al tabasqueño y a Peña.
Para lavarse, el PRD justificó la ruptura en Coahuila al asegurar que se debió a que los panistas colocaron en la posición uno de la lista preferencial al ex delegado de la Semarnat, Fernando Gutiérrez, y se negó a dejar ese sitio al ex líder local perredista, Gustavo de la Rosa.
Y, en la Cámara de Diputados, realizó un movimiento dilatorio para obstaculizar la discusión de la Ley de Seguridad Pública, que sí quieren aprobar PRI y PAN, al asegurar que necesita más tiempo para analizar si el proyecto viola los derechos humanos y la Constitución.
De cualquier modo, eran éstas unas alianzas forzadas, nacidas como patada de ahogado de un PAN muy mal posicionado electoralmente, tras su precario triunfo en las presidenciales de 2006 y el mejor posicionamiento legislativo del PRI.
Al coaligarse con el PRD, los panistas pudieron encubrir su fracaso pepenando priistas descontentos y colocándolos como candidatos de la alianza, muy bien provistos de fondos, que le dieron el triunfo en Sonora, Puebla, Oaxaca y Guerrero.
El resultado de la ruptura deja mal cariz al PRD que Jesús Ortega entregó a Marcelo Ebrard para que apuntalara su carrera presidencial, así como al PAN calderonista, que ahora se enfila al tercer lugar en el Estado de México, Coahuila y Nayarit… por lo pronto.
Quien se beneficia es el PRD beligerante de AMLO, que no pintaba en la alianza y ahora sí puede lanzar con soltura su apuesta de polarizar con Peña rumbo al 2012, hundiendo al PAN en todos los procesos electorales que faltan para quedarse él sólo con el gobernador del Edomex.
Ante este cuadro, al PAN-gobierno le será muy costoso mantener su actual postura de confrontación con el PRI, único partido con el que, mal que bien, puede lograr algunos acuerdos y mantener la
gobernabilidad.
A no ser que desee correr el riesgo de quedarse totalmente aislado hasta diciembre de 2012.
La caída de sus alianzas electorales y legislativas con el PRD, coloca al PAN-gobierno en un predicamento: ¿olvida su beligerancia contra el PRI, único partido con el que aún puede conseguir acuerdos; o se aísla políticamente hasta el fin del sexenio?
Ayer, los mensajes del PRD a su ya ex aliado fueron definitivos: tumbó la alianza en Coahuila, donde el PAN lleva de candidato a Guillermo Anaya, compadre del Presidente; y regateó su apoyo a la Ley de Seguridad Pública impulsada por el gobierno.
Fue el último aviso de un PRD, que ahora tiene en AMLO nuevo dueño, para decirle, a su hasta hace poco aliado blanquiazul, que si sabe contar no cuente más con él, pues ahora busca hundir al PAN para dejar sólo dos gallos en el ruedo: al tabasqueño y a Peña.
Para lavarse, el PRD justificó la ruptura en Coahuila al asegurar que se debió a que los panistas colocaron en la posición uno de la lista preferencial al ex delegado de la Semarnat, Fernando Gutiérrez, y se negó a dejar ese sitio al ex líder local perredista, Gustavo de la Rosa.
Y, en la Cámara de Diputados, realizó un movimiento dilatorio para obstaculizar la discusión de la Ley de Seguridad Pública, que sí quieren aprobar PRI y PAN, al asegurar que necesita más tiempo para analizar si el proyecto viola los derechos humanos y la Constitución.
De cualquier modo, eran éstas unas alianzas forzadas, nacidas como patada de ahogado de un PAN muy mal posicionado electoralmente, tras su precario triunfo en las presidenciales de 2006 y el mejor posicionamiento legislativo del PRI.
Al coaligarse con el PRD, los panistas pudieron encubrir su fracaso pepenando priistas descontentos y colocándolos como candidatos de la alianza, muy bien provistos de fondos, que le dieron el triunfo en Sonora, Puebla, Oaxaca y Guerrero.
El resultado de la ruptura deja mal cariz al PRD que Jesús Ortega entregó a Marcelo Ebrard para que apuntalara su carrera presidencial, así como al PAN calderonista, que ahora se enfila al tercer lugar en el Estado de México, Coahuila y Nayarit… por lo pronto.
Quien se beneficia es el PRD beligerante de AMLO, que no pintaba en la alianza y ahora sí puede lanzar con soltura su apuesta de polarizar con Peña rumbo al 2012, hundiendo al PAN en todos los procesos electorales que faltan para quedarse él sólo con el gobernador del Edomex.
Ante este cuadro, al PAN-gobierno le será muy costoso mantener su actual postura de confrontación con el PRI, único partido con el que, mal que bien, puede lograr algunos acuerdos y mantener la
gobernabilidad.
A no ser que desee correr el riesgo de quedarse totalmente aislado hasta diciembre de 2012.
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