Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
La confrontación entre el grupo Carso y el poder bicéfalo de la televisión en México, cuyas cabezas son Televisa y TV Azteca, pudiese resultar benéfica para la sociedad si se quiebran los monopolios, bajan los precios y, sobre todo y, la programación de la televisión abierta mejora sustancialmente, porque no importa cuánto cuesten la televisión de paga y las interconexiones, siempre resultará más cara la mediatización cívica, política y cultural debida a la concepción que de entretenimiento desarrollaron Emilio Azcárraga Milmo y Ricardo Benjamín Salinas Pliego.
Mucho se ha bordado sobre cuál debe ser la relación entre el Estado y la televisión, sobre si este medio de comunicación debe cumplir el compromiso social adquirido con quienes le dan el rating, y no el político con quienes les garantizan las concesiones con las cuales se enriquecen y además tienen la posibilidad de condonarles o reducirles los impuestos. Por ello esos poderes fácticos son los que imponen hoy la agenda económica y política.
Pero nada cambia; además, parece no existir la voluntad gubernamental para que efectivamente los monopolios en telecomunicaciones y medios electrónicos cesen, con el propósito de que la sociedad sea beneficiada con bajos costos y entretenimiento divertido e inteligente. Algo ha de contar la opinión que sobre el tema podemos obtener de WikiLeaks, debida a los cables publicados por La Jornada y al trabajo de Roberto González Amador.
Escribió el reportero: “Los ahora enfrentados gigantes de la telefonía y la televisión tienen algo en común cuando de defender sus intereses se trata. Un despacho de la embajada de Estados Unidos en México lo pone en estos términos: “como ocurre en las telecomunicaciones, existe preocupación de que las dos compañías de televisión dominantes en el país, Televisa y Tv Azteca, que forman un duopolio en el sector, continúen ejerciendo influencia sobre el sistema judicial, el Poder Legislativo y los organismos reguladores para impedir la competencia.
“El despacho diplomático (188166) 09MEXICO160, entregado por WikiLeaks a La Jornada, recuerda que la ley mexicana permite hasta 49 por ciento de inversión extranjera en los servicios de telefonía fija y televisión por cable y que no la restringe en la telefonía móvil. Y a continuación añade: sin embargo, Telmex y Telcel (las compañías de telefonía fija y celular, respectivamente, propiedad del magnate Carlos Slim) siguen reinando como dominantes en telefonía fija y móvil y manejan una significativa influencia sobre los principales organismos reguladores y los encargados de tomar decisiones en el gobierno”.
Mucho antes, debido al trabajo y al ingenio de Javier Wimer, quien fundó y dirigió la revista trimestral Nueva política, podemos acceder a diversas opiniones sobre el tema en el número tres de la publicación, aparecido en septiembre de 1976.
Escribió Enrique González Pedrero: “Durante más de 25 años la televisión se desarrolló en México conforme a los requerimientos del mercado, orientada primordialmente a su empleo eficaz como medio publicitario. Creó su propio público con base en una programación popular de alto rendimiento publicitario y de bajo costo de producción.
“Concentrada en una sola empresa (recuérdese, el texto es de 1976), especializó cada uno de los canales de que disponía -como debe esperarse de toda empresa que conoce su negocio- para captar en cualquier momento el mayor auditorio, al mismo tiempo que, para competir mejor en la provincia, enlazaba sus cadenas conforme a una estrategia común. Formó, sin proponérselo deliberadamente, una cultura televisual que ahora, dialécticamente, refuerza sus operaciones y no facilita el éxito de una televisión que pretende ser distinta”.
El texto de Miguel Alemán Velasco es elocuente. Permanece vigente a pesar del decretazo de Vicente Fox. Leamos: “En México se ha encontrado una fórmula original, que ha demostrado ser eficiente a pesar de algunos desajustes que la opacan en la práctica, imputables más a rémoras administrativas susceptibles de corrección que a la doctrina de la economía mixta que la sustenta. Esa fórmula es simple: estaciones del Estado y estaciones privadas; además, el Estado se reserva el 12.5 por ciento del tiempo de las estaciones comerciales…
“… La función teórica que se reserva el Estado, con el 12.5 por ciento del tiempo total de transmisión de los canales, es la de comunicarse con los gobernados. Para que se logre ese propósito, ese tiempo debe ser manejado de acuerdo con una estructura ideológica -contenido y coherencia del mensaje- y ceñirse a los sectores de población que cubre cada canal…”
Lo único cierto es que ese 12.5 por ciento nunca se usó en su totalidad, los empresarios siempre lo consideraron un segundo impuesto, cuando a cambio de acuerdos políticos para sostener a los gobiernos, Hacienda siempre revisó a la baja sus tasas impositivas, no sólo de sus negocios de comunicación, sino los de las diferentes esferas de su diversificación empresarial.
Debe deducirse, entonces, que esta confrontación puede resultar benéfica para la sociedad, porque es menos oneroso pagar más que continuar constreñidos a la mediatización por medio del entretenimiento.
La confrontación entre el grupo Carso y el poder bicéfalo de la televisión en México, cuyas cabezas son Televisa y TV Azteca, pudiese resultar benéfica para la sociedad si se quiebran los monopolios, bajan los precios y, sobre todo y, la programación de la televisión abierta mejora sustancialmente, porque no importa cuánto cuesten la televisión de paga y las interconexiones, siempre resultará más cara la mediatización cívica, política y cultural debida a la concepción que de entretenimiento desarrollaron Emilio Azcárraga Milmo y Ricardo Benjamín Salinas Pliego.
Mucho se ha bordado sobre cuál debe ser la relación entre el Estado y la televisión, sobre si este medio de comunicación debe cumplir el compromiso social adquirido con quienes le dan el rating, y no el político con quienes les garantizan las concesiones con las cuales se enriquecen y además tienen la posibilidad de condonarles o reducirles los impuestos. Por ello esos poderes fácticos son los que imponen hoy la agenda económica y política.
Pero nada cambia; además, parece no existir la voluntad gubernamental para que efectivamente los monopolios en telecomunicaciones y medios electrónicos cesen, con el propósito de que la sociedad sea beneficiada con bajos costos y entretenimiento divertido e inteligente. Algo ha de contar la opinión que sobre el tema podemos obtener de WikiLeaks, debida a los cables publicados por La Jornada y al trabajo de Roberto González Amador.
Escribió el reportero: “Los ahora enfrentados gigantes de la telefonía y la televisión tienen algo en común cuando de defender sus intereses se trata. Un despacho de la embajada de Estados Unidos en México lo pone en estos términos: “como ocurre en las telecomunicaciones, existe preocupación de que las dos compañías de televisión dominantes en el país, Televisa y Tv Azteca, que forman un duopolio en el sector, continúen ejerciendo influencia sobre el sistema judicial, el Poder Legislativo y los organismos reguladores para impedir la competencia.
“El despacho diplomático (188166) 09MEXICO160, entregado por WikiLeaks a La Jornada, recuerda que la ley mexicana permite hasta 49 por ciento de inversión extranjera en los servicios de telefonía fija y televisión por cable y que no la restringe en la telefonía móvil. Y a continuación añade: sin embargo, Telmex y Telcel (las compañías de telefonía fija y celular, respectivamente, propiedad del magnate Carlos Slim) siguen reinando como dominantes en telefonía fija y móvil y manejan una significativa influencia sobre los principales organismos reguladores y los encargados de tomar decisiones en el gobierno”.
Mucho antes, debido al trabajo y al ingenio de Javier Wimer, quien fundó y dirigió la revista trimestral Nueva política, podemos acceder a diversas opiniones sobre el tema en el número tres de la publicación, aparecido en septiembre de 1976.
Escribió Enrique González Pedrero: “Durante más de 25 años la televisión se desarrolló en México conforme a los requerimientos del mercado, orientada primordialmente a su empleo eficaz como medio publicitario. Creó su propio público con base en una programación popular de alto rendimiento publicitario y de bajo costo de producción.
“Concentrada en una sola empresa (recuérdese, el texto es de 1976), especializó cada uno de los canales de que disponía -como debe esperarse de toda empresa que conoce su negocio- para captar en cualquier momento el mayor auditorio, al mismo tiempo que, para competir mejor en la provincia, enlazaba sus cadenas conforme a una estrategia común. Formó, sin proponérselo deliberadamente, una cultura televisual que ahora, dialécticamente, refuerza sus operaciones y no facilita el éxito de una televisión que pretende ser distinta”.
El texto de Miguel Alemán Velasco es elocuente. Permanece vigente a pesar del decretazo de Vicente Fox. Leamos: “En México se ha encontrado una fórmula original, que ha demostrado ser eficiente a pesar de algunos desajustes que la opacan en la práctica, imputables más a rémoras administrativas susceptibles de corrección que a la doctrina de la economía mixta que la sustenta. Esa fórmula es simple: estaciones del Estado y estaciones privadas; además, el Estado se reserva el 12.5 por ciento del tiempo de las estaciones comerciales…
“… La función teórica que se reserva el Estado, con el 12.5 por ciento del tiempo total de transmisión de los canales, es la de comunicarse con los gobernados. Para que se logre ese propósito, ese tiempo debe ser manejado de acuerdo con una estructura ideológica -contenido y coherencia del mensaje- y ceñirse a los sectores de población que cubre cada canal…”
Lo único cierto es que ese 12.5 por ciento nunca se usó en su totalidad, los empresarios siempre lo consideraron un segundo impuesto, cuando a cambio de acuerdos políticos para sostener a los gobiernos, Hacienda siempre revisó a la baja sus tasas impositivas, no sólo de sus negocios de comunicación, sino los de las diferentes esferas de su diversificación empresarial.
Debe deducirse, entonces, que esta confrontación puede resultar benéfica para la sociedad, porque es menos oneroso pagar más que continuar constreñidos a la mediatización por medio del entretenimiento.
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