Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Lo que cunde hoy en el mundo político es la ausencia de imaginación, lo basto en la función diplomática, la descalificación o el desconocimiento de las formas. Eso tiene un costo. Desconocemos cuál, pero una cosa es cierta, México habrá de pagarlo, porque Carlos Pascual no renunció, su gobierno le abrió la puerta para irse con dignidad.
El torpe del presidente francés, Nicolás Sarkozy, prefirió convertir un trámite diplomático en un asunto político. Florence Cassez no será repatriada debido a la tozudez mexicana o porque jurídicamente al país le asista la razón a pesar del convenio de Estrasburgo; no, permanecerá en México porque su presidente, el valedor de sus derechos como ciudadana francesa, actuó por la libre, al margen de los canales diplomáticos que eran los de su caso; sin necesidad alguna agravió a los políticos de este país y a los mexicanos.
Pensar en que el descolón presidencial determinó la remoción de Carlos Pascual como representante de los intereses de Estados Unidos en México, es más que desconocer el mundo diplomático y un error grave. Claro que muchos aplaudirán el hecho y enaltecerán la figura del presidente Felipe Calderón, como si su comportamiento en ese especial mundo de la diplomacia fuese algo más que un acierto, la defensa machista de la dignidad de los mexicanos.
¿Por qué no se quejó con María Asunción Aramburú Zavala del comportamiento de su marido, Tony Garza? ¿Recibirá esta inteligente mexicana, empresaria, una descolada presidencial a través de Ernesto Cordero? Me lo pregunto porque así como el “hábil” Jorge Castañeda no pudo impedir el “comes y te vas” recetado por Vicente Fox a Fidel Castro, la liliputiense Patricia Espinosa fue incapaz de indicar a su jefe, a su presidente, cuál es el conducto para quejarse del comportamiento del embajador estadounidense en México.
¿Qué puede ocurrir? La medida de la respuesta estadounidense la dará la rapidez con la que sustituyan a Carlos Pascual, pues el gobierno del presidente Felipe Calderón puede consumirse sin que el encargado de negocios en sustitución temporal del ausente embajador, sea removido de esa responsabilidad transitoria, que puede alargarse por meses y años. Pero una certeza debe tener presente Felipe Calderón: el entramado político que tenía pensado para armar su propia sucesión, se verá afectado por el resultado de su comentario al Washington Post y su queja al presidente Barack Obama, cuando por la vía diplomática el incómodo embajador pudo haber recibido la instrucción de despedirse por haber sido destinado a Libia, por ejemplo.
Escribe uno de los múltiples biógrafos de Talleyrand: “… Fue un momento extraño y solemne cuando este anciano, temido y vilipendiado, dio definiciones de lo que debe ser un conductor de la diplomacia. Tener 'la facultad de mostrarse abierto y permanecer impenetrable, comportarse con reserva en medio de un aparente descuido… no debe dejar de ser durante las 24 horas del día el ministro de Relaciones Exteriores'. Este comportamiento es el de un hombre de Estado. Vale en el tiempo y en el espacio. No expresa una verdad, define una manera de ser”.
Todavía no alcanzo a discernir cuál es el comportamiento diplomático de nuestros actuales gobernantes. La medida nos la dará el tiempo que tarden en solicitar el beneplácito para el sucesor de Carlos Pascual; a lo mejor he de reconstruir mi análisis, pero a lo peor tengo razón.
Esta actitud de Felipe Calderón no sólo la pagara él, la factura nos la pasarán a todos los mexicanos. Al tiempo, como ocurrió cuando John Gavin hubo de despedirse. La debacle económica de esa época fue la respuesta.
Lo que cunde hoy en el mundo político es la ausencia de imaginación, lo basto en la función diplomática, la descalificación o el desconocimiento de las formas. Eso tiene un costo. Desconocemos cuál, pero una cosa es cierta, México habrá de pagarlo, porque Carlos Pascual no renunció, su gobierno le abrió la puerta para irse con dignidad.
El torpe del presidente francés, Nicolás Sarkozy, prefirió convertir un trámite diplomático en un asunto político. Florence Cassez no será repatriada debido a la tozudez mexicana o porque jurídicamente al país le asista la razón a pesar del convenio de Estrasburgo; no, permanecerá en México porque su presidente, el valedor de sus derechos como ciudadana francesa, actuó por la libre, al margen de los canales diplomáticos que eran los de su caso; sin necesidad alguna agravió a los políticos de este país y a los mexicanos.
Pensar en que el descolón presidencial determinó la remoción de Carlos Pascual como representante de los intereses de Estados Unidos en México, es más que desconocer el mundo diplomático y un error grave. Claro que muchos aplaudirán el hecho y enaltecerán la figura del presidente Felipe Calderón, como si su comportamiento en ese especial mundo de la diplomacia fuese algo más que un acierto, la defensa machista de la dignidad de los mexicanos.
¿Por qué no se quejó con María Asunción Aramburú Zavala del comportamiento de su marido, Tony Garza? ¿Recibirá esta inteligente mexicana, empresaria, una descolada presidencial a través de Ernesto Cordero? Me lo pregunto porque así como el “hábil” Jorge Castañeda no pudo impedir el “comes y te vas” recetado por Vicente Fox a Fidel Castro, la liliputiense Patricia Espinosa fue incapaz de indicar a su jefe, a su presidente, cuál es el conducto para quejarse del comportamiento del embajador estadounidense en México.
¿Qué puede ocurrir? La medida de la respuesta estadounidense la dará la rapidez con la que sustituyan a Carlos Pascual, pues el gobierno del presidente Felipe Calderón puede consumirse sin que el encargado de negocios en sustitución temporal del ausente embajador, sea removido de esa responsabilidad transitoria, que puede alargarse por meses y años. Pero una certeza debe tener presente Felipe Calderón: el entramado político que tenía pensado para armar su propia sucesión, se verá afectado por el resultado de su comentario al Washington Post y su queja al presidente Barack Obama, cuando por la vía diplomática el incómodo embajador pudo haber recibido la instrucción de despedirse por haber sido destinado a Libia, por ejemplo.
Escribe uno de los múltiples biógrafos de Talleyrand: “… Fue un momento extraño y solemne cuando este anciano, temido y vilipendiado, dio definiciones de lo que debe ser un conductor de la diplomacia. Tener 'la facultad de mostrarse abierto y permanecer impenetrable, comportarse con reserva en medio de un aparente descuido… no debe dejar de ser durante las 24 horas del día el ministro de Relaciones Exteriores'. Este comportamiento es el de un hombre de Estado. Vale en el tiempo y en el espacio. No expresa una verdad, define una manera de ser”.
Todavía no alcanzo a discernir cuál es el comportamiento diplomático de nuestros actuales gobernantes. La medida nos la dará el tiempo que tarden en solicitar el beneplácito para el sucesor de Carlos Pascual; a lo mejor he de reconstruir mi análisis, pero a lo peor tengo razón.
Esta actitud de Felipe Calderón no sólo la pagara él, la factura nos la pasarán a todos los mexicanos. Al tiempo, como ocurrió cuando John Gavin hubo de despedirse. La debacle económica de esa época fue la respuesta.
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