Alfonso López Collada especial para RMX
En la vida pública de México hay un hecho observable digno de atención y de interpretación: los temas que abordan con mayor frecuencia los políticos y los medios. Por encima de la miseria que niegan, la guerra que va ganando Calderón o el desempleo, los funcionarios públicos y sus repetidoras tienen especial inclinación por las campañas electorales.
De lo anterior se derivan dos significados atendibles: uno –y dados los indignos beneficios de que goza la clase política–, es lógico: la mayor preocupación de un político es la de, apenas asumido un cargo, saber cómo puede armar su siguiente brinco. Y si llegada la hora no es ungido por las ocultas fuerzas preelectorales, entonces comienza la delicada tarea de arrimarse al “bueno” para al menos volver a ser bendecido con su incorporación al equipo del “señor”.
El otro significado del comportamiento cupular político tiene un impacto aún más fuerte en la sociedad que el provocado por caza-huesos tomando decisiones cuyo análisis previo, cuando lo hay, ignora al pueblo. Se trata de una cortina de humo casi transparente, que es en lo que se convierte la agenda de los funcionarios, los partidos y los medios.
Saturar los medios y los discursos con incógnitas como las alianzas, los 10 candidatos de Madero, el extraño que lanzó Calderón al abrir la puerta a la competencia -¿la ve perdida?-, anticipar el 2012 desde el 2009 y más, logra que el imaginario colectivo asuma el tema como principal. Y de ahí se deriva un acto de magia: la vida pública del país se convierte en un espectáculo de luces, colores, maquillajes, sonrisas, mientras la embelesada opinión pública invierte toda su atención en seguir los tropezones de uno, los mítines del otro, los espaldarazos de los personajes cruciales y, con todos esos datos, tratar de adivinar quién será el ganador. La política convertida en una competencia y nada más.
En su libro El Cerebro de Broca, Carl Sagan explica lo que siente un aficionado cuando compite su equipo favorito. Explica que el espectador se apropia de la fuerza del equipo o deportista, de su destreza y carácter, al grado de llenarse de gloria con la victoria que le es ajena, o sufrir un revés que le desmorona con la derrota.
Dice Sagan que las raíces del espectáculo deportivo son hondas y han dejado huellas que van desde las “arenas” y el Coliseo romano, hasta los estadios de nuestros días: fútbol, carreras, olimpíadas, box, en cada uno de estos encuentros nos vemos reflejados y elegimos a uno de los rivales para sentirnos él, coronarnos con su éxito o llorar con su fracaso.
Llegando a la exageración de tener pre- pre- pre- campañas, los políticos y los medios imponen un contexto a la dócil opinión pública y ésta lo asume hasta volverse una fuerza repetidora más influyente que todos los medios de comunicación: las elecciones se vuelven el tema crucial, central de la política nacional. Lo peor de este asunto es que, una vez elegidos los funcionarios, lo único en lo que piensan es en cómo dar el siguiente brinco. ¿Pobreza, economía, educación, salud, derechos humanos, oportunidades o empleo? Sólo si sirven para el discurso que cuide la imagen, por aquello del siguiente brinco.
En medio de tantas luces no debemos encandilarnos porque perderíamos de vista que la única medida fiel para evaluar la eficiencia de un gobierno, es la cantidad de pobres que hay en su país.
En la vida pública de México hay un hecho observable digno de atención y de interpretación: los temas que abordan con mayor frecuencia los políticos y los medios. Por encima de la miseria que niegan, la guerra que va ganando Calderón o el desempleo, los funcionarios públicos y sus repetidoras tienen especial inclinación por las campañas electorales.
De lo anterior se derivan dos significados atendibles: uno –y dados los indignos beneficios de que goza la clase política–, es lógico: la mayor preocupación de un político es la de, apenas asumido un cargo, saber cómo puede armar su siguiente brinco. Y si llegada la hora no es ungido por las ocultas fuerzas preelectorales, entonces comienza la delicada tarea de arrimarse al “bueno” para al menos volver a ser bendecido con su incorporación al equipo del “señor”.
El otro significado del comportamiento cupular político tiene un impacto aún más fuerte en la sociedad que el provocado por caza-huesos tomando decisiones cuyo análisis previo, cuando lo hay, ignora al pueblo. Se trata de una cortina de humo casi transparente, que es en lo que se convierte la agenda de los funcionarios, los partidos y los medios.
Saturar los medios y los discursos con incógnitas como las alianzas, los 10 candidatos de Madero, el extraño que lanzó Calderón al abrir la puerta a la competencia -¿la ve perdida?-, anticipar el 2012 desde el 2009 y más, logra que el imaginario colectivo asuma el tema como principal. Y de ahí se deriva un acto de magia: la vida pública del país se convierte en un espectáculo de luces, colores, maquillajes, sonrisas, mientras la embelesada opinión pública invierte toda su atención en seguir los tropezones de uno, los mítines del otro, los espaldarazos de los personajes cruciales y, con todos esos datos, tratar de adivinar quién será el ganador. La política convertida en una competencia y nada más.
En su libro El Cerebro de Broca, Carl Sagan explica lo que siente un aficionado cuando compite su equipo favorito. Explica que el espectador se apropia de la fuerza del equipo o deportista, de su destreza y carácter, al grado de llenarse de gloria con la victoria que le es ajena, o sufrir un revés que le desmorona con la derrota.
Dice Sagan que las raíces del espectáculo deportivo son hondas y han dejado huellas que van desde las “arenas” y el Coliseo romano, hasta los estadios de nuestros días: fútbol, carreras, olimpíadas, box, en cada uno de estos encuentros nos vemos reflejados y elegimos a uno de los rivales para sentirnos él, coronarnos con su éxito o llorar con su fracaso.
Llegando a la exageración de tener pre- pre- pre- campañas, los políticos y los medios imponen un contexto a la dócil opinión pública y ésta lo asume hasta volverse una fuerza repetidora más influyente que todos los medios de comunicación: las elecciones se vuelven el tema crucial, central de la política nacional. Lo peor de este asunto es que, una vez elegidos los funcionarios, lo único en lo que piensan es en cómo dar el siguiente brinco. ¿Pobreza, economía, educación, salud, derechos humanos, oportunidades o empleo? Sólo si sirven para el discurso que cuide la imagen, por aquello del siguiente brinco.
En medio de tantas luces no debemos encandilarnos porque perderíamos de vista que la única medida fiel para evaluar la eficiencia de un gobierno, es la cantidad de pobres que hay en su país.
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