El problema no es el embajador, es la situación

Agenda Ciudadana / Lorenzo Meyer

La cuestión

Un embajador que se vuelve públicamente incómodo para el gobierno ante el cual está acreditado es tema viejo aunque no frecuente. La incomodidad se torna problema serio cuando la relación con el país del diplomático indeseado es importante, como es el caso entre Felipe Calderón y el jefe de la misión diplomática estadounidense, Carlos Pascual.

Hipótesis

Examinando el pasado se puede formular una hipótesis. Generalmente la irritación de un gobierno mexicano con un embajador norteamericano no radica tanto en la conducta del diplomático en cuestión -aunque bien puede ser un factor- sino en las condiciones en que se desarrolla la relación bilateral. Cuando no hay antecedentes o se pierde la normalidad en esa relación y surgen situaciones imprevistas, las contradicciones entre los intereses nacionales pueden llevar a que un embajador se convierta en la personificación de políticas, demandas y presiones desagradables o inaceptables para el gobierno ante el que está acreditado. Y una respuesta de ese gobierno bajo presión, puede ser pedir el cambio de embajador. El cambio no resuelve nada aunque puede dar pie a replantear la problemática y reencausar la relación.

Ejemplos

Si echamos un vistazo a la historia de las relaciones de México con Estados Unidos, encontraremos que la raíz de los problemas entre gobiernos mexicanos y embajadores norteamericanos está menos en la personalidad o conducta del diplomático y más en las debilidades y contradicciones de las respectivas agendas nacionales.

El primer enviado de Washington ante el gobierno de México fue Joel R. Poinsett. Tras cuatro años y medio, el personaje fue obligado a abandonar el país por haberse convertido en una figura intolerable para una de las facciones en pugna por la nación. Cuando Poinsett llegó a nuestro país a mediados de 1825 como ministro plenipotenciario, ya conocía el terreno pues lo había visitado unos años atrás para informar a Washington sobre sus condiciones políticas.

Ya como ministro, Poinsett encontró tentador involucrarse en los procesos políticos internos de un país que estaba lejos de ser un Estado nacional consolidado y cuya clase gobernante estaba surcada por divisiones irreductibles. El ministro no se limitó a observar y representar sino que de plano se involucró en la intensa lucha mexicana y fue actor decisivo en la creación de la logia masónica yorkina -republicana, liberal y federalista- en una coyuntura en que las logias funcionaron como partidos. El resultado fue el abierto choque de Poinsett con la logia escocesa, apoyada por el ministro de Gran Bretaña e identificada con los elementos conservadores. Para el representante norteamericano, el objetivo era alinear al Estado mexicano en formación con las instituciones, orientaciones e intereses norteamericanos -que incluían mover hacia el sur la frontera con México y firmar un tratado comercial que le permitiera competir mejor con Inglaterra. Para diciembre de 1829, el activísimo de Poinsett desembocó en que se pidiera -y se lograra- su retiro.

El sucesor de Poinsett fue un personaje menos refinado: Anthony W. Butler, que se quedaría en México de 1830 a 1836. Butler, personaje cercano al presidente Andrew Jackson, ya no se involucró en las luchas internas mexicanas sino que dedicó su energía a aprovechar la debilidad del país para presionar por la adquisición de Texas y de otros territorios del norte mexicano. La insistencia de Butler en agrandar el territorio norteamericano a costa del mexicano, llevó a que nuevamente el gobierno de nuestro país pidiera el reemplazo del ministro de Washington. El problema no estaba realmente en Poinsett o Butler, sino en la debilidad mexicana y la agresividad norteamericana.

La situación interna de México no mejoró sino que empeoró al punto de hacerle perder primero la guerra con los texanos y después con Estados Unidos. Las derrotas agudizaron la crisis interna, y fue en esas condiciones, cuando en 1853 llegó a México en calidad de ministro plenipotenciario de Estados Unidos, James Gadsden, general habilitado y empresario ferrocarrilero. En su doble papel de diplomático y empresario, Gadsden presionó al débil y desprestigiado gobierno de Santa Anna para que "vendiera" a su país al menos el territorio al sur del Río Gila, "La Mesilla" -casi 77 mil km2, para facilitar la construcción de un ferrocarril que uniera al sur norteamericano con el Pacífico. Gadsden tenía instrucciones de no aceptar una negativa a su oferta y, de ser posible, presionar para adquirir más. Santa Anna cedió lo mínimo para evitar un choque con el expansionismo del vecino.

Gadsden personalmente simpatizaba con los enemigos de Santa Anna y no lamentó la caída del dictador en 1855 al triunfo del Plan de Ayutla. El ministro entabló una buena relación con el presidente Juan N. Álvarez pero no con su sucesor, Ignacio Comonfort, al que vio como un conservador y favorable a los intereses europeos. De nuevo, en 1856, un ejecutivo mexicano acosado por la virulencia de los conflictos internos, pidió a Washington que retirara a su ministro por haberse mezclado en la disputa interna de los mexicanos.

En el siglo XX, a la caída del gobierno de Porfirio Díaz en 1911 y el resurgimiento de la disputa violenta por la nación, el embajador Henry Lane Wilson -un abogado republicano con experiencia diplomática en Chile y Bélgica- llevaba poco más de un año en su cargo en México. Este embajador, por su personalidad y antecedentes, en un entorno de estabilidad hubiera desempeñado sin problemas su papel -él consideraba que su tarea como diplomático era defender y sostener a toda costa los intereses materiales y el prestigio de Estados Unidos en un México donde había arranques de sentimientos anti yanquis.

Sin embargo, la pérdida de la larga estabilidad política de México como resultado del movimiento encabezado por Francisco I. Madero, cambió el entorno y ni el embajador ni su gobierno supieron entender y manejar el inicio de la gran crisis política que entonces se inició. Al final, en vez de optar por ayudar a consolidar al nuevo régimen -que entonces sólo pretendía la democracia política y aún no la revolución-, Wilson contribuyó a desestabilizarlo al insistir y presionar por un imposible retorno inmediato a la tranquilidad del pasado. Madero, por su parte, confió que al concluir el gobierno de William Taft -marzo de 1913- podría pedir a su sucesor, el demócrata Woodrow Wilson, un cambio de embajador y, sobre todo, de actitud hacia su proyecto democratizador. Fue entonces cuando tuvo lugar el golpe militar de febrero de 1913 y cuando un enviado norteamericano tuvo la intervención más escandalosa en la política interna mexicana: el embajador se atrevió a pedir la renuncia de Madero primero y orquestó después el llamado "pacto de la embajada", que puso de acuerdo a los generales Félix Díaz y Victoriano Huerta para derrocar a Madero y acto seguido se abstuvo de impedir su asesinato.

Desde ese febrero de 1913, todo embajador norteamericano en México se mueve bajo la sombra, tenue normalmente pero fuerte en ocasiones, de Henry Lane Wilson. Quizá por ello, el presidente Calvin Coolidge, cambió en 1927 a un embajador vociferante, James Sheffield, y que constantemente chocaba con el presidente Plutarco Elías Calles, por otro, Dwight Morrow, que optó por ser discreto y negociar, conciliar y apoyar al régimen como la mejor fórmula para obtener lo que Washington deseaba.

John Gavin, oficial de la armada norteamericana y luego actor de cine, amigo del presidente Ronald Reagan, representó a Estados Unidos en México de 1981 a 1986. Este fue el penúltimo embajador que públicamente resultó incómodo para el gobierno mexicano. Y es que al hacer crisis el modelo económico posrevolucionario, Gavin abogó con vehemencia por un cambio de modelo, uno neoliberal y con un juego electoral con mayor contenido, tal y como Reagan lo proponía para el resto del mundo.

Fue lo abierto del llamado de Gavin al cambio de la orientación política de México, y no el contenido de ese llamado, lo que molestó a la clase priista sumida en una gran crisis económica y política. Es quizá también lo abierto y central del papel que hoy desempeña el embajador Pascual en la guerra de Felipe Calderón contra el narco, lo que molesta a Los Pinos y no la esencia de esa intervención. Esencia que se basa en la invitación de Calderón a Estados Unidos a intervenir vía la Iniciativa Mérida, y que últimamente llega a tolerar acciones norteamericanas ilegales y cotidianas en suelo mexicano, como las que acaba de detallar The New York Times, (16 de marzo).

RESUMEN

"Centrar en el embajador norteamericano las dificultades en la relación México-Estados Unidos es simplificar las contradicciones entre dos agendas nacionales"

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