Francisco Rodríguez / Índice Político
Diecisiete días antes de que lo asesinaran –hace ya 17 años–, Luis Donaldo Colosio pronunció el memorable discurso en el que compartía su visión del país.
En 1994, el malogrado candidato presidencial priísta veía “un México de comunidades indígenas, que no pueden esperar más a las exigencias de justicia, de dignidad y de progreso…”. Ese México no ha cambiado.
“Yo veo un México de campesinos que aún no tienen las respuestas que merecen. He visto un campo empobrecido, endeudado, pero también he visto un campo con capacidad de reaccionar, de rendir frutos si se establecen y se arraigan los incentivos adecuados”, decía Colosio el 6 de marzo de 1994, pero igual podría repetirlo hoy cualquiera que se preocupe por os problemas agrarios.
“Yo veo un México de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que demandan; pero también veo un México de trabajadores que se han sumado decididamente al esfuerzo productivo, y a los que hay que responderles con puestos de trabajo, con adiestramiento, con capacitación y con mejores salarios”, decía Colosio. Y ese México de fines del salinato es el mismo México de los estertores del calderonato.
“Yo veo un México de jóvenes que enfrentan todos los días la difícil realidad de la falta de empleo, que no siempre tienen a su alcance las oportunidades de educación y de preparación. Jóvenes que muchas veces se ven orillados a la delincuencia, a la drogadicción; pero también veo jóvenes que cuando cuentan con los apoyos, que cuando cuentan con las oportunidades que demandan, participan con su energía de manera decisiva en el progreso de la Nación.” Y esos jóvenes de 1994 son ya adultos que tampoco tienen oportunidades en el 2011. Y en este 2011 hay cada vez más jóvenes sin futuro.
“Yo veo un México de mujeres que aún no cuentan con las oportunidades que les pertenecen; mujeres con una gran capacidad, una gran capacidad para enriquecer nuestra vida económica, política y social. Mujeres en suma que reclaman una participación más plena, más justa, en el México de nuestros días.” Y aquellos días descritos por el sonorense son los mismos días de hoy.
Colosio, y con él millones de mexicanos, veía entonces “un México de empresarios, de la pequeña y la mediana empresa, a veces desalentados por el burocratismo, por el mar de trámites, por la discrecionalidad en las autoridades. Son gente creativa y entregada, dispuesta al trabajo, dispuesta a arriesgar, que quieren oportunidades y que demandan una economía que les ofrezca condiciones más favorables”, y 17 años después ninguna de estas circunstancias ha cambiado.
“Yo veo un México de profesionistas que no encuentran los empleos que los ayuden a desarrollar sus aptitudes y sus destrezas –se lamentaba Colosio–. Un México de maestras y de maestros, de universitarios, de investigadores, que piden reconocimiento a su vida profesional, que piden la elevación de sus ingresos y condiciones más favorables para el rendimiento de sus frutos académicos; técnicos que buscan las oportunidades para aportar su mejor esfuerzo.”
Y rubricaba entonces Colosio su diagnóstico de aquel México de 1994, con la frase que originalmente pronunciara El Maestro de América, don Justo Sierra O’Reilly: “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia.”
Más de tres lustros han transcurrido. Un gobierno priísta, el de Zedillo. Dos panistas que se comprometieron a “el cambio”, el de Fox y Calderón… Y nada ha cambiado y sí mucho o prácticamente todo se ha puesto peor.
México, hoy, padece más hambre y más sed de justicia.
El México que vio Colosio estaba enfermo, pero había esperanza de que recuperara la salud.
El México que nos han dejado Zedillo –con el más grande atraco a la población, llamado Fobaproa–, Fox y Calderón –con sus complicidades con la delincuencia organizada a la que dicen combatir– agoniza.
Le hace falta una terapia de shock…
Y ese shock puede ser el ya muy alto precio de la tortilla, y la privatización de los servicios municipales de agua potable…
Hambre y sed. También de justicia.
Índice Flamígero: Las 50 Acciones para Restaurar la República propuestas este último domingo por Andrés Manuel López Obrador son también terapia de shock. El país, sus habitantes, carecerán de viabilidad, si desde el poder persisten en seguir los pasos que hasta hoy nos han llevado a la orilla del precipicio.
Diecisiete días antes de que lo asesinaran –hace ya 17 años–, Luis Donaldo Colosio pronunció el memorable discurso en el que compartía su visión del país.
En 1994, el malogrado candidato presidencial priísta veía “un México de comunidades indígenas, que no pueden esperar más a las exigencias de justicia, de dignidad y de progreso…”. Ese México no ha cambiado.
“Yo veo un México de campesinos que aún no tienen las respuestas que merecen. He visto un campo empobrecido, endeudado, pero también he visto un campo con capacidad de reaccionar, de rendir frutos si se establecen y se arraigan los incentivos adecuados”, decía Colosio el 6 de marzo de 1994, pero igual podría repetirlo hoy cualquiera que se preocupe por os problemas agrarios.
“Yo veo un México de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que demandan; pero también veo un México de trabajadores que se han sumado decididamente al esfuerzo productivo, y a los que hay que responderles con puestos de trabajo, con adiestramiento, con capacitación y con mejores salarios”, decía Colosio. Y ese México de fines del salinato es el mismo México de los estertores del calderonato.
“Yo veo un México de jóvenes que enfrentan todos los días la difícil realidad de la falta de empleo, que no siempre tienen a su alcance las oportunidades de educación y de preparación. Jóvenes que muchas veces se ven orillados a la delincuencia, a la drogadicción; pero también veo jóvenes que cuando cuentan con los apoyos, que cuando cuentan con las oportunidades que demandan, participan con su energía de manera decisiva en el progreso de la Nación.” Y esos jóvenes de 1994 son ya adultos que tampoco tienen oportunidades en el 2011. Y en este 2011 hay cada vez más jóvenes sin futuro.
“Yo veo un México de mujeres que aún no cuentan con las oportunidades que les pertenecen; mujeres con una gran capacidad, una gran capacidad para enriquecer nuestra vida económica, política y social. Mujeres en suma que reclaman una participación más plena, más justa, en el México de nuestros días.” Y aquellos días descritos por el sonorense son los mismos días de hoy.
Colosio, y con él millones de mexicanos, veía entonces “un México de empresarios, de la pequeña y la mediana empresa, a veces desalentados por el burocratismo, por el mar de trámites, por la discrecionalidad en las autoridades. Son gente creativa y entregada, dispuesta al trabajo, dispuesta a arriesgar, que quieren oportunidades y que demandan una economía que les ofrezca condiciones más favorables”, y 17 años después ninguna de estas circunstancias ha cambiado.
“Yo veo un México de profesionistas que no encuentran los empleos que los ayuden a desarrollar sus aptitudes y sus destrezas –se lamentaba Colosio–. Un México de maestras y de maestros, de universitarios, de investigadores, que piden reconocimiento a su vida profesional, que piden la elevación de sus ingresos y condiciones más favorables para el rendimiento de sus frutos académicos; técnicos que buscan las oportunidades para aportar su mejor esfuerzo.”
Y rubricaba entonces Colosio su diagnóstico de aquel México de 1994, con la frase que originalmente pronunciara El Maestro de América, don Justo Sierra O’Reilly: “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia.”
Más de tres lustros han transcurrido. Un gobierno priísta, el de Zedillo. Dos panistas que se comprometieron a “el cambio”, el de Fox y Calderón… Y nada ha cambiado y sí mucho o prácticamente todo se ha puesto peor.
México, hoy, padece más hambre y más sed de justicia.
El México que vio Colosio estaba enfermo, pero había esperanza de que recuperara la salud.
El México que nos han dejado Zedillo –con el más grande atraco a la población, llamado Fobaproa–, Fox y Calderón –con sus complicidades con la delincuencia organizada a la que dicen combatir– agoniza.
Le hace falta una terapia de shock…
Y ese shock puede ser el ya muy alto precio de la tortilla, y la privatización de los servicios municipales de agua potable…
Hambre y sed. También de justicia.
Índice Flamígero: Las 50 Acciones para Restaurar la República propuestas este último domingo por Andrés Manuel López Obrador son también terapia de shock. El país, sus habitantes, carecerán de viabilidad, si desde el poder persisten en seguir los pasos que hasta hoy nos han llevado a la orilla del precipicio.
Comentarios