El embajador desinformado

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Era imposible que Carlos Pascual previera que su memoranda al Departamento de Estado salieran algún día a la luz pública. Pero gracias a las filtraciones a WikiLeaks que puso a disposición del mundo miles de cables diplomáticos, en México pudieron darse cuenta sus interlocutores que la calidad de la información que enviaba el embajador de Estados Unidos en México a Washington, era de mala calidad. Con todo al descubierto, era inevitable que el estado de aislamiento en el que se encuentra hoy en día, fuera consecuencia directa de sus propio errores.

Pascual se ha convertido en una especie de apestado. Aunque en varios medios han subrayado que lo que escribió Pascual a sus jefes no difiere en absoluto de lo que varios columnistas habían publicado en su momento, no sólo matices no incorporados sino mentiras en algunos cables que provocaron una revolución en el gabinete y reclamos importantes en la oficina del presidente Felipe Calderón, quien tuvo que resolver un dilema: quejarse en privado, o denunciar públicamente al embajador.

El Presidente usó a los medios y lo calificó de ignorante, dejando claro que no podría trabajar más con él. Para muchos, observadores profesionales y ordinarios, la actitud presidencial estuvo más cerca de un berrinche que de un comportamiento profesional, pues al hacer público su gran desacuerdo, cerró la posibilidad de que el presidente Barack Obama, en un encuentro privado, pudiera acceder a un relevo en México para mantener intacta la relación.

Hoy es imposible que lo cambie. ¿Cuántos gobiernos más en el mundo formarían cola para exigir el mismo trato y que les retirarán a los embajadores y autores de miles de cables dados a conocer por WikiLeaks? Lo que Pascual y la mayoría de los mexicanos no saben, es que Calderón tuvo que estallar en público porque el costo de no hacerlo hubiera sido mucho más alto que haberse quedado callado. Por ejemplo, el secretario de la Defensa, Guillermo Galván, no lo iba a entender.

Pascual escribió eufórico a Washington la noche del 17 de diciembre de 2009 que gracias a la inteligencia que aportaron las agencias estadounidenses a la Marina, los comandos entrenados por Washington habían dado muerte a Arturo Beltrán Leyva, uno de los jefes del narcotráfico más violentos de la última década. Solamente esas líneas, exhibieron al secretario de la Marina, almirante Francisco Saynez, quien a través de sus voceros dijo que la caída de Beltrán Leyva había sido resultado de un trabajo de inteligencia de seis meses.

Ese cable dejó al secretario de la Marina como mentiroso. En otras líneas, Pascual prendió otra mecha. Escribió que la información se le había entregado originalmente a la Secretaría de la Defensa, que no hizo absolutamente nada por lo que él llamo “aversión a los riesgos”. En buen castellano llamó a los militares cobardes. Metafóricamente hablando, el general Galván preguntó en Los Pinos: ¿Es así como nos ve el Presidente?

En efecto, Pascual tenia razón, el Ejército no hizo nada directamente. Pero no fue por “aversión al riesgo”, sino porque el Presidente había designado –instrucción que se mantiene- cárteles específicos a dependencias específicas. La Marina, no el Ejército, fue responsabilizada de los Beltrán Leyva, como el Ejército, no nadie más, de Los Zetas. Los informantes de Pascual, evidentemente, no tenían buena información, y lo mantuvieron ajeno a esa directiva.

Esa misma descripción fallida fue ampliamente documentada en otro cable donde mencionó que había una mala coordinación entre las secretarías a cargo de la seguridad. Ese memo provocó que, además de las Fuerzas Armadas, se incendiaran los titulares de la Secretaría de Seguridad Pública y la PGR. Pascual había caído en una frivolidad. Su cable se refería probablemente a las diferencias de carácter y personalidad de las cabezas de las secretarías, que los llevó a enfrentamientos públicos, pero omitió aspectos estratégicamente relevantes.

Uno de ellos, paradójicamente registrado en otro cable, es el muy poco conocido Grupo de Coordinación del gabinete de seguridad, donde lo que sucede en las alturas no permea en ese cuarto de guerra donde están todos los jefes tácticos, operativos y de inteligencia del gobierno federal, y comparten toda la información para los operativos encargados a cada uno de ellos.

Este grupo es el que vio la operación contra Beltrán Leyva, pero que no lo vio Pascual ni entendió el modo de ejecución que lo llevó a señalar a los militares como cobardes. La mecánica de trabajo es que en ese grupo se comparte la información hasta que se establece la fecha de la acción final, por lo que la dependencia responsabilizada de hacerlo cierra toda la información y se aísla, para evitar filtraciones. El resto de las dependencias no vuelve a saber de ellos hasta que les piden el apoyo para la operación, realizándolo de manera importante, pero secundaria.

En el caso de Beltrán Leyva, el Ejército fue quien se hizo cargo de la seguridad perimetral, como también lo hicieron los militares y la policía federal cuando la Marina actuó contra Ezequiel Cárdenas, “Tony Tormenta” en Reynosa, o cuando la Policía Federal lanzó una operación contra Nazario Ortiz, el jefe de La Familia, cuando fueron militares y marinos quienes realizaron la seguridad perimetral y cerraron las vías de escape.

La falta de conocimiento de Pascual sobre los mecanismos de operación, y el haber estado escuchando de más a fuentes ignorantes también de estas estructuras, lo llevó a escribir cables equivocados que lastimaron en México y provocaron inconformidad. El Presidente prefirió sacrificarlo y aguantarlo por tiempo indefinido, a perder capacidad de liderazgo en las Fuerzas Armadas. El embajador, mal informado, pagará con creces sus fallas.

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