Jorge Carrasco Araizaga
La madrugada del sábado, decenas de personas en pleno centro del puerto de Veracruz les tocó quedar en medio de una balacera entre militares y bandas armadas. Por lo menos seis personas murieron y otras fueron heridas.
Pero la prensa local evitó consignar el hecho. Unos, por el silencio impuesto por el narco. Otros, en consonancia con el oficialista Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia.
En el México narco con el que el propio Felipe Calderón marcó su gestión, unos y otros –delincuentes y oficialistas– pretenden hacer de la prensa un avestruz para que entierre la cabeza ante la realidad. Aunque miles de personas en todo el país padezcan las consecuencias de algo que cada vez más toma la forma de un conflicto armado interno, pretenden que deje de ser noticia que mueran o sean lesionadas personas ajenas al combate entre las fuerzas federales y la delincuencia o entre carteles rivales.
Tampoco quieren que se informe, salvo cuando a cada una de las partes le conviene, que son muchos los mutilados, vejados y torturados, muchos más los amenazados en todo el territorio y cientos los pobladores que han tenido que abandonar sus lugares de residencia a causa de la violencia.
El narco y el gobierno se disputan el control de la prensa en la lógica de una guerra: A la propaganda gubernamental, le sigue una contrapropaganda de los grupos armados organizados que se pelean entre sí y con las fuerzas gubernamentales.
La propaganda de Calderón, sintetizada en una entrevista que publicó este domingo el periódico español El PAÍS, dice que “este es un país que funciona”.
Comparado, como lo hace, con los países de África del Norte –donde hay ahora una revuelta y en uno de ellos, Libia, una intervención armada internacional– por supuesto que funciona, pero en el México de Calderón la norma es la violencia.
La contrapropaganda narca busca demostrar que la guerra está lejos de acabarse. A pesar de los millones de pesos que Calderón se ha gastado para decir que va ganando, recuperando el control de la violencia y el territorio, los narcos le responden con mantas y pintas para decir lo contrario.
El propio Calderón le ha reclamado a la prensa hacerse eco de la contrapropaganda, pues mientras él y su gobierno gastan millones de pesos de los impuestos en la prensa, los narcos tienen gratis los espacios en los medios de información.
Pero cuando un grupo de narcotraficantes no quiere que se informe de un hecho o, por el contrario, quiere darle difusión a sus actividades delictivas, entonces obliga a la prensa a callar o publicar a riesgo de sufrir las consecuencias.
El gobierno, sus voceros –oficiales y oficialistas– y los narcotraficantes podrán hacer de una parte de la prensa un avestruz, pero en el mundo ya se sabe que en México mucha gente padece la realidad de un conflicto armado interno.
Si no lo es, se parece mucho, de acuerdo con las características acordadas bajo los principios del derecho internacional humanitario: confrontación prolongada entre fuerzas armadas y grupos organizados, o entre estos, disputa territorial, afectación a la población civil, ejecuciones extrajudiciales, detenidos desaparecidos, desplazados, reclutamiento de menores y otras manifestaciones que se saben en el mundo.
A pesar del síndrome del avestruz, lo que pasa en el país es inocultable; no hay propaganda ni contrapropaganda que oculte las graves violaciones a los derechos humanos que ocurren cada día y que hacen que México sea hoy uno de los países más incivilizados del mundo, por más que “funcione”.
La madrugada del sábado, decenas de personas en pleno centro del puerto de Veracruz les tocó quedar en medio de una balacera entre militares y bandas armadas. Por lo menos seis personas murieron y otras fueron heridas.
Pero la prensa local evitó consignar el hecho. Unos, por el silencio impuesto por el narco. Otros, en consonancia con el oficialista Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia.
En el México narco con el que el propio Felipe Calderón marcó su gestión, unos y otros –delincuentes y oficialistas– pretenden hacer de la prensa un avestruz para que entierre la cabeza ante la realidad. Aunque miles de personas en todo el país padezcan las consecuencias de algo que cada vez más toma la forma de un conflicto armado interno, pretenden que deje de ser noticia que mueran o sean lesionadas personas ajenas al combate entre las fuerzas federales y la delincuencia o entre carteles rivales.
Tampoco quieren que se informe, salvo cuando a cada una de las partes le conviene, que son muchos los mutilados, vejados y torturados, muchos más los amenazados en todo el territorio y cientos los pobladores que han tenido que abandonar sus lugares de residencia a causa de la violencia.
El narco y el gobierno se disputan el control de la prensa en la lógica de una guerra: A la propaganda gubernamental, le sigue una contrapropaganda de los grupos armados organizados que se pelean entre sí y con las fuerzas gubernamentales.
La propaganda de Calderón, sintetizada en una entrevista que publicó este domingo el periódico español El PAÍS, dice que “este es un país que funciona”.
Comparado, como lo hace, con los países de África del Norte –donde hay ahora una revuelta y en uno de ellos, Libia, una intervención armada internacional– por supuesto que funciona, pero en el México de Calderón la norma es la violencia.
La contrapropaganda narca busca demostrar que la guerra está lejos de acabarse. A pesar de los millones de pesos que Calderón se ha gastado para decir que va ganando, recuperando el control de la violencia y el territorio, los narcos le responden con mantas y pintas para decir lo contrario.
El propio Calderón le ha reclamado a la prensa hacerse eco de la contrapropaganda, pues mientras él y su gobierno gastan millones de pesos de los impuestos en la prensa, los narcos tienen gratis los espacios en los medios de información.
Pero cuando un grupo de narcotraficantes no quiere que se informe de un hecho o, por el contrario, quiere darle difusión a sus actividades delictivas, entonces obliga a la prensa a callar o publicar a riesgo de sufrir las consecuencias.
El gobierno, sus voceros –oficiales y oficialistas– y los narcotraficantes podrán hacer de una parte de la prensa un avestruz, pero en el mundo ya se sabe que en México mucha gente padece la realidad de un conflicto armado interno.
Si no lo es, se parece mucho, de acuerdo con las características acordadas bajo los principios del derecho internacional humanitario: confrontación prolongada entre fuerzas armadas y grupos organizados, o entre estos, disputa territorial, afectación a la población civil, ejecuciones extrajudiciales, detenidos desaparecidos, desplazados, reclutamiento de menores y otras manifestaciones que se saben en el mundo.
A pesar del síndrome del avestruz, lo que pasa en el país es inocultable; no hay propaganda ni contrapropaganda que oculte las graves violaciones a los derechos humanos que ocurren cada día y que hacen que México sea hoy uno de los países más incivilizados del mundo, por más que “funcione”.
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