Carlos Abedrop: la banca y la UNAM

Miguel Ángel Granados Chapa

Cuando el primero de septiembre de 1982 el presidente López Portillo anunció en su último informe de gobierno la expropiación de la banca y el control de cambios, para enfrentar la gran crisis que agobiaba a México, los asistentes a la ceremonia en San Lázaro, legisladores e invitados especiales, se pusieron de pie para ovacionar al jefe del Estado y las audaces medidas que había adoptado.

No todos lo hicieron. “Trémulos, incrédulos, desencajados, los líderes privados permanecieron sentados”. Estaban allí Manuel J. Clouthier, presidente del Consejo Coordinador Empresarial; Emilio Goicoechea, de la Concanaco; Prudencio López, de la Concamin, y Carlos Abedrop Dávila, director del Banco del Atlántico y presidente de la Asociación de Banqueros de México, el sector directamente afectado por las decisiones presidenciales. “Abedrop echó la cabeza atrás, como queriendo dormir, mientras se anunciaba que los banqueros encabezados por el antiguo comunista dejaban de tener sitio en la sociedad mexicana”. (La banca nuestra de cada día, Océano, 1982.)

Al salir del Palacio Legislativo, Abedrop refutó a López Portillo, a contracorriente del entusiasmo (pasajero o fingido) de los legisladores que antes de cuatro meses estaban ya iniciando la reprivatización de las instituciones de crédito afectadas por los decretos de López Portillo. Consideró un error sacar de la gestión privada el negocio de la intermediación financiera y rechazó el feo retrato que el presidente había trazado del comportamiento de los banqueros y sus empleados en el saqueo que debilitó al peso, devaluado aunque López Portillo jurara defenderlo como un perro.

Hacía por esas fechas 18 años que Abedrop pertenecía al Club de Banqueros. En 1964 había adquirido el control del Banco del Atlántico y desde entonces lo había hecho crecer. Contaba en aquel momento fundacional con apenas cinco sucursales, y cuando la institución fue expropiada ya sumaban 170, un número respetable, suficiente para competir con los que entonces y ahora eran los gigantes de la banca, Banamex y Bancomer.

Para llegar a la banca Abedrop había trabajado duro 20 años. Nacido en cuna modesta en Monclova, Coahuila, el 4 de noviembre de 1920, siguió una ruta frecuente en los años 30 y 40. Se hizo profesor de primaria en la Escuela Normal de Saltillo, y luego estudió economía en la Universidad Nacional. Vivía no lejos del domicilio del plantel, en la calle de Cuba, cerca de Santo Domingo, un inmueble que varias décadas después contribuiría a remozar para que albergara a la asociación de exalumnos de esa escuela nacional convertida más tarde en facultad. Durante sus estudios universitarios tuvo una breve militancia comunista, en que no perseveró debido entre otras causas a las frecuentes disensiones y purgas en ese núcleo iniciático de la izquierda mexicana.

Poco después de graduarse en la ENE, donde fue alumno predilecto del director, don Jesús Silva Herzog, se dedicó a asesorar negocios privados. A diferencia de casi todos sus compañeros, que buscaron acomodo en el servicio público, Abedrop lo hizo en las empresas particulares que deseaban conocer sus mercados y explorar sus capacidades de financiamiento más allá de la intuición y la experiencia de sus propietarios. De esa manera tuvo un lugar en la firma Ingenieros Civiles Asociados, a cuyo consejo de administración pertenecería en su madurez. También se vinculó a intereses financieros franceses que poseían capital en algunas incipientes instituciones bancarias mexicanas. Al consolidarse esas iniciativas surgió el Banco del Atlántico, que después de las sucesivas etapas que ha vivido la intermediación financiera después de la expropiación puede todavía reconocerse en el banco HSBC.

Dueño ya de una posición empresarial eminente, Abedrop amplió sus horizontes. Fue presidente de la Cámara Nacional de Comercio de la Ciudad de México, cuando ésta ocupaba un lugar aparte de la confederación nacional respectiva. Y en 1967 su antiguo amigo el rector Javier Barros Sierra, con quien había convivido en ICA, lo invitó a presidir el Patronato Universitario. Esta es la oficina, no sujeta a la autoridad del rector, que administra los recursos de la UNAM y rinde cuentas de modo directo ante el Consejo Universitario. Como al propio rector, y los directores de escuelas, facultades e institutos, la Junta de Gobierno designa a los miembros del Patronato, cuya presidencia suele ser ocupada por un personaje ligado a la universidad pero de actuación sobresaliente en el ámbito financiero y empresarial.

Abedrop fue presidente de ese organismo también durante el rectorado de quienes sucedieron a Barros Sierra: Pablo González Casanova y Guillermo Soberón. Dejó de pertenecer a ese cuerpo en junio de 1978, poco después de haber sido elegido por primera vez presidente de la ABM, periodo que concluyó en 1979. Su segundo bienio al frente de los banqueros, iniciado en 1981, parecía marcado por un clima de buena voluntad con el gobierno, hasta que sobrevino la crisis de los precios petroleros, la escandalosa fuga de capitales y la devaluación del peso. Todo ello quiso ser contenido y contestado por López Portillo, primero con la expropiación y luego con la nacionalización de la banca, es decir, la exclusión de los particulares del servicio de banca y crédito.

A diferencia de Clouthier y Goicoechea, quienes eligieron una ruta de protesta política y radical contra el gobierno, a través de la campaña México en Libertad (que los condujo finalmente al PAN), Abedrop impulsó a los banqueros a impugnaciones judiciales y a presiones políticas menos fundamentalistas que tuvieron éxito. No pasó mucho tiempo para que Miguel de la Madrid, heredero de López Portillo, caminara en sentido contrario e iniciara la reprivatización de la banca que culminaría con la venta de los activos expropiados a nuevos banqueros que expoliaron a sus instituciones, las llevaron a la quiebra y al rescate y finalmente a la venta a consorcios financieros internacionales, como Citibank, que compró Banamex; BBVA, que adquirió Bancomer. El banco inglés de Hong Kong HSBC se quedó con Bital, que había resultado de la fusión de los bancos Internacional y del Atlántico, el de Abedrop, quien se mostró crítico de esta extranjerización y propuso que la banca entrara en el mercado de valores para que accionistas mexicanos tuvieran ocasión de participar en su propiedad y eventualmente su control. No le hicieron caso, ni los bancos aludidos ni el gobierno.

A diferencia de otros exbanqueros que quedaron pasmados por la expropiación, Abedrop asumió nuevas líneas de negocios. Formó el Grupo Ícaro, que en un tiempo poseyó las líneas aéreas nacionales, y el Grupo Olmeca, presente en el ámbito de la infraestructura, en sociedad con capitales y empresas francesas como Alstom.

En abril del año pasado la ABM, a la vez distinta y la misma que él había dirigido tres décadas atrás, le expresó su reconocimiento por su actuación como banquero y dirigente del gremio. Y en agosto siguiente, ya en silla de ruedas por el deterioro de su salud, el empresario monclovense entregó a la Universidad Nacional el edificio de posgrado de la ahora Facultad de Economía de la UNAM, que lleva el nombre de su querido maestro Silva Herzog. Había participado también en la creación de la Fundación UNAM a que convocó el rector José Sarukhán. Y asimismo había presidido la Fundación Mexicana para la Salud.

La profusión de esquelas con motivo de su muerte, y sus variados orígenes, dan cuenta de su plural presencia en la vida mexicana, especialmente los negocios y la Universidad.

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