Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Comprender el comportamiento político y humano del presidente Felipe Calderón, de su gabinete y los excluyentes panistas empeñados en destruir lo que queda de un país que dejó de existir en cuanto se estacionaron en la alternancia y se amilanaron para realizar la transición, requeriría buscar en la imaginación, narrativa y personajes de Leonardo Sciascia.
Releo Todo modo para entender más el trajín de la cofradía que hoy dispone de los asuntos de la nación, la distancia entre el discurso y la acción, la contradictoria actitud que los convierte en actores de esa impostura que Sciascia describe magistralmente a lo largo de sus novelas. Es como si la actualidad política mexicana le hubiese servido de modelo en un futuro que no fue el suyo, o fue trasladada a sus páginas como una anticipación a lo que se anuncia como permanencia de los hábitos del poder.
Es la única manera de leer el mensaje del presidente Felipe Calderón, quien hace días pidió a la cúpula y a todos los militantes de su partido, del partido en el gobierno, del instituto político del poder, buscar al mejor candidato a la Presidencia de la República -sea o no militante -, porque lo que está en juego es nada menos que el futuro del país, no sólo el futuro de Acción Nacional como gobierno.
Ante la nueva dirigencia panista llamó a la unidad de cara al 2012, pidió estar abiertos para escuchar a todos los aspirantes. Dijo: “Desde ahora, sugiero respetuosamente que nos aboquemos todos a ver en cada distrito electoral, en cada estado, en cada puesto de elección popular, quién verdaderamente, militante o no, puede responder a ese atributo de ser la o el mejor…”
Tengo a la mano Todo modo, allí encuentro lo siguiente: “-Sí, de acuerdo. Pero tenga presente que estamos hablando de la Iglesia, del papa -dijo el padre Gaetano-. Una fuerza sin fuerza, un poder sin poder, una realidad sin realidad. Aquello que en cualquier otra cosa mundana no sería más que apariencia, una cosa a ocultar o para engañar, en la Iglesia y en quienes la representan son las interpretaciones o las manifestaciones visibles de lo invisible. Y eso es todo…”
No puede darse una lectura equívoca. Los partidos equivalen a las iglesias, las cúpulas políticas a los cenáculos religiosos. Ante lo inevitable se empeñan por hacer visible lo inexistente: el bienestar, la seguridad pública, el triunfo gubernamental en la guerra al narco, el empleo, el turismo. Pero, según él, los mexicanos vivimos empeñados en auto recetarnos malas noticias, como las enviadas por Tony Garza y Carlos Pascual a sus patrones del Departamento de Estado, filtradas por WikiLeaks. Si fuera cierto, equivaldría a negarnos a nosotros mismos.
Pidió el presidente de la República a sus correligionarios elegir “sin prejuicios y sin compromisos amarrados” al próximo abanderado panista, porque “a sabiendas de que no son las exclusiones ni los reproches los que habrán de hacer de este partido mejor, sino las ideas y los acuerdos que sólo el talento político puede construir y, sobre todo, honrar”.
¿Honraron el presidente de la República y su partido, los acuerdos que suscribieron para que tomase posesión? Quizá sí están empeñados en cumplir los adquiridos con Tony Garza; a los suscritos con el PRI, les dieron la espalda.
Por ello el presidente Calderón anda urgido de nuevos compromisos, pues para él “también es válido decir que el presente de libertad, de estabilidad y de responsabilidad no sólo es resultado de sacrificios que no pueden ser dilapidados, sino sobre todo es un presente mejor que el autoritarismo, la corrupción y las crisis recurrentes que tanto sufrió México en el pasado. No podemos asumir que en México se recuerde de manera automática el yugo que el país tuvo durante tanto tiempo ni podemos asumir que nuestros adversarios permanezcan simplemente inertes, esperando que la verdad caiga como rayo luminosos sobre esas conciencias”, finalizó.
Nos cuenta Leonardo Sciascia:
“… Pero mire: si lo tuviera en mis manos durante 24 horas, y lo interrogara como hago yo, como yo sé hacer, el padre Gaetano vomitaría hasta el alma, si es que la tiene… Y no piense, ¡por favor!, en malos tratos, en torturas… Me limitaría a hacerle bajar del pedestal, a hacerle sentir que para mí está al mismo nivel que un ladronzuelo de gallinas, que el vicioso al que pescan con sus tres gramos de heroína en el bolsillo… Cuando uno que se cree poderoso entra en una comisaría y oye que le mandan quitarse los cordones de los zapatos y el cinturón de los pantalones, se desmorona, querido amigo, se desmorona como no puede usted ni siquiera imaginar…”
Eso no ha cambiado, ni se modificará en el futuro inmediato, porque para lograrlo necesitarían deslindarse de la impostura, dejar de ser personajes literarios, cumplir con la transición, pero no quieren, porque se encariñaron con el poder, aunque se los garantice alguien que no sea militante de Acción Nacional.
Para complementar la información y acceder a una comprensión cabal de lo que se nos anuncia como proyecto político para la nación, habría que leer Theorie du recit, de Jean Pierre Faye, quien en su introducción a los lenguajes totalitarios, asienta: “No hay jurisdicción de Estado o justicia constitucional que esté en medida de desempeñar el rol de salvaguarda de la constitución: esta forma es el Estado medieval, es el pensamiento anglosajón que lo prolonga. En su representación, la Vorstellung del siglo XIX, el Parlamento lleva en sí mismo la auténtica garantía constitucional: es él la verdadera salvaguarda de la constitución, puesto que su equivalente concreto, el gobierno, la asumió bajo presión. La tendencia liberal del siglo precedente es reducir al Estado a lo mínimo, evitar lo más posible su intervención en el área económica, en una palabra neutralizarlo, para que la sociedad y la economía puedan desarrollarse de acuerdo a sus principios inmanentes, conquistando el espacio de sus libres decisiones”.
Es ese deseo panista de conservar el poder a cualquier precio lo que coloca a la nación no solo ante el tan criticado autoritarismo de 70 años, sino ante la posibilidad de involucionar al totalitarismo, hasta permitir que la inmanencia decida el futuro e imponga reglas del juego intercambiables, movibles de acuerdo a las circunstancias políticas y sociales que imponga la sucesión presidencial.
Comprender el comportamiento político y humano del presidente Felipe Calderón, de su gabinete y los excluyentes panistas empeñados en destruir lo que queda de un país que dejó de existir en cuanto se estacionaron en la alternancia y se amilanaron para realizar la transición, requeriría buscar en la imaginación, narrativa y personajes de Leonardo Sciascia.
Releo Todo modo para entender más el trajín de la cofradía que hoy dispone de los asuntos de la nación, la distancia entre el discurso y la acción, la contradictoria actitud que los convierte en actores de esa impostura que Sciascia describe magistralmente a lo largo de sus novelas. Es como si la actualidad política mexicana le hubiese servido de modelo en un futuro que no fue el suyo, o fue trasladada a sus páginas como una anticipación a lo que se anuncia como permanencia de los hábitos del poder.
Es la única manera de leer el mensaje del presidente Felipe Calderón, quien hace días pidió a la cúpula y a todos los militantes de su partido, del partido en el gobierno, del instituto político del poder, buscar al mejor candidato a la Presidencia de la República -sea o no militante -, porque lo que está en juego es nada menos que el futuro del país, no sólo el futuro de Acción Nacional como gobierno.
Ante la nueva dirigencia panista llamó a la unidad de cara al 2012, pidió estar abiertos para escuchar a todos los aspirantes. Dijo: “Desde ahora, sugiero respetuosamente que nos aboquemos todos a ver en cada distrito electoral, en cada estado, en cada puesto de elección popular, quién verdaderamente, militante o no, puede responder a ese atributo de ser la o el mejor…”
Tengo a la mano Todo modo, allí encuentro lo siguiente: “-Sí, de acuerdo. Pero tenga presente que estamos hablando de la Iglesia, del papa -dijo el padre Gaetano-. Una fuerza sin fuerza, un poder sin poder, una realidad sin realidad. Aquello que en cualquier otra cosa mundana no sería más que apariencia, una cosa a ocultar o para engañar, en la Iglesia y en quienes la representan son las interpretaciones o las manifestaciones visibles de lo invisible. Y eso es todo…”
No puede darse una lectura equívoca. Los partidos equivalen a las iglesias, las cúpulas políticas a los cenáculos religiosos. Ante lo inevitable se empeñan por hacer visible lo inexistente: el bienestar, la seguridad pública, el triunfo gubernamental en la guerra al narco, el empleo, el turismo. Pero, según él, los mexicanos vivimos empeñados en auto recetarnos malas noticias, como las enviadas por Tony Garza y Carlos Pascual a sus patrones del Departamento de Estado, filtradas por WikiLeaks. Si fuera cierto, equivaldría a negarnos a nosotros mismos.
Pidió el presidente de la República a sus correligionarios elegir “sin prejuicios y sin compromisos amarrados” al próximo abanderado panista, porque “a sabiendas de que no son las exclusiones ni los reproches los que habrán de hacer de este partido mejor, sino las ideas y los acuerdos que sólo el talento político puede construir y, sobre todo, honrar”.
¿Honraron el presidente de la República y su partido, los acuerdos que suscribieron para que tomase posesión? Quizá sí están empeñados en cumplir los adquiridos con Tony Garza; a los suscritos con el PRI, les dieron la espalda.
Por ello el presidente Calderón anda urgido de nuevos compromisos, pues para él “también es válido decir que el presente de libertad, de estabilidad y de responsabilidad no sólo es resultado de sacrificios que no pueden ser dilapidados, sino sobre todo es un presente mejor que el autoritarismo, la corrupción y las crisis recurrentes que tanto sufrió México en el pasado. No podemos asumir que en México se recuerde de manera automática el yugo que el país tuvo durante tanto tiempo ni podemos asumir que nuestros adversarios permanezcan simplemente inertes, esperando que la verdad caiga como rayo luminosos sobre esas conciencias”, finalizó.
Nos cuenta Leonardo Sciascia:
“… Pero mire: si lo tuviera en mis manos durante 24 horas, y lo interrogara como hago yo, como yo sé hacer, el padre Gaetano vomitaría hasta el alma, si es que la tiene… Y no piense, ¡por favor!, en malos tratos, en torturas… Me limitaría a hacerle bajar del pedestal, a hacerle sentir que para mí está al mismo nivel que un ladronzuelo de gallinas, que el vicioso al que pescan con sus tres gramos de heroína en el bolsillo… Cuando uno que se cree poderoso entra en una comisaría y oye que le mandan quitarse los cordones de los zapatos y el cinturón de los pantalones, se desmorona, querido amigo, se desmorona como no puede usted ni siquiera imaginar…”
Eso no ha cambiado, ni se modificará en el futuro inmediato, porque para lograrlo necesitarían deslindarse de la impostura, dejar de ser personajes literarios, cumplir con la transición, pero no quieren, porque se encariñaron con el poder, aunque se los garantice alguien que no sea militante de Acción Nacional.
Para complementar la información y acceder a una comprensión cabal de lo que se nos anuncia como proyecto político para la nación, habría que leer Theorie du recit, de Jean Pierre Faye, quien en su introducción a los lenguajes totalitarios, asienta: “No hay jurisdicción de Estado o justicia constitucional que esté en medida de desempeñar el rol de salvaguarda de la constitución: esta forma es el Estado medieval, es el pensamiento anglosajón que lo prolonga. En su representación, la Vorstellung del siglo XIX, el Parlamento lleva en sí mismo la auténtica garantía constitucional: es él la verdadera salvaguarda de la constitución, puesto que su equivalente concreto, el gobierno, la asumió bajo presión. La tendencia liberal del siglo precedente es reducir al Estado a lo mínimo, evitar lo más posible su intervención en el área económica, en una palabra neutralizarlo, para que la sociedad y la economía puedan desarrollarse de acuerdo a sus principios inmanentes, conquistando el espacio de sus libres decisiones”.
Es ese deseo panista de conservar el poder a cualquier precio lo que coloca a la nación no solo ante el tan criticado autoritarismo de 70 años, sino ante la posibilidad de involucionar al totalitarismo, hasta permitir que la inmanencia decida el futuro e imponga reglas del juego intercambiables, movibles de acuerdo a las circunstancias políticas y sociales que imponga la sucesión presidencial.
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