Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
¿Qué idea tiene el presidente de México de su propio poder? ¿Estará consciente de que le ha sido conferido al borde de la legalidad, y que por ello mismo tiene un peso político mucho mayor, una fuerza casi irresistible? ¿Sabe que el poder del presidente constitucional de México en visita diplomática a su par estadounidense, es del tamaño de los problemas nacionales, del tamaño del riesgo que significamos para la seguridad nacional de Estados Unidos, y que en esa medida ha de defender posiciones e imponer criterios? ¿Tiene la preparación anímica y cultural para actuar de esa manera? ¿Sabe que tiene a Obama agarrado de allí, porque es él quien más tiene que perder?
No lo creo. Felipe Calderón colocó fuera de foco su proyecto de gobierno y su propuesta de nación en cuanto acudió a la sede diplomática de Estados Unidos, en lugar de establecer alianzas con el PRI para armar la transición. Se quedó sin ser el presidente del empleo, sin ser el hombre de Estado de la transición; se convirtió en reo de Genaro García Luna y de las veleidades que por conducto de su patrón instrumenta Lizeth Parra. ¿En qué renglón del gasto del presupuesto de seguridad se incluyen los emolumentos de los “troleros” pagados para desactivar toda crítica constructiva, interesada en fortalecer a México ante los embates del Imperio? ¿Lo sabe Felipe Calderón? ¿Está consciente del daño que esos personajes le hacen al país que él constitucionalmente juró defender; qué daño a él y a su familia?
Escribir que conozco la agenda de su visita de Estado es absurdo; afirmar que sé el tema de la conversación que sostendrá con Obama, significaría que estoy seguro del estado de ánimo con el que se despertará ese día, y la disposición que tendrá no sólo para escuchar, sino sobre todo para hacerse oír. A su encuentro, repito, debiera llegar con la certeza de que su poder frente al Imperio, es del tamaño del riesgo que significa México para la estrategia geopolítica de la Casa Blanca, y en esa medida debiera negociar para agarrar al vuelo la oportunidad de convertirse en estadista, pues todavía no lo es.
Diferentes personas nos han informado -lo que no es nuevo- que el proyecto inmediato del gobierno de Barack Obama en relación a los asuntos de narcotráfico, consistirá en impulsar los proyectos de 'colaboración', conscientes de que serán rechazados por la opinión pública mexicana y buena parte del Congreso, en la medida que significan intromisión en la soberanía, por más elástica que ésta sea como consecuencia del Consenso de Washington y de la globalización como estrategia de sujeción económica.
Claro que buscan una negativa, para a su vez magnificarla y darle la interpretación que a sus intereses conviene: falta de cooperación en la interacción bilateral. Ese rechazo, esa falta de cooperación la convertirán en medida de presión. ¿Cuántos estadounidenses han muerto desde que se inició la guerra contra la delincuencia organizada?
La anterior es la pregunta equivocada. La correcta es: ¿Con cuántas vidas mexicanas, señor presidente Obama, se han salvado las de los oficiales de las agencias estadounidenses migratorias y antidrogas? ¿Cree usted, señor presidente Obama, que hay simetría en el trato? ¿Y si en la medida en que ustedes toleran el tráfico de armas hacia mi país, nosotros dejamos que los narcotraficantes inunden sus calles, permitimos que los sicarios operen los secuestros y la trata al otro lado de la frontera? ¿Va usted a impedírmelo, enviando a sus “marines”? ¿A qué costo? ¿Con otra Alianza Mundial? ¿Con nuevas leyes anticonstitucionales, para torturar, secuestrar y desaparecer a inocentes, como lo hizo su antecesor?
Naturalmente que el diálogo entre Felipe Calderón Hinojosa y Barack Obama puede desarrollarse en ese tenor, sin temor a represalias y con la posibilidad de obtener un mejor trato, porque empobrecer más a esta aterida nación, hacerla más insegura, convertirla en más violenta de lo que ya es, sólo facilitaría el desbordamiento de las fronteras estadounidenses por esos mexicanos a los que eufemísticamente se les califica en estado de pobreza alimentaria, cuando la verdad es que están muertos de hambre, y esa hambre es su fuerza, señor Calderón, si lo entiende y confía en ella.
En la noche previa al encuentro, quizá Felipe Calderón debiera preguntarse, como el personaje de Fiebre y lanza: “¿Cómo no puede verse en el tiempo largo que quien acabará y acaba perdiéndonos nos va a perder? ¿No intuirse ni adivinarse su trama, su maquinación y su danza en círculo, no oler su inquina o respirar su desdicha, no captar su despacioso acecho y su lentísima y languideciente espera, y la consiguiente impaciencia que quién sabe durante cuántos años habría tenido que contener? ¿Cómo puedo no conocer hoy tu rostro mañana, el que ya está o se fragua bajo la cara que enseñas o bajo la careta que llevas, y que me mostrarás tan solo cuando no lo espere?… ¿O acaso una vez que las cosas suceden no nos damos cuenta de que sabíamos que iban a suceder, y que era así justamente como no habían de ir? ¿Y no es verdad que en el fondo no nos extraña tanto como aparentamos ante los otros y sobre todo ante nosotros mismos, y que vemos toda la lógica entonces y reconocemos y aun recordamos los desatendidos avisos que alguna capa de nuestra inconsciencia sin embargo sí atendió?”
La máscara de Obama es la de la democracia y la de los derechos humanos, ese garrote que esgrimen para amedrantar al mundo, como si Estados Unidos no fuese su primer gran violador, así como torturador de la democracia y de la justicia, porque lo único importante para ellos es preservar los intereses de los poderes fácticos que administran y ordeñan esa nación.
¿Qué idea tiene el presidente de México de su propio poder? ¿Estará consciente de que le ha sido conferido al borde de la legalidad, y que por ello mismo tiene un peso político mucho mayor, una fuerza casi irresistible? ¿Sabe que el poder del presidente constitucional de México en visita diplomática a su par estadounidense, es del tamaño de los problemas nacionales, del tamaño del riesgo que significamos para la seguridad nacional de Estados Unidos, y que en esa medida ha de defender posiciones e imponer criterios? ¿Tiene la preparación anímica y cultural para actuar de esa manera? ¿Sabe que tiene a Obama agarrado de allí, porque es él quien más tiene que perder?
No lo creo. Felipe Calderón colocó fuera de foco su proyecto de gobierno y su propuesta de nación en cuanto acudió a la sede diplomática de Estados Unidos, en lugar de establecer alianzas con el PRI para armar la transición. Se quedó sin ser el presidente del empleo, sin ser el hombre de Estado de la transición; se convirtió en reo de Genaro García Luna y de las veleidades que por conducto de su patrón instrumenta Lizeth Parra. ¿En qué renglón del gasto del presupuesto de seguridad se incluyen los emolumentos de los “troleros” pagados para desactivar toda crítica constructiva, interesada en fortalecer a México ante los embates del Imperio? ¿Lo sabe Felipe Calderón? ¿Está consciente del daño que esos personajes le hacen al país que él constitucionalmente juró defender; qué daño a él y a su familia?
Escribir que conozco la agenda de su visita de Estado es absurdo; afirmar que sé el tema de la conversación que sostendrá con Obama, significaría que estoy seguro del estado de ánimo con el que se despertará ese día, y la disposición que tendrá no sólo para escuchar, sino sobre todo para hacerse oír. A su encuentro, repito, debiera llegar con la certeza de que su poder frente al Imperio, es del tamaño del riesgo que significa México para la estrategia geopolítica de la Casa Blanca, y en esa medida debiera negociar para agarrar al vuelo la oportunidad de convertirse en estadista, pues todavía no lo es.
Diferentes personas nos han informado -lo que no es nuevo- que el proyecto inmediato del gobierno de Barack Obama en relación a los asuntos de narcotráfico, consistirá en impulsar los proyectos de 'colaboración', conscientes de que serán rechazados por la opinión pública mexicana y buena parte del Congreso, en la medida que significan intromisión en la soberanía, por más elástica que ésta sea como consecuencia del Consenso de Washington y de la globalización como estrategia de sujeción económica.
Claro que buscan una negativa, para a su vez magnificarla y darle la interpretación que a sus intereses conviene: falta de cooperación en la interacción bilateral. Ese rechazo, esa falta de cooperación la convertirán en medida de presión. ¿Cuántos estadounidenses han muerto desde que se inició la guerra contra la delincuencia organizada?
La anterior es la pregunta equivocada. La correcta es: ¿Con cuántas vidas mexicanas, señor presidente Obama, se han salvado las de los oficiales de las agencias estadounidenses migratorias y antidrogas? ¿Cree usted, señor presidente Obama, que hay simetría en el trato? ¿Y si en la medida en que ustedes toleran el tráfico de armas hacia mi país, nosotros dejamos que los narcotraficantes inunden sus calles, permitimos que los sicarios operen los secuestros y la trata al otro lado de la frontera? ¿Va usted a impedírmelo, enviando a sus “marines”? ¿A qué costo? ¿Con otra Alianza Mundial? ¿Con nuevas leyes anticonstitucionales, para torturar, secuestrar y desaparecer a inocentes, como lo hizo su antecesor?
Naturalmente que el diálogo entre Felipe Calderón Hinojosa y Barack Obama puede desarrollarse en ese tenor, sin temor a represalias y con la posibilidad de obtener un mejor trato, porque empobrecer más a esta aterida nación, hacerla más insegura, convertirla en más violenta de lo que ya es, sólo facilitaría el desbordamiento de las fronteras estadounidenses por esos mexicanos a los que eufemísticamente se les califica en estado de pobreza alimentaria, cuando la verdad es que están muertos de hambre, y esa hambre es su fuerza, señor Calderón, si lo entiende y confía en ella.
En la noche previa al encuentro, quizá Felipe Calderón debiera preguntarse, como el personaje de Fiebre y lanza: “¿Cómo no puede verse en el tiempo largo que quien acabará y acaba perdiéndonos nos va a perder? ¿No intuirse ni adivinarse su trama, su maquinación y su danza en círculo, no oler su inquina o respirar su desdicha, no captar su despacioso acecho y su lentísima y languideciente espera, y la consiguiente impaciencia que quién sabe durante cuántos años habría tenido que contener? ¿Cómo puedo no conocer hoy tu rostro mañana, el que ya está o se fragua bajo la cara que enseñas o bajo la careta que llevas, y que me mostrarás tan solo cuando no lo espere?… ¿O acaso una vez que las cosas suceden no nos damos cuenta de que sabíamos que iban a suceder, y que era así justamente como no habían de ir? ¿Y no es verdad que en el fondo no nos extraña tanto como aparentamos ante los otros y sobre todo ante nosotros mismos, y que vemos toda la lógica entonces y reconocemos y aun recordamos los desatendidos avisos que alguna capa de nuestra inconsciencia sin embargo sí atendió?”
La máscara de Obama es la de la democracia y la de los derechos humanos, ese garrote que esgrimen para amedrantar al mundo, como si Estados Unidos no fuese su primer gran violador, así como torturador de la democracia y de la justicia, porque lo único importante para ellos es preservar los intereses de los poderes fácticos que administran y ordeñan esa nación.
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