Álvaro Cepeda Neri
Reuniéndose en secreto con Calderón, Manuel Camacho lo convenció de que para impedir a cualquier precio la victoria del PRI: su regreso por la puerta grande de recobrar la presidencial de la República (y no precisamente con Peña Nieto de candidato, pues con éste perdería esa oportunidad, digamos, histórica, ya que la Unidad de Inteligencia Financiera le tiene reservada una sorpresa que lo haría descarrilar ante los electores), era necesario que la derecha conservadora y fundamentalista (con la secta de El Yunque), se aliara con la izquierda chuchista, no así con la de López Obrador. Y Calderón mordió el anzuelo camachista, porque a los dos: Manuel Camacho y Felipe de Jesús Calderón los une el odio a muerte hacia el PRI.
Fue así como se tejieron las complicidades, para las alianzas entre el agua y el aceite, con todo y que el chuchismo, Marcelo Ebrard y el mismo Camacho más bien son de tendencias derechistas y vieron la posibilidad de sumarse al calderonismo. Y éste no quiere ser el que le devuelva la Banda Presidencial a un priista (le gustaría, ya hemos dicho, a Peña Nieto como candidato para desacreditarlo y hacerlo perder, sobre todo si el PAN y el PRD, en lugar de Ebrard, postulan a Juan Ramón de la Fuente, para lograr –dicen– la victoria con un candidato ciudadano). Es una mezcla perversa: izquierdizantes, derechistas y centristas, para pescar en ese “río revuelto” a los electores de esas tres tendencias.
Camacho juró vengar la afrenta que según él le hizo Carlos Salinas, su amigo hasta la sucesión cuando éste impuso a Colosio… y luego lo llevó al cadalso de Lomas Taurinas, para que al imponer a Zedillo el tiro le saliera por la culata. Camacho creyó que era el seguro candidato del PRI y, en consecuencia, presidente de la República. Se le cebó la ilusión, por el pragmatismo de CSG (quien ahora apoya a Peña Nieto, a la mejor como estratagema) y renunció al partido Revolucionario Institucional, donde militó desde 1965 a 1994. En cambio, Calderón, que fue apoyado por el PRI para llegar a la presidencia, no quiere que su mediocre biografía, si alguien se acuerda de él, lo cual es dudoso, pues es ya otro “presidente del montón”, cuente que le devolvió la estafeta al PRI, en el entendido de que el PAN ya es historia.
La venganza de Camacho y el odio de Calderón los ha unido en una alianza-complicidad de cinismo ideológico: juntar a panistas con perredistas; se dividirán en cuanto uno quiere a Ebrard de candidato y el otro a Juan Ramón de la Fuente, salvo que encuentren a un tercero en discordia. Por lo pronto, ambos con el factor común de impedir el regreso triunfal del PRI, ante el mal gobierno del PAN y el caos del PRD con sus tribus, hacen hasta lo imposible para cerrarle el paso al priismo. Se trata de mezclar perversiones ideológicas, sellar complicidades y preparar maniobras electoreras, con las propuestas de Camacho y el poder presidencial de Calderón. Como dijo el ciego… ya veremos.
Reuniéndose en secreto con Calderón, Manuel Camacho lo convenció de que para impedir a cualquier precio la victoria del PRI: su regreso por la puerta grande de recobrar la presidencial de la República (y no precisamente con Peña Nieto de candidato, pues con éste perdería esa oportunidad, digamos, histórica, ya que la Unidad de Inteligencia Financiera le tiene reservada una sorpresa que lo haría descarrilar ante los electores), era necesario que la derecha conservadora y fundamentalista (con la secta de El Yunque), se aliara con la izquierda chuchista, no así con la de López Obrador. Y Calderón mordió el anzuelo camachista, porque a los dos: Manuel Camacho y Felipe de Jesús Calderón los une el odio a muerte hacia el PRI.
Fue así como se tejieron las complicidades, para las alianzas entre el agua y el aceite, con todo y que el chuchismo, Marcelo Ebrard y el mismo Camacho más bien son de tendencias derechistas y vieron la posibilidad de sumarse al calderonismo. Y éste no quiere ser el que le devuelva la Banda Presidencial a un priista (le gustaría, ya hemos dicho, a Peña Nieto como candidato para desacreditarlo y hacerlo perder, sobre todo si el PAN y el PRD, en lugar de Ebrard, postulan a Juan Ramón de la Fuente, para lograr –dicen– la victoria con un candidato ciudadano). Es una mezcla perversa: izquierdizantes, derechistas y centristas, para pescar en ese “río revuelto” a los electores de esas tres tendencias.
Camacho juró vengar la afrenta que según él le hizo Carlos Salinas, su amigo hasta la sucesión cuando éste impuso a Colosio… y luego lo llevó al cadalso de Lomas Taurinas, para que al imponer a Zedillo el tiro le saliera por la culata. Camacho creyó que era el seguro candidato del PRI y, en consecuencia, presidente de la República. Se le cebó la ilusión, por el pragmatismo de CSG (quien ahora apoya a Peña Nieto, a la mejor como estratagema) y renunció al partido Revolucionario Institucional, donde militó desde 1965 a 1994. En cambio, Calderón, que fue apoyado por el PRI para llegar a la presidencia, no quiere que su mediocre biografía, si alguien se acuerda de él, lo cual es dudoso, pues es ya otro “presidente del montón”, cuente que le devolvió la estafeta al PRI, en el entendido de que el PAN ya es historia.
La venganza de Camacho y el odio de Calderón los ha unido en una alianza-complicidad de cinismo ideológico: juntar a panistas con perredistas; se dividirán en cuanto uno quiere a Ebrard de candidato y el otro a Juan Ramón de la Fuente, salvo que encuentren a un tercero en discordia. Por lo pronto, ambos con el factor común de impedir el regreso triunfal del PRI, ante el mal gobierno del PAN y el caos del PRD con sus tribus, hacen hasta lo imposible para cerrarle el paso al priismo. Se trata de mezclar perversiones ideológicas, sellar complicidades y preparar maniobras electoreras, con las propuestas de Camacho y el poder presidencial de Calderón. Como dijo el ciego… ya veremos.
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