No será Peña Nieto quien gane la elección

Rubén Cortés

El tiempo es el elemento decisivo en cualquier estrategia. Y Enrique Peña está perdiendo un tiempo que vale oro, con su determinación de elegir dentro de dos meses a su candidato para sucederlo como gobernador del Estado de México, durante las elecciones del primer domingo de julio.

Con una disciplina de monasterio, Peña tiene atados de manos a los cinco precandidatos más mencionados porque está convencido de que cualquiera de ellos ganará la contienda, gracias a que él le trasladará ipso facto su popularidad, que es la más alta del país, con 50.6 por ciento.

Pero está equivocado: si los electores trasladasen a un candidato sus filias o fobias por el gobernante de turno, Ángel Heladio Ramírez no habría ganado el domingo en Guerrero, pues era el candidato del partido del gobernador Zeferino Torreblanca, uno de los peores del país.

La más reciente encuesta de Gabinete de Comunicación Estratégica preguntó cuáles eran los gobernadores que más desconfianza despertaban y Torreblanca ocupó el tercer lugar, después de los priistas Ulises Ruiz (Oaxaca) y Mario Marín (Puebla).

Aún así, Ramírez sacó casi 15 puntos de ventaja al priista Manuel Añorve. ¿Por qué? Porque los electores mexicanos no trasladan de manera automática su apreciación sobre un gobierno, como castigo o premio electoral. Ni un gobernante hereda sus virtudes o defectos al sucesor.

La mala reputación, ineptitud frente a la crisis de seguridad y falta de proyecto político claro del PRD en Guerrero durante los últimos seis años debieron ser castigadas electoralmente. Sin embargo, no sucedió y la gente votó mayoritariamente en favor del representante perredista.

El problema para Peña es que eso sucede también al revés. Y es algo que debería tenerlo preocupado. Pero él cree que no, así que arriesga dos largos meses de vacío, no sólo sin definir candidato, sino impidiendo que éstos crezcan, se muevan por su cuenta, compitan entre sí.

En lugar de cinco candidatos bien portaditos (Luis Videgaray, Eruviel Ávila, Ernesto Nemer, Alfredo Del Mazo y Ricardo Aguilar), Peña tendría que tener cinco precandidatos posicionados en la percepción del electorado: al fin que todos tienen más empaque que cualquier oferta de la oposición.

Tiene que dejarlos agrandarse, debe quitarles el freno de mano y dejar de comprar la idea de que ninguno de ellos ganará por sí mismo, sino porque él los bendecirá con el efecto Peña y su condición de político más popular de México, con hasta 20 puntos de ventaja en todas las encuestas.

Si los liberase de una buena vez, su decisión dentro de dos meses adquiriría una trascendencia diferente, pues entonces el ungido llegaría al día del destape con una personalidad propia.

Porque sería un dedazo sobre un candidato ya crecido.

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