Orlando Delgado Selley
Con la desvergüenza normal de este gobierno, el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, ha escandalizado al país. Las declaraciones del lunes pasado, corregidas ese mismo día y vueltas a corregir varias veces durante todo el martes, ilustran la manera en la que los altos niveles del gobierno entienden sus responsabilidades y cómo conciben la rendición de cuentas. Cordero se apresuró a festejar que la economía mexicana creció 5.5% durante 2010. El Inegi, incluso, declaró ufano que era el aumento del PIB más alto de los últimos quince años.
En efecto, después de una brutal contracción del PIB en 2009 del orden de 6.5%, una de las más profundas en el mundo, la economía rebotó como ocurre casi siempre luego de caídas significativas. El dato duro, sin embargo, no es que hubiéramos crecido 5.5%, sino que con ese repunte de la economía no se lograron recuperar los niveles que teníamos en 2008. Así que, en lugar de festinar una cifra de 5.5%, el gobierno tendría que dar explicaciones por el mal desempeño económico y por los malos resultados de sus políticas.
Pero lo peor no fue que en el gobierno estén satisfechos con lo que es evidentemente insatisfactorio. Lo peor fue que, además, Cordero tuvo la ocurrencia de plantearse demostrar que estamos bien. Lo hizo a partir de datos de la distribución del ingreso y del PIB por habitante, aunque reconoció que “la percepción de bienestar aún no permea entre la población”. Esto ocurre debido a que -pretendió explicarnos el secretario-, “los mexicanos somos los más exigentes con respecto a lo que nos gustaría”.
Así que, decidido a modificar las percepciones, procedió a explicar y, como era previsible, se hizo bolas. Todos los espacios informativos del país dieron cuenta de su ya célebre y ridícula sentencia de que a muchas familias mexicanas, “luchonas” que son, un ingreso de seis mil pesos mensuales, les basta para tener casa, auto y escuela privada para sus hijos.
En sus enredos, sin embargo, Cordero dejó ver claramente su opinión y la del gobierno sobre la distribución del ingreso en México. La información para conocer esta distribución procede de la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares, la famosa ENIGH, que se levanta cada dos años. La última publicada corresponde a 2008, antes de la contracción. Cordero señaló que la recuperación ya se traduce en el bienestar, pues familias con 13 mil pesos de ingreso mensual están en el decil más rico de la población.
Sería absolutamente tonto pensar que con 13 mil pesos al mes alguna familia mexicana pudiera ser rica. Sin embargo, es cierto que esa familia está en el 10% de la población de mayores ingresos en el país. Ese dato hace necesario explicar cómo está compuesto ese 10% rico. Si alguien ganando 13 mil pesos está allí y el promedio de ingresos de las 2 millones 673 mil familias de ese decil es de 25 mil pesos, la pregunta obvia es ¿cuánto ganan los de los percentiles 98, 99 y 100? ¿Cuánto gana el secretario? La respuesta tendría que darla Cordero.
Una buena manera de evaluar la distribución del ingreso es comparándonos con otros países. Una medida muy utilizada en el mundo es comparar el ingreso del 20% más pobre contra el del 20% más rico. Se dispone de lo que pudiéramos denominar la meta, la menor desigualdad del mundo. En Finlandia, Bélgica, Corea del Sur y España el 20% más rico se apropia menos de 6 veces lo que se apropia el 20% más pobre. Puesto al revés esto significa que el 20% pobre se apropia del 16.6% del ingreso del 20% rico. Ese es el objetivo. Contra él tenemos que medirnos.
En México, el 20% rico se apropia 14.8 veces lo que el 20% pobre. Contra la mejor situación mundial estamos extraordinariamente lejos. Este gobierno tendría que dar cuenta de cómo encontró este indicador y lo que hizo para mejorarlo. En lugar de eso el secretario dice que con 13 mil pesos una familia está en el decil de los más ricos. Para que no parezca que se juzga comparándonos contra algo inalcanzable, veamos otros países: el 20% rico de los rusos se apropia casi 9 veces lo que el 20% pobre; en Venezuela el dato es de 9.9 veces; en Argentina es de 14.7 veces, casi igual al nuestro y en Brasil es de 19.6 veces.
De modo que en América Latina no estamos entre los países con peor cociente entre el 20% rico y el pobre, pero ni siquiera en América Latina somos los menos desiguales. Otra comparación de desigualdad es la proporción del ingreso nacional de la que se apropia el 10% más rico.
Las familias que se ubican en el decil más rico en México se apropian del 41.3% del ingreso nacional. En Venezuela se apropiaron del 32.7, en Uruguay del 35.5, en Perú del 38.4, en Costa Rica del 38.6, en Argentina del 36.1, en Bolivia del 45.3, en Brasil del 43, en Chile del 41.7 y en Colombia del 45.9% del ingreso nacional. La comparación es menos favorable que la anterior, lo que indica que la concentración del ingreso en la cúspide es muy fuerte.
Una tercera comparación es en que proporción participa el 20% más pobre del ingreso nacional. Este último indicador esta disponible en el sitio del Banco Mundial. El porcentaje promedio de participación del 20% más pobre en el ingreso nacional entre los años 1997-2007 más alto del mundo es Japón con el 10.6%, en los países escandinavos el dato es 9.6% para Finlandia y Noruega, 9.1 para Suecia y 8.3 para Dinamarca.
Otros países europeos tienen también una participación del 20% más pobre encomiable: Bélgica con 8.5, Holanda con 7.6, Francia con 7.2, España con 7%.
En América Latina, en los países de mayor tamaño, los más pobres participan en mayor medida en Venezuela con el 4.9%, luego en México con el 4.6%, Chile con 4.1, Argentina con 3.4 y Brasil con 3%. Recordamos que se trata del período 1990-2007. Información más reciente pudiera alterar algo esos porcentajes.
Comparándonos con base en esta información, tendríamos que frente a los países más igualitarios nuestro 20% más pobre tendría que duplicar sus ingresos para estar en los mejores niveles. Comparado con España y Francia, países latinos, la distancia sigue siendo importante.
En América Latina, de nuevo, parece que nos va mejor aunque, repetimos, no somos los mejores. En resumen, el bienestar está lejos de haber llegado a las familias mexicanas. Lo estaba en los buenos tiempos. Pero ese bienestar está aun más lejos en éstos que son, aunque le pese al secretario y a su jefe, malos tiempos.
Con la desvergüenza normal de este gobierno, el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, ha escandalizado al país. Las declaraciones del lunes pasado, corregidas ese mismo día y vueltas a corregir varias veces durante todo el martes, ilustran la manera en la que los altos niveles del gobierno entienden sus responsabilidades y cómo conciben la rendición de cuentas. Cordero se apresuró a festejar que la economía mexicana creció 5.5% durante 2010. El Inegi, incluso, declaró ufano que era el aumento del PIB más alto de los últimos quince años.
En efecto, después de una brutal contracción del PIB en 2009 del orden de 6.5%, una de las más profundas en el mundo, la economía rebotó como ocurre casi siempre luego de caídas significativas. El dato duro, sin embargo, no es que hubiéramos crecido 5.5%, sino que con ese repunte de la economía no se lograron recuperar los niveles que teníamos en 2008. Así que, en lugar de festinar una cifra de 5.5%, el gobierno tendría que dar explicaciones por el mal desempeño económico y por los malos resultados de sus políticas.
Pero lo peor no fue que en el gobierno estén satisfechos con lo que es evidentemente insatisfactorio. Lo peor fue que, además, Cordero tuvo la ocurrencia de plantearse demostrar que estamos bien. Lo hizo a partir de datos de la distribución del ingreso y del PIB por habitante, aunque reconoció que “la percepción de bienestar aún no permea entre la población”. Esto ocurre debido a que -pretendió explicarnos el secretario-, “los mexicanos somos los más exigentes con respecto a lo que nos gustaría”.
Así que, decidido a modificar las percepciones, procedió a explicar y, como era previsible, se hizo bolas. Todos los espacios informativos del país dieron cuenta de su ya célebre y ridícula sentencia de que a muchas familias mexicanas, “luchonas” que son, un ingreso de seis mil pesos mensuales, les basta para tener casa, auto y escuela privada para sus hijos.
En sus enredos, sin embargo, Cordero dejó ver claramente su opinión y la del gobierno sobre la distribución del ingreso en México. La información para conocer esta distribución procede de la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares, la famosa ENIGH, que se levanta cada dos años. La última publicada corresponde a 2008, antes de la contracción. Cordero señaló que la recuperación ya se traduce en el bienestar, pues familias con 13 mil pesos de ingreso mensual están en el decil más rico de la población.
Sería absolutamente tonto pensar que con 13 mil pesos al mes alguna familia mexicana pudiera ser rica. Sin embargo, es cierto que esa familia está en el 10% de la población de mayores ingresos en el país. Ese dato hace necesario explicar cómo está compuesto ese 10% rico. Si alguien ganando 13 mil pesos está allí y el promedio de ingresos de las 2 millones 673 mil familias de ese decil es de 25 mil pesos, la pregunta obvia es ¿cuánto ganan los de los percentiles 98, 99 y 100? ¿Cuánto gana el secretario? La respuesta tendría que darla Cordero.
Una buena manera de evaluar la distribución del ingreso es comparándonos con otros países. Una medida muy utilizada en el mundo es comparar el ingreso del 20% más pobre contra el del 20% más rico. Se dispone de lo que pudiéramos denominar la meta, la menor desigualdad del mundo. En Finlandia, Bélgica, Corea del Sur y España el 20% más rico se apropia menos de 6 veces lo que se apropia el 20% más pobre. Puesto al revés esto significa que el 20% pobre se apropia del 16.6% del ingreso del 20% rico. Ese es el objetivo. Contra él tenemos que medirnos.
En México, el 20% rico se apropia 14.8 veces lo que el 20% pobre. Contra la mejor situación mundial estamos extraordinariamente lejos. Este gobierno tendría que dar cuenta de cómo encontró este indicador y lo que hizo para mejorarlo. En lugar de eso el secretario dice que con 13 mil pesos una familia está en el decil de los más ricos. Para que no parezca que se juzga comparándonos contra algo inalcanzable, veamos otros países: el 20% rico de los rusos se apropia casi 9 veces lo que el 20% pobre; en Venezuela el dato es de 9.9 veces; en Argentina es de 14.7 veces, casi igual al nuestro y en Brasil es de 19.6 veces.
De modo que en América Latina no estamos entre los países con peor cociente entre el 20% rico y el pobre, pero ni siquiera en América Latina somos los menos desiguales. Otra comparación de desigualdad es la proporción del ingreso nacional de la que se apropia el 10% más rico.
Las familias que se ubican en el decil más rico en México se apropian del 41.3% del ingreso nacional. En Venezuela se apropiaron del 32.7, en Uruguay del 35.5, en Perú del 38.4, en Costa Rica del 38.6, en Argentina del 36.1, en Bolivia del 45.3, en Brasil del 43, en Chile del 41.7 y en Colombia del 45.9% del ingreso nacional. La comparación es menos favorable que la anterior, lo que indica que la concentración del ingreso en la cúspide es muy fuerte.
Una tercera comparación es en que proporción participa el 20% más pobre del ingreso nacional. Este último indicador esta disponible en el sitio del Banco Mundial. El porcentaje promedio de participación del 20% más pobre en el ingreso nacional entre los años 1997-2007 más alto del mundo es Japón con el 10.6%, en los países escandinavos el dato es 9.6% para Finlandia y Noruega, 9.1 para Suecia y 8.3 para Dinamarca.
Otros países europeos tienen también una participación del 20% más pobre encomiable: Bélgica con 8.5, Holanda con 7.6, Francia con 7.2, España con 7%.
En América Latina, en los países de mayor tamaño, los más pobres participan en mayor medida en Venezuela con el 4.9%, luego en México con el 4.6%, Chile con 4.1, Argentina con 3.4 y Brasil con 3%. Recordamos que se trata del período 1990-2007. Información más reciente pudiera alterar algo esos porcentajes.
Comparándonos con base en esta información, tendríamos que frente a los países más igualitarios nuestro 20% más pobre tendría que duplicar sus ingresos para estar en los mejores niveles. Comparado con España y Francia, países latinos, la distancia sigue siendo importante.
En América Latina, de nuevo, parece que nos va mejor aunque, repetimos, no somos los mejores. En resumen, el bienestar está lejos de haber llegado a las familias mexicanas. Lo estaba en los buenos tiempos. Pero ese bienestar está aun más lejos en éstos que son, aunque le pese al secretario y a su jefe, malos tiempos.
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