González Márquez va en serio

Miguel Ángel Granados Chapa

Este 6 de febrero termina el lapso en que Emilio González Márquez puede emitir mensajes con motivo de su cuarto informe de gobierno. El contenido y los alcances de su difusión son claramente actos anticipados de campaña. En ella está el gobernador de Jalisco. Se propone ser candidato de Acción Nacional a la Presidencia de la República. Y cuidado, porque puede lograrlo, aunque ello dependa del método que adopte su partido para escoger a su abanderado en la contienda de 2012. Si se le da oportunidad de hacer proselitismo interno, sus contrincantes (sobre todo si hay entre ellos secretarios de Estado bisoños en la política, y aun Josefina Vázquez Mota) acaso topen con la sorpresa de las dotes personales del góber piadoso, que le han permitido ascensos meteóricos en los partidos en que ha militado.

Por añadidura, González Márquez posee el talante autoritario suficiente para violar la ley si ella estorba a sus propósitos. En las dos semanas anteriores lo ha mostrado abiertamente. De acuerdo con las normas constitucionales en materia electoral –vigentes desde 2007– y su complemento en el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, un gobernador como el de Jalisco puede promover su obra, no su imagen personal, durante siete días previos y cinco posteriores a su informe anual de gobierno. El número cuatro del jalisciense ocurrió el martes pasado. Pero no se limitó a elogiar su propia tarea en el ámbito regional que le impone la ley. Contrató cientos de mensajes en los canales nacionales de televisión e inserciones impresas en la Ciudad de México. En todas ellas aparece sonriendo un hombre afable, lejano por supuesto de la imagen del ebrio que fue a retar a Raúl Padilla en su casa de Guadalajara con motivo del conflicto que enfrentó a su gobierno y a la universidad local. El litigio, que González Márquez quiso personalizar en Padilla, presidente de las empresas universitarias y cabeza de la política en esa casa de estudios, se resolvió en perjuicio de la segunda universidad del país. El gobernador se salió con la suya de pagarle menos de lo que debía, y de hacerlo tarde y a plazos.

El modo en que planteó y ganó ese conflicto es característico de su personalidad. Está resuelto a ser un triunfador y lo ha logrado en breve lapso. Nació el 12 de noviembre de 1960 en Lagos de Moreno, y se graduó de contador público en la universidad a la que, para decirlo en breve y a las claras, acaba de domeñar con el auxilio del gobierno federal, que pasó de árbitro a cómplice del góber piadoso. (El título, obviamente alusivo al que se llevó consigo Mario Marín, recuerda el donativo del gobierno jalisciense a la construcción del Santuario de los Mártires. A quienes criticaron lo que significaba ese dispendio de fondos públicos, contrario además al laicismo republicano, Gónzalez Márquez respondió simplemente con un “¡chinguen a su madre!”.)

A los 22 años se inició en la política. En 1982 se afilió al Partido Demócrata Mexicano, que había obtenido registro electoral tres años atrás y realizaba su primera campaña presidencial, sin perder su talante histórico original, puesto que había surgido del sinarquismo. Muy rápidamente, como lo haría en los sucesivos espacios en que se desenvuelve, haría notar su capacidad de liderazgo: fue presidente del comité municipal pedemista en Guadalajara, miembro del comité estatal y del nacional, a cuya cabeza llegó a estar como presidente interino luego del desastre electoral de 1988. Tres años más tarde, con votación de nuevo por debajo de la cota legal, el PDM perdió el registro.

González Márquez se trasladó entonces al PAN, en cuyas filas tradicionalistas fue muy bien recibido. También se hizo notar pronto, con cargos en el comité estatal. Ya en 1995, cuando el PAN arrasó en las elecciones locales y Alberto Cárdenas fue gobernador y César Coll presidente municipal de Guadalajara, González Márquez fue regidor. Se convertiría en alcalde en 2003, previo paso por la Cámara de Diputados. Del gobierno municipal arrancó para ganar el estatal, en 2007, con la ayuda de la PGR, que filtró información que denigraba a Arturo Zamora, el candidato priista, con quien González Márquez mantenía una cerrada disputa, pues parecía posible que el tricolor recuperara el gobierno de Jalisco.

Aunque es dicharachero y bebedor, y desdeña a los diferentes (dijo, por ejemplo, que los homosexuales le dan “asquito”), no es en sus anécdotas donde se refleja su carácter autoritario, férreamente vinculado al catolicismo tradicional (es conocidísima su cuatachería con el cardenal Juan Sandoval). Es contrario a repartir condones a los jóvenes como parte de una política de salud pública y ha iniciado controversias constitucionales que lo pongan a salvo de aplicar, llegado el caso, normas relativas a la libertad sexual y de reproducción vigentes en el Distrito Federal.

Contradictoriamente como buen puritano, ha conservado a su procurador Tomás Coronado Olmos, señalado por pederastia y prostitución infantil. Con el desdén que asesta a los diferentes, prometió que sería el primero en ordenar la observancia de la ley cuando de los chismes y los rumores se pasara a la denuncia formal. Lo hizo el ex subprocurador Víctor Manuel Landero. Y lo hizo también la madre de un niño afectado por las prácticas denunciadas. El gobernador olvidó su promesa.

El próximo octubre se efectuarán en Guadalajara y otras sedes jaliscienses los XVI Juegos Panamericanos. Si se acompasa con ellos el calendario panista para elegir candidato presidencial, González Márquez encontrará en aquella celebración deportiva un escenario inmejorable para lanzar, urbi et orbi –aunque esté prohibido hacerlo–, la imagen del hombre que quiere que se crea que es.

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