Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Diego Fernández de Cevallos nunca pudo identificar a quienes lo secuestraron el 14 de mayo del año pasado. Siempre estuvo en un espacio muy reducido cavado en una casa de seguridad, vieja enseñanza de ETA a la guerrilla mexicana a la que capacitaron para construir lo que ellos llaman zulus. El abogado, que no identificó acentos extranjeros, tampoco puede identificar a sus captores, a quien siempre veía de abajo hacia arriba, ni puede establecer altura o complexión. Permanentemente aislado, sin escuchar ruidos o sonidos, El Jefe Diego sólo dialogó con sus captores.
La reconstrucción de cómo se fue dando la negociación para el rescate de Fernández de Cevallos no alcanza a narrar la historia completa de su secuestro, pero permite establecer probables puntos donde lo tuvieron sin moverlo en ningún momento durante siete meses, y deja asomar algunos errores originales en la negociación y la pesadilla de los expertos: que sea la víctima, quien encabece la negociación sobre los montos de dinero, porque encarece el rescate.
Eso sucedió exactamente. La demanda inicial de los secuestradores fue por 100 millones de dólares, una suma sin precedente en México, que fue establecida como resultado de que el gobierno federal mantuviera el caso como “desaparecido”. Es decir, ante una acción política, una represalia.
En primera instancia, de acuerdo con personas que conocieron el proceso, se contra ofertaron un millón, bajo la lógica de una negociación salarial, lo que parecía un desafío, pero las comunicaciones, sin embargo no se rompieron. Los responsables de llevar esa negociación por parte de la familia, su hijo mayor Diego y su socio, el abogado y ex procurador Antonio Lozano Gracia, comenzaron a achicar las diferencias, pero la demora natural de este proceso provocó que El Jefe empezara a negociar directamente el monto del rescate.
Los negociadores de la familia habían llegado a un acuerdo con los secuestradores de pagar 10 millones de dólares, pero El Jefe Diego ofreció 30 millones, que fue lo que se pagó por su liberación. Para juntar el dinero, Fernández de Cevallos escribió 17 cartas, dos de ellas dirigidas a cada uno de sus hijos, y las 15 restantes a sus amigos, algunos de los cuales fueron mencionados en uno de los comunicados que enviaron al periodista Pepe Cárdenas, entre los cuales figuraban el ex presidente Carlos Salinas y el empresario Carlos Slim.
De acuerdo con las personas que conocen el proceso de la negociación, las cartas que recibieron sus hijos Diego y David, nunca se entregaron a los destinatarios por dos razones: porque el dinero ya se había obtenido mediante créditos bancarios; y porque se consideró que eran muy humillantes para su padre, al suplicar en ellas por el préstamo al que, muy propio, se comprometía a pagar con intereses.
Negociadores y secuestradores acordaron los términos del pago. Sería en 17 paquetes. Trece de ellos llevarían cada uno dos millones de dólares en baja denominación; tres más llevarían un millón de dólares cada uno; y el último llevaría el equivalente en pesos mexicanos.
De la ciudad de México salieron en la primer quincena de diciembre dos camionetas blindadas con el dinero, que resguardaron en el rancho de Fernández de Cevallos en Querétaro. El pago se pactó para el 14 de diciembre. Los vehículos fueron recibiendo instrucciones por teléfono de dónde dejarlas. Fue sobre la carretera –no se precisó si la autopista o una alterna-, donde los secuestradores recuperaron el dinero. Más medidas de seguridad tomarían los captores, pues no liberaron a El Jefe Diego hasta una semana después.
Diego Fernández de Cevallos nunca pudo identificar a quienes lo secuestraron el 14 de mayo del año pasado. Siempre estuvo en un espacio muy reducido cavado en una casa de seguridad, vieja enseñanza de ETA a la guerrilla mexicana a la que capacitaron para construir lo que ellos llaman zulus. El abogado, que no identificó acentos extranjeros, tampoco puede identificar a sus captores, a quien siempre veía de abajo hacia arriba, ni puede establecer altura o complexión. Permanentemente aislado, sin escuchar ruidos o sonidos, El Jefe Diego sólo dialogó con sus captores.
La reconstrucción de cómo se fue dando la negociación para el rescate de Fernández de Cevallos no alcanza a narrar la historia completa de su secuestro, pero permite establecer probables puntos donde lo tuvieron sin moverlo en ningún momento durante siete meses, y deja asomar algunos errores originales en la negociación y la pesadilla de los expertos: que sea la víctima, quien encabece la negociación sobre los montos de dinero, porque encarece el rescate.
Eso sucedió exactamente. La demanda inicial de los secuestradores fue por 100 millones de dólares, una suma sin precedente en México, que fue establecida como resultado de que el gobierno federal mantuviera el caso como “desaparecido”. Es decir, ante una acción política, una represalia.
En primera instancia, de acuerdo con personas que conocieron el proceso, se contra ofertaron un millón, bajo la lógica de una negociación salarial, lo que parecía un desafío, pero las comunicaciones, sin embargo no se rompieron. Los responsables de llevar esa negociación por parte de la familia, su hijo mayor Diego y su socio, el abogado y ex procurador Antonio Lozano Gracia, comenzaron a achicar las diferencias, pero la demora natural de este proceso provocó que El Jefe empezara a negociar directamente el monto del rescate.
Los negociadores de la familia habían llegado a un acuerdo con los secuestradores de pagar 10 millones de dólares, pero El Jefe Diego ofreció 30 millones, que fue lo que se pagó por su liberación. Para juntar el dinero, Fernández de Cevallos escribió 17 cartas, dos de ellas dirigidas a cada uno de sus hijos, y las 15 restantes a sus amigos, algunos de los cuales fueron mencionados en uno de los comunicados que enviaron al periodista Pepe Cárdenas, entre los cuales figuraban el ex presidente Carlos Salinas y el empresario Carlos Slim.
De acuerdo con las personas que conocen el proceso de la negociación, las cartas que recibieron sus hijos Diego y David, nunca se entregaron a los destinatarios por dos razones: porque el dinero ya se había obtenido mediante créditos bancarios; y porque se consideró que eran muy humillantes para su padre, al suplicar en ellas por el préstamo al que, muy propio, se comprometía a pagar con intereses.
Negociadores y secuestradores acordaron los términos del pago. Sería en 17 paquetes. Trece de ellos llevarían cada uno dos millones de dólares en baja denominación; tres más llevarían un millón de dólares cada uno; y el último llevaría el equivalente en pesos mexicanos.
De la ciudad de México salieron en la primer quincena de diciembre dos camionetas blindadas con el dinero, que resguardaron en el rancho de Fernández de Cevallos en Querétaro. El pago se pactó para el 14 de diciembre. Los vehículos fueron recibiendo instrucciones por teléfono de dónde dejarlas. Fue sobre la carretera –no se precisó si la autopista o una alterna-, donde los secuestradores recuperaron el dinero. Más medidas de seguridad tomarían los captores, pues no liberaron a El Jefe Diego hasta una semana después.
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