El rescate de Diego (II y último)

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Tras ser secuestrado en su rancho “La Cañada” en el municipio Pedro Escobedo en Querétaro, Diego Fernández de Cevallos tardó alrededor de media hora en llegar a la casa de seguridad donde estaría siete meses, sin poder moverse y con una alimentación regular tres veces por día. Pero si esto fue desesperante para un hombre arrebatado como el abogado, el viaje de su liberación fue un martirio.

La madrugada del 21 de diciembre lo metieron en el asiento de atrás de un vehículo que no reconoció, amarrado casi como una bola, totalmente inmovilizado. El recorrido fue de aproximadamente dos horas y media, lo que se explica en este tipo de situaciones porque nunca se va directamente al destino, por las medidas de seguridad para evitar ser detectados. Cuando lo dejaron libre con dinero para un taxi, Fernández de Cevallos no podía caminar por lo entumido.

Traía el pelo muy largo, cubierto por una especie de sudadera con gorra, y llegó a asustar a las personas a las que en su camino se detuvo a preguntarles dónde estaba. Una semana antes se pagó su rescate, 30 millones de dólares en billetes de baja denominación dejados en una carretera. Los secuestradores, según los antecedentes, debieron haber cambiado una pequeña parte para saber si estaban marcados, y cuando vieron que no había peligro, lo soltaron.

El secuestro tuvo una motivación económica y hay indicios públicos de componentes políticos e ideológicos, como fue el juicio al que lo sometieron y condenaron a muerte. Ese tipo de juicios suelen hacerse con sus enemigos. La sentencia del jurado le fue resumida a Fernández de Cevallos con una frase: “Por todo lo que ha hecho y el dinero que ha robado, merece morir”.

Sin embargo, le abrieron una puerta. “Apele”, le dijeron, “usted es abogado y sabe que puede apelar”. El Jefe Diego, según la reconstrucción de esos momentos, se enfureció y se negó. “Apele o lo matamos”, amenazaron. Lo que intriga a expertos no es que le hayan hecho pasar por ese momento –propio de organizaciones revolucionarias-, sino porqué lo hicieron público, que rompe con el patrón de secuestros guerrilleros de quienes lo retuvieron, como el de un empresario secuestrado dos años antes en similares condiciones.

Las fotografías del empresario y de Fernández de Cevallos en cautiverio enviadas a sus familias son idénticas en el escenario (paredes cubiertas con plástico gris), y en la presentación de la víctima (descubiertos del torso con un lienzo sobre los ojos para no lastimarlos). El método de negociación fue replicado, aunque con El Jefe Diego utilizaron mensajes mediáticos para presionar a la familia, como se hace con secuestros de alto impacto, como sucedió con Alfredo Harp y Jorge Sekiguchi.

No se sabe si el empresario fue mantenido en el mismo lugar de Fernández de Cevallos, que por el tiempo que tardaron en llevarlo y el tiempo tomado durante su liberación, se estima que pudo haber estado en los límites de Querétaro y Guanajuato, donde sus captores, el Ejército de Liberación Nacional han actuado en el pasado. Sin embargo, aquí también hay una diferencia importante.

En anteriores secuestros en esa región, el ELN no jugueteó intelectualmente en sus comunicados. En esta ocasión hubo menos retórica militarista, más prosa y mejor lenguaje, utilizando algunas palabras que son usadas en Sudamérica, no en México, como “hablillas”.

Fernández de Cevallos no pudo reconocer ningún acento, pues siempre distorsionaron su voz al hablar los secuestradores, que se identificaron originalmente como “Misteriosos desaparecedores”, y evolucionaron hacia “Red de Transformación Global”, con connotación más anarquista que guerrillera. Vanidoso, la madrugada de su liberación se cortó el pelo, se bañó, se hizo manicure y llegó, en forma escenográfica, a su casa en medio de los reflectores de la prensa.

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