El fantasma de Rodolfo Fierro

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Causa desconcierto el diálogo de sordos establecido entre el presidente Felipe Calderón y aquellos que no están de acuerdo con su muy especial manera de combatir a los barones de la droga, como si la violencia que ha caracterizado el comportamiento de muchos personajes históricos mexicanos, entre ellos varios gobernantes, fuese condición ineludible para el ejercicio del poder.

Ninguno de los que se oponen a que el número de muertos aumente, a que las consecuencias de degüellos, escabechinas, crueldad sin par y nunca antes vista, incidan en todos los aspectos importantes del futuro de la nación, sostienen que el narcotráfico deje de combatirse, pero saben que hay otras maneras, incruentas, para disminuirlo y afectarlo en lo que más duele: sus ganancias y privilegios obtenidos por el enorme poder económico acumulado, por la capacidad de fuego que tienen. Estrategias diferentes que los corifeos presidenciales dan por desconocidas, o no les interesa conocer.

Repito, consecuencias tan graves que, por lo pronto, puede decirse que México huele a miedo, porque o se es víctima de esa guerra absurda o de las represalias gubernamentales que anticipan ya el regreso del autoritarismo. El verdadero éxito de la guerra contra los barones de la droga no se cuantifica con cadáveres, detenidos ni extraditados, sino por la disminución de rutas, pistas clandestinas, de consumidores, pero sobre todo por el decomiso de sus ganancias incalculables, por la detención de sus cómplices dentro de los diferentes estamentos del poder. De eso no quieren hablar, porque la violencia deja dinero, mientras que la inteligencia significa gasto y tiempo.

¿Cuánto ha adquirido el gobierno, en armamento y equipo diverso para combatir al narco? Es una de las muchas interrogantes, porque los partidarios de la violencia algo ganan, incluso los que llegan a México de fuera y quieren que la sangre y el fuego no se detengan.

¿Es válida la opinión de Joaquín Villalobos, ex guerrillero, en temas como el del combate al narcotráfico? Se ha convertido en especialista en temas de seguridad nacional. La idea que tiene sobre cómo resolver el problema es de importancia fundamental, para acabar de comprender que hay alternativas que nada tienen que ver con lo que Genaro García Luna vendió al presidente Calderón.

En un amplio texto publicado en El País, afirma: “El crimen organizado ha sido golpeado como nunca en la historia de México, sin embargo, algunos piensan que enfrentar a estos criminales es alborotar un avispero. Consideran que sería más efectivo negociar con los delincuentes, o creen posible una estrategia sin sacrificios. Esto, para lidiar con criminales que poseen miles de millones de dólares, territorios, cultura propia, miles de bandidos armados y una extensa base social resultado de la intimidación y el dinero. Como me dijo una vez el obispo mártir salvadoreño, monseñor Romero, refiriéndose a esfuerzos inevitables: 'No se puede limpiar una cloaca sin tener que soportar el mal olor'.

“Los 35.000 muertos son proporcionales al vacío de autoridad provocado por 20.000 policías depurados por corrupción. Recuperar instituciones de seguridad en manos de delincuentes no es igual que despedir burócratas, estos matan para defender su posición.

“El crimen organizado no era considerado malo, sino inevitable. Ahora se culpa de la violencia a las operaciones de las fuerzas federales y no a la descomposición moral y social precedentes en policías y comunidades. Es la crisis del anterior modelo de administración del delito y la pérdida de funcionalidad de los viejos antivalores el problema principal. México necesita cultura de legalidad; requiere más inteligencia y menos viveza; más civismo y menos cinismo; solo así podrá construir una barrera moral entre sociedad y delito.

“Mientras algunos capos son tratados como estrellas mediáticas, no hay en México reconocimiento social a los policías y militares que cumplen su deber, cuando es el respeto de la sociedad lo que los dispone a aceptar sacrificios y les ayuda a que descubran que la honestidad es un valor rentable. Para controlar la violencia y mejorar la eficacia es indispensable ahora la reconstrucción y transformación ética de las instituciones de seguridad. Lograr esa reconstrucción es el reto para políticos, académicos, empresarios y toda la sociedad. Ese es el centro del debate, no las propuestas veladas de negociación con delincuentes, o la búsqueda de caminos fáciles para resolver un problema tan difícil”.

Ese debate, esa recuperación de los valores perdidos, esa necesidad inaplazable de vivir en paz pasa por la reforma integral del modelo político, del presidencialismo, pues la corrupción y la impunidad son el sostenimiento de esa figura que tanto daño ha hecho a México.

Impunidad que persiste y solapan los funcionarios públicos que encantados, seducidos por su propia inteligencia, insisten en establecer analogías absurdas, comparaciones imposibles de hacerse, porque a la sociedad no le interesa que en otras naciones haya más homicidios que en México, lo que le interesa es la paz social de este país, de ninguna manera la paz de los sepulcros.

Pero tienen la mirada puesta en otro lado, la ambición en la necesidad de retener la presidencia de la República; no se detendrán con nada, como lo hemos atestiguado en Guerrero y Baja California Sur, y como pronto atestiguaremos en Estado de México.

Anunciaron que hay panismo hasta por 30 años, cinco sexenios; van por tres más, aunque sobre la cabeza de los ciudadanos de a pie planee el fétido fantasma de Rodolfo Fierro, quien gozaba jalarle al gatillo para imponer su criterio. Lo demás es anécdota en la que los muertos empiezan a carecer de importancia, porque el costo de esta guerra para México va más allá de las posibilidades de la mayor riqueza de la nación: sus mujeres y hombres que trabajan para producir recursos fiscales que debieran producir bienestar, y no malestar e inseguridad; que trabajan para crear valores que las prácticas políticas desde el poder, destruyen.

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