“El Cisne Negro”

Rosario Manzanos

El ballet está de moda, y El Cisne Negro se ha convertido en una película detonadora de un nuevo interés por este arte, en particular por los clásicos que se consolidaron durante la época de Serguei Diaghilev.

La película es metáfora del éxito como la aniquilación del yo. El yo quiere controlar todo lo que le rodea a través de una errónea concepción de la perfección.

Nina (Natalie Portman) es una bailarina a quien se le da la oportunidad de interpretar al personaje dual de Odette-Odile en una nueva versión que se prepara dentro del New York City Ballet.

En el ballet original la trama indica que Odette es una jovencita hechizada por el terrible mago Rothbart, que sólo la deja tomar figura humana durante las noches. Todo sucede en un lago cristalino, en un bosque de pinos.

Sigfrido --un príncipe un tanto tarambana-- la encuentra ahí durante una noche de caza, bailan, se enamoran y él le hace un juramento de amor eterno.

Rothbart se da cuenta y hechiza a su propia hija Odile para que luzca en apariencia igual a Odette, pero con un temperamento sensual y seductor. Odile y su padre se presentan en una fiesta de la Reina Madre, y Odile vuelve loco de pasión a Sigfrido, que rompe su juramento de amor y con ello condena a muerte a Odette y, en ciertas versiones, a sí mismo.

Ballet romántico donde se plasma que la felicidad sólo se logra después de pasar el umbral hacia la muerte, El lago de los cisnes requiere de bailarinas virtuosas que puedan desempeñar la dualidad Odette-Odile, aunque en ocasiones dos bailarinas diferentes hacen el papel.

Así, la cinta nominada al Oscar utiliza al ballet sólo como un pretexto para contar otra historia que, para muchos, ha resultado inquietante, de atmósferas de gran suspenso y hasta terror.

El lado consciente versus inconsciente, rituales de pubertad y sangre, la sombra de uno mismo, el lóbulo derecho sin conexión con el izquierdo, los arquetipos, los mitos, todo esto es parte fundamental de El Cisne Negro.

Pero para los bailarines de ballet y en especial para las bailarinas, la película no desentraña el verdadero enigma del personaje. Porque para entender lo escondido de éste hay que conceptualizar que los propios bailarines son otro tipo de animales, no son seres ordinarios, sino cuerpos extraordinarios que se transforman a base de un esfuerzo físico extranormal y dentro de una estética muy rigurosa y a veces, para muchos, incomprensible.

Odette es sin duda el sinónimo de la pureza y Odile del deseo. Pero Odile lleva siempre una ventaja en el ballet y es el fragmento dancístico donde la bailarina, además de mostrar sus dotes interpretativas, debe de ser técnicamente superior a Odette. Odile tiene que hacer 32 fouettés (giros en aire lanzando la pierna hacia un lado), incluso ejecutar más a doble tiempo y cambiando de eje, no menos.

En la película, Natalie Portman hace su mejor esfuerzo y logra cuatro fouettés cuando mucho, su técnica es precaria y su port des bras (movimiento de brazos) lastimoso. Su cambré (movimiento de la columna hacia atrás) es limitado. Sus pies son débiles y su colocación endeble.

Poco creíble es también la repetición de los lugares comunes de las bailarinas bulímicas, anoréxicas y amargadas porque sus mamás querían ser intérpretes y proyectaron en ellas sus frustraciones, y para sacar a su demonio interior tienen que meterse tachas y entonces se vuelven lesbianas.

El coreógrafo genio, pero desquiciado sexual, la bailarina destituida que se convierte en una psicótica suicida y la competitividad artística son también lugares comunes gastados hasta la aburrición, a tal grado que hasta en A Chorus Line se siguen los mismos parámetros.

Sin embargo, los adolescentes amantes del cine gótico y de las sagas tipo Crepúsculo están encantados con este filme que no le hace justicia ni al ballet ni a los bailarines.

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