Carmen Aristegui puso la vara muy alta

Martha Anaya / Crónica de Política

Miguel Ángel Granado Chapa bajó la cabeza con tristeza y se quedó pensativo. Carmen Aristegui acaba de concluir la lectura de su comunicado en el pequeño salón de Casa Lam, atiborrado de periodistas nacionales e internacionales.

-¿Qué pasa?-, le pregunté.

-Puso la vara muy alta…-, respondió.

-¿(MVS) No van a aceptar reintegrarla?

-Los pone en una situación frágil porque demostraría que los presionaron.

-Entonces, ¿fue una mala propuesta?

-No, no; ella estuvo muy bien, pero…

El resto de la frase quedó en el aire ante el estruendo de vidrios rotos –un cuadro que cayó y se rompió—por el paso precipitado del enjambre de fotógrafos y camarógrafos que perseguían a la periodista en su rápida salida, evitando preguntas.

Afuera, tras las rejas del portón, un centenar de seguidores de Aristegui gritaba consignas y alzaba carteles contra Felipe Calderón, en el mismo tono de la manta mostrada por Gerardo Fernández Noroña en la Cámara de Diputados: “¡Carmen, sí; borrachos, no!”, “Carmen, perdónalo, estaba borracho, no sabía lo que hacía”, mientras las cámaras de Milenio-Televisión eran también acosadas al grito de “¡fuera! ¡fuera!”

Apenas treinta minutos transcurrieron entre su entrada y su salida de Casa Lam. Más que suficientes para concitar el silencio de los presentes, fijar su posición sobre la recesión de su contrato en MVS, señalar que se trataba de un “berrinche” presidencial, calificar de “coartada” la disculpa pública que le imponían –“un texto que ni siquiera había escrito”–, e intentar revertir la decisión de la empresa.
Sola ante una pequeña mesa, conteniendo la emoción en ocasiones con largos silencios, Carmen Aristegui responsabilizó directamente a la Presidencia de la República de su despido, rechazó haber roto el código de ética, alegó que lo que estaba de por medio era la renovación de concesiones a MVS, y acusó a los monopolios televisivos y poderes fácticos de querer apropiarse de la propia Presidencia.

Comenzó por calificar como un hecho “autoritario, desmedido e inaceptable” su despido: sólo en las dictaduras se castiga por cuestionar, por opinar, indicó, y a renglón seguido preguntó: “¿Qué clase de democracia es esta que por comentario editorial que irritó al gobernante se le corta la cabeza a quien opinó? ¿Por qué desde el poder político pueden llevar las cosas al extremo escalando el conflicto deliberadamente hasta lograr hacer las cosas imposibles tanto al empresario como a la periodista ocasionando la ruptura?”

La respuesta la dio ella misma: Se llegó a este extremo por el grado de vulnerabilidad en la que se encuentran quienes tienen concesiones; porque lo que debería ser técnico, jurídico, legal, es discrecional, y está sujeto a venia final y de quien a su vez presiona al Presidente. Lo que se resume en un hecho: “Te portas bien, te refrendo la concesión. Te portas mal, la detengo”.

Pero lo más grotesco y paradójico, siguió, es que quienes más se benefician con esta situación son los grandes monopolios, evitando la entrada de nuevos competidores. Y luego, apuntó hacia lo que considera más grave: el debilitamiento del Estado y sus instituciones, a través del chantaje y la intimidación, por parte de esos grandes poderes: “ya tienen telebancada; los sujetos reguladores son cooptados por los regulados…, quieren apropiarse de la propia Presidencia.”

Tal era, desde su perspectiva, el fondo del asunto.

¿Y ahora qué?, se preguntó.

Aceptemos que lo ocurrido no le va bien a nadie, expuso: Pierde MVS porque su independencia editorial queda en entredicho; pierde la Presidencia, de donde surgieron las exigencias; pierde la audiencia y perdemos todos.

Por ello “buscamos un camino sin claudicar y sin esperar que el otro se arrodille”. Joaquín Vargas “sabe que no transgredí el Código de ética”. Voy a plantearle una salida: “Que no le demos gusto a los que saborean este fracaso” ocasionado “por un berrinche presidencial”.

“Reconsideren”, pidió. El país no está para perder los espacios que hemos ganado.

“Hago un llamado a revertir los efectos de este hecho ignominioso”, insistió.

“Estoy dispuesta a regresar el lunes” si MVS retira el comunicado donde refiere que transgredí el código de ética y saca otro comunicado sobre mi integridad ética en el que ésta quede resarcida.

“Regresemos al aire y quedará evidenciado, tácitamente”, lo que realmente sucedió, invitó a la familia Vargas.

Para cerrar, Carmen Aristegui volvió sobre el punto del cuestionamiento al Presidente sobre el presunto alcoholismo y el derecho de los periodistas a preguntar en un régimen democrático: “¿Que acaso el presidente Clinton no tuvo que hablar del semen vertido en el vestido de una muchacha? ¿Es que la salud de la candidata presidencial Dilma Roussef no fue tema de debate Público? ¿Acaso las francachelas de Berlusconi no es una tema a debate en su país?”.

Y una última cita, de Oriana Fallaci, retomada por Jorge Ramos así: “No hay pregunta prohibida, no hay pregunta tonta, y hay que hacerla aunque sea por última vez”.

Carmen se levantó. Los periodistas corrieron tras ella. Miguel Ángel Granados Chapa, entristecido, bajó la cabeza. Estaba cierto que no habría grandeza del otro lado, y ella “puso la vara muy alta”.

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