Calderón

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

La semana parecía una especie de tormenta perfecta para el presidente Felipe Calderón. Un escándalo político-mediático detonado por un empresario, estalló contra su cuerpo en forma de crisis de comunicación. Un fallo de un juez provocó un incidente diplomático incendiario con Francia. Y una serie de declaraciones de altos funcionarios de Estados Unidos, exhibió debilidades en la estrategia de la lucha contra las drogas y su falta de consenso nacional para esa guerra.

Múltiples flancos se abrieron a la vez, con resortes fuera del control presidencial y en manos de terceros. Encima de todo, las heladas en Sinaloa provocaron la peor crisis agrícola en 50 años en el estado, amenazando cortar la cadena alimentaria básica de los mexicanos, junto con versiones en la prensa sobre nuevos ajustes en el gabinete político y de seguridad, que coronaron días que lucieron de zozobra para la figura del Presidente, vapuleada hasta la saciedad en redes sociales.

¿Alguien podría dudar que fue una semana de pesadilla? Seguramente muy pocos, incluidos colaboradores en la casa presidencial que reflejaban angustia y hasta cierto temor por la magnitud que había alcanzado la crítica pública. Sin embargo, en un segundo nivel, en medio de lo que proyectaba como desastre, también hubo, en una notable paradoja, la un Calderón engallado, en pleno control en la toma de decisiones políticas. Muchas de ellas, frente a los ojos de todos.

Empezó el viernes de la semana pasada, horas después de que la difusión de un rumor por radio generara una espiral de información, propaganda y activismo político, mezclado arbitrariamente sin matices ni diferencias donde la víctima principal era Calderón. La Secretaría del Trabajo tomó nota de un nuevo sindicato magisterial encabezado por enemigos añejos de la maestra Elba Esther Gordillo.

El acto habría pasado casi desapercibido de no ser porque esa información fue reciclada el domingo para que los medios, escasos de información por un puente vacacional, la difundieran ampliamente el lunes. De esa sutil forma -porque en política no hay coincidencias-, golpeó a la maestra, su vieja aliada política que ahora está en romance claro con el PRI, el día de su cumpleaños.

Entonces, en una sucesión de golpes mediáticos para librar escaramuzas políticas, movilizó a su gabinete como pocas veces se había visto en el sexenio.

Javier Lozano, el secretario de Trabajo, abrió fuego defendiendo en las redes sociales, su coliseo favorito, a su jefe y a la libertad de expresión garantizada -dijo- por este gobierno. Aún con el eco, disparó su pluma contra el lópezobradorista Alejandro Encinas, a quien descalificó como candidato al gobierno del estado de México, alegando con fundamentos legales y dialécticos que no cumplía con los requisitos de elegibilidad para la encomienda.

Ernesto Cordero, secretario de Hacienda, respondió en Miami los temores de uno de los jefes del Pentágono, sobre la posibilidad de que los cárteles de la droga se comieran al gobierno de Calderón. ¿Inseguridad en México? Volteen a ver sus propias calles en Miami y Detroit, atajó Cordero, donde hay más violencia que en cualquier ciudad mexicana. Luego, para tranquilizar a inversionistas, declaró a The Wall Street Journal que no había riesgo de inflación por el aumento de precios en los alimentos -pese a las heladas en Sinaloa-, y que a diferencia de otros países emergentes, no se tomarían medidas extraordinarias que alteraran los fundamentales de la economía.
Heriberto Félix, secretario de Desarrollo Social, fue despachado a Sinaloa para el tema de las heladas, y lo instruyeron a dar un reporte diario medios electrónicos, para difundir y diseminar toda la información posible de las gestiones del gobierno, acción que permitió establecer que en menos de 48 horas, de una crisis profunda terrible con campos congelados y paralizados, se logró reactivar la actividad productiva para impedir una crisis alimentaria.

Patricia Espinosa, la secretaria de Relaciones Exteriores, tímida por naturaleza, reaccionó con energía a los señalamientos desde Washington sobre los rezagos en la lucha contra las drogas y obtuvo del Departamento de Estado una rectificación sobre los dichos de los altos funcionarios, y en particular del subsecretario del Ejército que incendió la piel mexicana, con una disculpa por la ofensa incurrida. Con la espada en alto, respondió quid pro quo al gobierno francés que se inmoló en torno a la secuestradora Florence Cassez, y a cada acción diplomáticamente violenta del Quai D’Orsay, la reacción fue proporcionalmente equitativa.

En la sala de operación política, Calderón manejó los flancos abiertos en los niveles que iban más allá de la coyuntura mediática.

Tras el destape del senador Santiago Creel la semana previa, en televisión nacional, erigiéndose como el panista que levantó firmemente la mano para 2012, el presidente del PAN, Gustavo Madero, controló: no hay uno, sino 10 precandidatos de calidad para contender contra cualquier adversario que les pongan enfrente. En las noches en Los Pinos, Calderón instruía a diversos grupos de trabajo eliminar de cargos federales a cualquier funcionario en el país vinculado al PRI, cuyo trabajo pudiera ser encauzado con fines clientelares.

La tormenta perfecta quedó en el imaginario de la opinión pública que suele no ver muchas cosas aunque estén frente a sus ojos. Con un poco de distancia crítica, las cosas tuvieron otro balance. Calderón no estaba herido, humillado y arrodillado, como se le veía. En realidad, se pintó la cara para la guerra final en 2012.

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