Rubén Cortés
Alejandra Barrales avanzó esta semana en su carrera por la candidatura al GDF, al quitarse de encima uno de los negativos que tenía su proyecto: su vinculación a Martí Batres, cuya imagen de político vandálico, imperioso y atrancado no iba con el talante negociador de la Presidenta de la ALDF.
Batres, hombre de AMLO en el gabinete de Marcelo Ebrard, calificó de “retroceso” las reformas impulsadas por Barrales al código penal del DF para encarcelar a esposos o concubinos golpeadores porque “mujeres, niñas y niños quedarían desprotegidos”.
O sea, no importa que los hombres maltraten a las mujeres siempre que les den para el gasto y cuiden a los chicos.
Batres escribió a Barrales: “Le envío la presente con el objeto de llamar su atención a efecto de que no se contradigan y reviertan los avances que se han dado en el DF en materia de género a través de diversas legislaciones que la propia ALDF ha aprobado”.
Pero ella sacó la ley de manera unánime. Un gran éxito: por un lado, impuso su sello a la ley más progresista del país en favor de la mujer y, por el otro, las críticas de Batres demostraron que ya no coincide con Barrales.
Un rival menos, aun cuando en los planes de Ebrard no está Batres: ha reiterado en comidas con periodistas que el candidato a sucederlo está entre Barrales y su secretario de Educación, Mario Delgado.
En cambio, Delgado todavía no genera entusiasmo, pues le ganan los eventos propios de su cargo y no ha sabido estructurar una agenda de acercamientos que le permitan armar una precampaña plural y bien estructurada.
Delgado y su equipo parecen creer que todavía las elecciones se ganan sólo con el ánimo del gran elector, pero ya no es así: según avanza nuestra democracia, los aspirantes tienen que picar más piedra electoral, negociar con más grupos, cabildear, consensuar.
Y en eso Barrales le saca buen trecho: es conocida, tiene amplísima base social y sabe amarrar alianzas, cabildear y manejar muchedumbres, lo cual va de la mano con sus habilidades no sólo para saber controlar recursos, sino para encontrarles el destino exacto a la hora de buscar apoyos.
De todos modos, no habría que descartar que Ebrard busque otras opciones para no quedarse con una sola carta. Un escenario en el cual aparece el Procurador Miguel Ángel Mancera, quien ha demostrado buen manejo público y comunicacional.
Algunas tribus perredistas empiezan a fijarse en Mancera y a considerarlo seriamente para la sucesión, en la idea de que sería “el más ciudadano de los candidatos” y podría concitar una alianza con sectores amplios de la sociedad.
De modo que la pelea está entre ella y él.
Alejandra Barrales avanzó esta semana en su carrera por la candidatura al GDF, al quitarse de encima uno de los negativos que tenía su proyecto: su vinculación a Martí Batres, cuya imagen de político vandálico, imperioso y atrancado no iba con el talante negociador de la Presidenta de la ALDF.
Batres, hombre de AMLO en el gabinete de Marcelo Ebrard, calificó de “retroceso” las reformas impulsadas por Barrales al código penal del DF para encarcelar a esposos o concubinos golpeadores porque “mujeres, niñas y niños quedarían desprotegidos”.
O sea, no importa que los hombres maltraten a las mujeres siempre que les den para el gasto y cuiden a los chicos.
Batres escribió a Barrales: “Le envío la presente con el objeto de llamar su atención a efecto de que no se contradigan y reviertan los avances que se han dado en el DF en materia de género a través de diversas legislaciones que la propia ALDF ha aprobado”.
Pero ella sacó la ley de manera unánime. Un gran éxito: por un lado, impuso su sello a la ley más progresista del país en favor de la mujer y, por el otro, las críticas de Batres demostraron que ya no coincide con Barrales.
Un rival menos, aun cuando en los planes de Ebrard no está Batres: ha reiterado en comidas con periodistas que el candidato a sucederlo está entre Barrales y su secretario de Educación, Mario Delgado.
En cambio, Delgado todavía no genera entusiasmo, pues le ganan los eventos propios de su cargo y no ha sabido estructurar una agenda de acercamientos que le permitan armar una precampaña plural y bien estructurada.
Delgado y su equipo parecen creer que todavía las elecciones se ganan sólo con el ánimo del gran elector, pero ya no es así: según avanza nuestra democracia, los aspirantes tienen que picar más piedra electoral, negociar con más grupos, cabildear, consensuar.
Y en eso Barrales le saca buen trecho: es conocida, tiene amplísima base social y sabe amarrar alianzas, cabildear y manejar muchedumbres, lo cual va de la mano con sus habilidades no sólo para saber controlar recursos, sino para encontrarles el destino exacto a la hora de buscar apoyos.
De todos modos, no habría que descartar que Ebrard busque otras opciones para no quedarse con una sola carta. Un escenario en el cual aparece el Procurador Miguel Ángel Mancera, quien ha demostrado buen manejo público y comunicacional.
Algunas tribus perredistas empiezan a fijarse en Mancera y a considerarlo seriamente para la sucesión, en la idea de que sería “el más ciudadano de los candidatos” y podría concitar una alianza con sectores amplios de la sociedad.
De modo que la pelea está entre ella y él.
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