Barones de papel

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

En 1990, en vísperas de elecciones en el estado de México, la Secretaría de Gobernación emitió una recomendación a los medios: no importa lo qué pase, no pueden utilizar la palabra “fraude” en su cobertura. Independiente como siempre, Pepe Cárdenas, que conducía el noticiero matutino en Stereo 100, ignoró la petición. Habló de fraude con sus comentaristas políticos y desmenuzaron, a partir de la información que tenían, lo que había sucedido. Cuando se acababa la semana, uno de los dueños de la estación recibió una llamada. El secretario, Fernando Gutiérrez Barrios, le invitaba al siguiente lunes un café en su oficina.

El dueño nunca antes había recibido una invitación del secretario, y no le habían precisado el motivo de la cita. Qué pasó por su cabeza ese fin de semana sólo él lo sabe realmente. Pero tomó una decisión. Llegó con la charola con la cabeza de Cárdenas y varios de sus colaboradores. Despedidos ipso facto. Gutiérrez Barrios nunca tocó el tema de las elecciones mexiquenses.

La anécdota viene a la memoria por el despido de Carmen Aristegui de MVS, cuya opacidad en explicar lo sucedido metió al gobierno en un pantano, acusado de presionar para su salida de la empresa, y revivió la discusión sobre la relación de los medios con el poder. ¿Qué sucedió realmente? ¿Cómo el directivo de Stereo 100, le gritaron a Joaquín Vargas y entró en terror? Sólo el presidente de MVS lo sabe con exactitud.

Pero hay una mecánica que se ha mantenido a través de los años. Manuel Buendía, el columnista más influyente en el último medio siglo, escribió a fines de los 70s una columna en Excélsior que enardeció al entonces secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles. “Excélsior ha publicado un secreto de Estado”, le dijo amenazante Reyes Heroles al entonces director del diario, Regino Díaz Redondo. “Y si publican una segunda parte, Excélsior el Estado actuará con toda su fuerza”.

Buendía confió que Díaz Redondo lo llamó para contarle la amenaza de Reyes Heroles. “Pero don Manuel”, le dijo a Buendía, “si usted quiere que publiquemos la segunda parte, la publicamos. Tiene hasta la siete de la noche para decirme lo que quiera hacer”. Buendía envió otra columna.

Años después, indignados por la cobertura económica en El Financiero, uno de los más cercanos colaboradores del presidente Carlos Salinas le habló a su entonces dueño, Rogelio Cárdenas, y lo amenazó: “Si no dejan de criticar al gobierno, les quitamos la publicidad”. Cárdenas, siempre valiente tras su bonhomía, mantuvo la línea editorial del diario y soportó un largo boicot publicitario sin hacer aspavientos.

Lamentablemente no todos han actuado así a lo largo de los años. Hay medios que mantienen la dignidad y enfrentan presiones, y hay quienes se doblan y acatan recomendaciones. Hay quienes entregan cabezas por migajas de publicidad, y quienes las cortan porque ya no les son funcionales. Hay quienes las ofrecen en actitudes cortesanas, y quienes no resisten cuando les hablan fuerte. Hay también quienes enfrentan con inteligencia las presiones y reculan tácticamente sin arrodillarse.

Aquellos que mantienen la verticalidad no se ubican en el contingente de barones de la prensa más numeroso. En el grupo mayoritario se encuentran aquellos que cuando hablan con el poder no tratan de mayor acceso de información, ni tampoco expresan sus preocupaciones sobre los bajos niveles salariales, la seguridad de sus periodistas o la falta de estímulos fiscales para mejoras tecnológicas.

Hablan de sus aviones, de lo costoso que está la turbocina, de sus cavas, de sus apuestas en Las Vegas y sus viajes por el mundo. Hablan de tantas cosas que no tienen relación alguna con la profesión, los medios, el periodismo o las libertades, que las actitudes abyectas inspiran sólo desprecio.

Son los dueños de los medios mexicanos que un gesto los atemoriza, que un manotazo los intimida, que un grito los asusta. Son barones de papel y piernas enclenques, Qué desgracia. En casi 15 años de una creciente libertad de prensa, incompleta, deficiente y fallida si se quiere, todos han avanzado y madurado, menos ese grupo cada vez más rezagado y cada vez más despreciado con el que aún, desgraciadamente, hay que convivir.

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