Javier Sicilia
La eventual participación de Alejandro Encinas como candidato del PRD en las elecciones para la gubernatura del Estado de México ha vuelto a abrigar, en una gran mayoría de los ciudadanos, no sólo la expectativa de un verdadero resurgimiento de la izquierda en los comicios políticos de los próximos dos años, sino también la posibilidad, para 2012, de un cambio de rumbo en la deteriorada vida del país. Miembro del Partido Comunista, fundador del Partido Socialista Unificado de México, fino negociador, colaborador estrecho en el diseño del proyecto de nación que se elaboró para las elecciones de 2006 y que lo mejor del PRD ha ido retrabajando a lo largo de este aciago sexenio, Alejandro Encinas es una presencia inequívoca. Es también, a diferencia de lo que ha caracterizado a la dirigencia chuchista del PRD y sus últimos candidatos a las gubernaturas de los estados –seres pragmáticos y amorfos cuya única finalidad ha sido obtener el poder para evitar la llegada del PRI–, el resurgimiento de un proyecto político enclavado en la mejor tradición de la izquierda de nuestro país.
Sin embargo, por más transparente y clara que sea su presencia y su trayectoria, Encinas en sí mismo no significa nada. Encinas, como todo ser humano, está inserto en una comunidad y lo mejor de sus virtudes y de sus propuestas son poca cosa sin su apoyo. Para que Encinas y el proyecto que representa sean viables y puedan realmente crear una verdadera esperanza en la ciudadanía –no una simple expectativa como la que hasta ahora su posible candidatura ha despertado–, necesita, por parte del PRD, varias cosas tan difíciles como fundamentales: 1) que vaya, al margen de las alianzas, como el candidato de la izquierda a la gubernatura del Edomex –si Encinas o el PRD sucumben a la intoxicación pragmática y degenerada de Jesús Ortega, lo que Encinas significa hasta ahora se habrá borrado y su presencia se convertirá en una amiba más del organismo político–; 2) que su candidatura sea respaldada por las mayorías de los partidos y de las organizaciones de izquierda del país. Lo que implicaría que Jesús Ortega y el chuchismo salieran de la dirigencia del partido y su lugar fuera ocupado no sólo por alguien que, semejante a Encinas, tenga una presencia y una trayectoria inequívocas en las luchas de la izquierda, sino que además tenga a) la inteligencia y la capacidad negociadora para cohesionar y mantener unidas en sus diferencias a las diversas organizaciones de izquierda del país –incluyo en ellas al zapatismo y a los grupos guerrilleros; de los primeros habría que incluir muchas de las experiencias sociales y políticas de sus Caracoles–, b) la habilidad para unificar a todos alrededor de un equipo y de un candidato tan fuertes como inequívocos para los comicios presidenciales de 2012, y c) la fuerza y el consenso necesarios para acotar a los grandes oportunistas del poder que han destruido y dañado profundamente el sentido de lo que una buena política de izquierda significa; 3) que quienes juegan un papel fundamental para ocupar ese equipo y esa candidatura –pienso particularmente en AMLO y en Ebrard– se aboquen a presentar a la ciudadanía el proyecto de nación que han ido elaborando y dejen de lado el insulto, la denostación y la bravata, es decir, el lenguaje de la violencia –de la que todos estamos hasta la madre– contra sus adversarios.
Un verdadero triunfo político es aquel que se forja desde la humildad y con programas de gobierno sólidos, incluyentes y justos, con debates de altura alrededor de ellos, con un trabajo con la gente y desde las bases, y con el castigo a sus funcionarios corruptos.
Insultar, descalificar sin sustento, buscar la pasarela mediática a través del escándalo y la demagogia –un candidato no debe comprometer su palabra en lo que no puede cumplir–, hacer, en nombre de un puro pragmatismo, alianzas innaturales –sabemos que de la cruza de un caballo y de un burro sólo se obtienen mulas–, azuzar el resentimiento, rodearse de arribistas o de fanáticos, equivocar los tiempos políticos y alardear de triunfalismo es una buena forma de adquirir poder o de hundirse frente a las contracampañas mediáticas de los adversarios –esto último lo sabe AMLO en carne propia–, pero jamás una manera de vivir verazmente en el mundo político ni de gobernar.
Si el PRD y la izquierda no trabajan en esto –una posibilidad muy difícil, pero aún real–, no sólo la expectativa que puede abrirse a una verdadera esperanza con la eventual candidatura de Encinas, sino las largas jornadas que AMLO ha realizado a lo largo de los años para construir una verdadera base social y afinar un proyecto cada vez más sólido de nación, los grandes logros y contribuciones que la experiencia zapatista ha dado a la izquierda, y la vida que, en nombre de la justicia, han dado los mejores hombres y mujeres de este país, se irán al traste.
Si esto sucede, habrá que resignarse entonces a aceptar lo que ya en nuestra experiencia es un hecho, pero que nuestra esperanza humana se resiste a creer: que los partidos, al igual que las mafias del crimen organizado, son amibas políticas, es decir, seres sin forma que, enquistados en el organismo de la nación, lo tienen enfermo y lo llevarán a su muerte.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.
La eventual participación de Alejandro Encinas como candidato del PRD en las elecciones para la gubernatura del Estado de México ha vuelto a abrigar, en una gran mayoría de los ciudadanos, no sólo la expectativa de un verdadero resurgimiento de la izquierda en los comicios políticos de los próximos dos años, sino también la posibilidad, para 2012, de un cambio de rumbo en la deteriorada vida del país. Miembro del Partido Comunista, fundador del Partido Socialista Unificado de México, fino negociador, colaborador estrecho en el diseño del proyecto de nación que se elaboró para las elecciones de 2006 y que lo mejor del PRD ha ido retrabajando a lo largo de este aciago sexenio, Alejandro Encinas es una presencia inequívoca. Es también, a diferencia de lo que ha caracterizado a la dirigencia chuchista del PRD y sus últimos candidatos a las gubernaturas de los estados –seres pragmáticos y amorfos cuya única finalidad ha sido obtener el poder para evitar la llegada del PRI–, el resurgimiento de un proyecto político enclavado en la mejor tradición de la izquierda de nuestro país.
Sin embargo, por más transparente y clara que sea su presencia y su trayectoria, Encinas en sí mismo no significa nada. Encinas, como todo ser humano, está inserto en una comunidad y lo mejor de sus virtudes y de sus propuestas son poca cosa sin su apoyo. Para que Encinas y el proyecto que representa sean viables y puedan realmente crear una verdadera esperanza en la ciudadanía –no una simple expectativa como la que hasta ahora su posible candidatura ha despertado–, necesita, por parte del PRD, varias cosas tan difíciles como fundamentales: 1) que vaya, al margen de las alianzas, como el candidato de la izquierda a la gubernatura del Edomex –si Encinas o el PRD sucumben a la intoxicación pragmática y degenerada de Jesús Ortega, lo que Encinas significa hasta ahora se habrá borrado y su presencia se convertirá en una amiba más del organismo político–; 2) que su candidatura sea respaldada por las mayorías de los partidos y de las organizaciones de izquierda del país. Lo que implicaría que Jesús Ortega y el chuchismo salieran de la dirigencia del partido y su lugar fuera ocupado no sólo por alguien que, semejante a Encinas, tenga una presencia y una trayectoria inequívocas en las luchas de la izquierda, sino que además tenga a) la inteligencia y la capacidad negociadora para cohesionar y mantener unidas en sus diferencias a las diversas organizaciones de izquierda del país –incluyo en ellas al zapatismo y a los grupos guerrilleros; de los primeros habría que incluir muchas de las experiencias sociales y políticas de sus Caracoles–, b) la habilidad para unificar a todos alrededor de un equipo y de un candidato tan fuertes como inequívocos para los comicios presidenciales de 2012, y c) la fuerza y el consenso necesarios para acotar a los grandes oportunistas del poder que han destruido y dañado profundamente el sentido de lo que una buena política de izquierda significa; 3) que quienes juegan un papel fundamental para ocupar ese equipo y esa candidatura –pienso particularmente en AMLO y en Ebrard– se aboquen a presentar a la ciudadanía el proyecto de nación que han ido elaborando y dejen de lado el insulto, la denostación y la bravata, es decir, el lenguaje de la violencia –de la que todos estamos hasta la madre– contra sus adversarios.
Un verdadero triunfo político es aquel que se forja desde la humildad y con programas de gobierno sólidos, incluyentes y justos, con debates de altura alrededor de ellos, con un trabajo con la gente y desde las bases, y con el castigo a sus funcionarios corruptos.
Insultar, descalificar sin sustento, buscar la pasarela mediática a través del escándalo y la demagogia –un candidato no debe comprometer su palabra en lo que no puede cumplir–, hacer, en nombre de un puro pragmatismo, alianzas innaturales –sabemos que de la cruza de un caballo y de un burro sólo se obtienen mulas–, azuzar el resentimiento, rodearse de arribistas o de fanáticos, equivocar los tiempos políticos y alardear de triunfalismo es una buena forma de adquirir poder o de hundirse frente a las contracampañas mediáticas de los adversarios –esto último lo sabe AMLO en carne propia–, pero jamás una manera de vivir verazmente en el mundo político ni de gobernar.
Si el PRD y la izquierda no trabajan en esto –una posibilidad muy difícil, pero aún real–, no sólo la expectativa que puede abrirse a una verdadera esperanza con la eventual candidatura de Encinas, sino las largas jornadas que AMLO ha realizado a lo largo de los años para construir una verdadera base social y afinar un proyecto cada vez más sólido de nación, los grandes logros y contribuciones que la experiencia zapatista ha dado a la izquierda, y la vida que, en nombre de la justicia, han dado los mejores hombres y mujeres de este país, se irán al traste.
Si esto sucede, habrá que resignarse entonces a aceptar lo que ya en nuestra experiencia es un hecho, pero que nuestra esperanza humana se resiste a creer: que los partidos, al igual que las mafias del crimen organizado, son amibas políticas, es decir, seres sin forma que, enquistados en el organismo de la nación, lo tienen enfermo y lo llevarán a su muerte.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.
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