Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
La violencia en Guerrero es endémica. Pero lo que está sucediendo en vísperas de la elección para gobernador lo metió en una espiral extraña. No es sólo resultado de la anarquía, producto del desgobierno de casi seis años de administración de Zeferino Torreblanca, sino que hay una serie de ingredientes extraordinarios que se mezclan con la delincuencia organizada y esconden sus orígenes. ¿Cuáles son estos? No hay nada claro. Todas las partes se quejan de lo mismo y acusan a sus adversarios. Igualmente, todas las partes son víctimas de la violencia.
En Guerrero no hay parábolas ni metáforas estos días. En sus calles, ciudades, comunidades y sierras, la vida realmente no vale nada. El martes por la noche, el representante de la alianza de izquierda la Coalición Guerrero nos Une ante el Instituto Electoral de Guerrero, Guillermo Sánchez Nava, fue atacado tras intentar fotografiar a un grupo de jóvenes que arrancaban la propaganda de su candidato, Ángel Eladio Aguirre. Le fracturaron el cráneo y aún no se sabe si vivirá.
Días antes aparecieron en Acapulco 15 personas decapitadas, lo que fue asociado inmediatamente con el narcotráfico. Es cierto que desde 2005 los narcotraficantes utilizan ese método -aprendido en Vietnam y desplegado en Guatemala, donde los Kaibiles, las fuerzas de élite del Ejército, combatían de esa forma el apoyo social a la guerrilla- para proyectar terror, pero el monto de personas asesinadas de esa manera no tiene precedente y se sale del formato convencional.
Acapulco no es hoy una plaza que disputan los cárteles de la droga, y quienes desataron una guerra literalmente a muerte entre ellos, Edgar Valdés, “La Barbie”, y Sergio Villarreal, “El Grande”, del Cártel de los Hermanos Beltrán Leyva, se encuentran presos desde el año pasado. Para transmitir terror, en la lógica del método criminal, no se necesita elevar el número de decapitados. De hecho, cuatro cabezas en un mismo episodio había sido el máximo realizado; triplicar la cifra, en el contexto en el que se encuentra la guerra contra el narcotráfico en el estado, abre otras interrogantes. ¿A quién le interesa colocar tanta presión sociopolítica sobre Guerrero?
En la Montaña, actores electorales han dicho en privado que los habitantes de esas comunidades cuentan de las presiones y amenazas que tienen del narcotráfico, y las dificultades de la mayoría de los candidatos -no todos, ni del mismo partido-, para poder hacer campaña. En Tierra Caliente, operadores de cuando menos uno de los grandes partidos nacionales que están en competencia, reportaron a sus enlaces en la ciudad de México que estaban sometidos a mucho hostigamiento y que tenían temor por su vida.
Estas elecciones para gobernador en Guerrero no son como otras. Aunque la violencia siempre ha sido una constante, en esta ocasión parece desbocada y multiplicada. En el caso de Sánchez Nava, el dirigente estatal del PRD, Misael Medrano, señaló al PRI y al Partido Verde como los responsables del atentado, a partir de la acción -intento de tomar fotografías a brigadistas que saboteaban la propaganda del candidato de izquierda-, y la reacción – la golpiza que lo dejó semimuerto en la calle-. Los priístas tienen una percepción antagónica.
Manuel Añorve, candidato priísta a la gubernatura, dijo que el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, envió “ejércitos” de operadores al estado que “a generar violencia, y traen una estrategia de miedo que no vamos a permitir”. Añadió: “La guerra sucia ya inició… Pero preparémonos, porque van a intensificar, obviamente, los ataques”. Añorve se siente afectado en lo particular por la violencia en Acapulco, de la que fue alcalde hasta salir nominado como candidato a gobernador.
Durante su gobierno municipal, Añorve no pudo contrarrestar a la delincuencia organizada ni reducir la violencia. Siempre le adjudicó al gobierno federal esa deficiencia, pero este lunes el vocero gubernamental para los temas de seguridad pública, Alejandro Poiré, reaccionó ante los decapitados en Acapulco y enumeró entre los factores que escalaron esa violencia, a la ausencia de un gobierno local que contribuyera a frenarlo; es decir, el gobierno de Añorve.
La violencia tiene de cabeza a Guerrero, ampliando los márgenes de riesgo para los operadores políticos y los candidatos. No hay reglas y los fenómenos sociopolíticos añejos en el estado –líderes autoritarios, caciques, narcotráfico, proclividad a la violencia-, de la mano del abandono institucional, la debilidad de Torreblanca, la pasividad del PRD para meter al orden a sus cuadros y la crisis interna dentro del PRI que provocó el conflicto con Aguirre, dibujan el alto grado de conflictividad en Guerrero.
Lo cerrado de la elección –empate técnico desde hace varias semanas- contribuye ominosamente al deterioro y degradación de la vida pública. Y la muerte toca libremente la puerta en Guerrero. Es una desgracia a la que se llegó por la negligencia de tantos protagonistas que siguen pensando que la política es coyuntural y de corto plazo.
La violencia en Guerrero es endémica. Pero lo que está sucediendo en vísperas de la elección para gobernador lo metió en una espiral extraña. No es sólo resultado de la anarquía, producto del desgobierno de casi seis años de administración de Zeferino Torreblanca, sino que hay una serie de ingredientes extraordinarios que se mezclan con la delincuencia organizada y esconden sus orígenes. ¿Cuáles son estos? No hay nada claro. Todas las partes se quejan de lo mismo y acusan a sus adversarios. Igualmente, todas las partes son víctimas de la violencia.
En Guerrero no hay parábolas ni metáforas estos días. En sus calles, ciudades, comunidades y sierras, la vida realmente no vale nada. El martes por la noche, el representante de la alianza de izquierda la Coalición Guerrero nos Une ante el Instituto Electoral de Guerrero, Guillermo Sánchez Nava, fue atacado tras intentar fotografiar a un grupo de jóvenes que arrancaban la propaganda de su candidato, Ángel Eladio Aguirre. Le fracturaron el cráneo y aún no se sabe si vivirá.
Días antes aparecieron en Acapulco 15 personas decapitadas, lo que fue asociado inmediatamente con el narcotráfico. Es cierto que desde 2005 los narcotraficantes utilizan ese método -aprendido en Vietnam y desplegado en Guatemala, donde los Kaibiles, las fuerzas de élite del Ejército, combatían de esa forma el apoyo social a la guerrilla- para proyectar terror, pero el monto de personas asesinadas de esa manera no tiene precedente y se sale del formato convencional.
Acapulco no es hoy una plaza que disputan los cárteles de la droga, y quienes desataron una guerra literalmente a muerte entre ellos, Edgar Valdés, “La Barbie”, y Sergio Villarreal, “El Grande”, del Cártel de los Hermanos Beltrán Leyva, se encuentran presos desde el año pasado. Para transmitir terror, en la lógica del método criminal, no se necesita elevar el número de decapitados. De hecho, cuatro cabezas en un mismo episodio había sido el máximo realizado; triplicar la cifra, en el contexto en el que se encuentra la guerra contra el narcotráfico en el estado, abre otras interrogantes. ¿A quién le interesa colocar tanta presión sociopolítica sobre Guerrero?
En la Montaña, actores electorales han dicho en privado que los habitantes de esas comunidades cuentan de las presiones y amenazas que tienen del narcotráfico, y las dificultades de la mayoría de los candidatos -no todos, ni del mismo partido-, para poder hacer campaña. En Tierra Caliente, operadores de cuando menos uno de los grandes partidos nacionales que están en competencia, reportaron a sus enlaces en la ciudad de México que estaban sometidos a mucho hostigamiento y que tenían temor por su vida.
Estas elecciones para gobernador en Guerrero no son como otras. Aunque la violencia siempre ha sido una constante, en esta ocasión parece desbocada y multiplicada. En el caso de Sánchez Nava, el dirigente estatal del PRD, Misael Medrano, señaló al PRI y al Partido Verde como los responsables del atentado, a partir de la acción -intento de tomar fotografías a brigadistas que saboteaban la propaganda del candidato de izquierda-, y la reacción – la golpiza que lo dejó semimuerto en la calle-. Los priístas tienen una percepción antagónica.
Manuel Añorve, candidato priísta a la gubernatura, dijo que el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, envió “ejércitos” de operadores al estado que “a generar violencia, y traen una estrategia de miedo que no vamos a permitir”. Añadió: “La guerra sucia ya inició… Pero preparémonos, porque van a intensificar, obviamente, los ataques”. Añorve se siente afectado en lo particular por la violencia en Acapulco, de la que fue alcalde hasta salir nominado como candidato a gobernador.
Durante su gobierno municipal, Añorve no pudo contrarrestar a la delincuencia organizada ni reducir la violencia. Siempre le adjudicó al gobierno federal esa deficiencia, pero este lunes el vocero gubernamental para los temas de seguridad pública, Alejandro Poiré, reaccionó ante los decapitados en Acapulco y enumeró entre los factores que escalaron esa violencia, a la ausencia de un gobierno local que contribuyera a frenarlo; es decir, el gobierno de Añorve.
La violencia tiene de cabeza a Guerrero, ampliando los márgenes de riesgo para los operadores políticos y los candidatos. No hay reglas y los fenómenos sociopolíticos añejos en el estado –líderes autoritarios, caciques, narcotráfico, proclividad a la violencia-, de la mano del abandono institucional, la debilidad de Torreblanca, la pasividad del PRD para meter al orden a sus cuadros y la crisis interna dentro del PRI que provocó el conflicto con Aguirre, dibujan el alto grado de conflictividad en Guerrero.
Lo cerrado de la elección –empate técnico desde hace varias semanas- contribuye ominosamente al deterioro y degradación de la vida pública. Y la muerte toca libremente la puerta en Guerrero. Es una desgracia a la que se llegó por la negligencia de tantos protagonistas que siguen pensando que la política es coyuntural y de corto plazo.
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