Martha Anaya / Crónica de Política
Para el periodista guerrerense Tomás Tenorio Galindo, lo que acontece a unas semanas de las elecciones para la gubernatura en su tierra, es “reflejo de las ambiciones en disputa” y “campo de entrenamiento para la campaña presidencial”.
-Todo mundo metió ya las manos en Guerrero –comenta–, quieren hacerse del poder para tener una especie de reserva electoral (con vistas al 2012): Manlio Fabio Beltrones apoyando a Manuel Añorve; Marcelo Ebrard al candidato del PRD, Ángel Aguirre.
Autor del libro Un asesinato político. El homicidio del diputado Armando Chavarría y la nueva Guerra Sucia en Guerrero (Grijalbo 2010), Tomás Tenorio mira con angustia el ambiente político guerrerense: “las ambiciones se están desbordando –insiste—y la golpiza a Guillermo Sánchez Nava (representante de la coalición Guerrero nos Une, conformada por el PRD, PT y Convergencia ante el Instituto Electoral del Estado Guerrero) es reflejo de esas pasiones desbordadas”.
Faltan escasas dos semanas para la elección a gobernador –son el próximo 30 de enero– y “la contienda está muy cerrada”, afirma el periodista. Ciertamente se ha ido dando una tendencia favorable al PRI desde el 2008, recuperando ciudades importantes del estado, posiciones en el congreso local y federal, “pero yo no aventuraría un resultado hasta que se sumen los votos”.
En realidad, más que el resultado electoral en sí, a Tomás Tenorio le inquieta el futuro de Guerrero, un estado “que no ha conocido tregua en el derramamiento de sangre” desde los años setenta, los de la guerrilla de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, “y la implacable guerra sucia emprendida por el Estado” que aún no ha terminado.
Y no ha terminado, sostiene, no sólo porque los responsables de los excesos del poder y los verdugos de al menos 532 guerrerenses muertos y desparecidos en aquella época “gozan de plena impunidad”, sino porque los cacicazgos regionales y políticos “permanecen intactos, activos, inmunes al paso del tiempo”.
Si Guerrero fuera un país aparte, indica, “sería visto como lo fue Colombia en los años ochenta, como un territorio sin ley, sometido por las bandas criminales y los escuadrones de la muerte”.
El arribo del PRD al gobierno con Zeferino Torreblanca, en febrero del 2005, nada cambió. El primer gobernador de oposición al PRI se alió precisamente con los caciques priistas: René Juárez Cisneros y Rubén Figueroa Alcocer, responsabilizado por la Suprema Corte de Justicia por la matanza de Aguas Blancas, en 1995.
La transición se convirtió “en una continuidad cínica que reprodujo todos los males de los enclaves de poder presuntamente derrotado”.
El saldo sexenal de la violencia durante el primer gobierno de alternancia en Guerrero sumará alrededor de siete mil muertes. No es de extrañar. La estructura policiaca permaneció bajo el control de los policías del régimen priista, del “figueroismo”.
El 20 de agosto del 2009, sin embargo, las alarmas de la violencia política resonaron “brutalmente”, cuando fue asesinado al salir de su casa el diputado Armando Chavarría, líder del Congreso de Guerrero y el precandidato más fuerte, viable y seguro del PRD para suceder a Zeferino Torreblanca.
Su asesinato, indica Tomás Tenorio, “significó el torcimiento final de esa penosa tendencia democratizadora”, y su ausencia produjo el escenario ideal para los grupos de poder político y económico que siempre han estado.
Y aún así, con un priista y un ex priista contendiendo con siglas diferentes, la violencia no para. La explicación, como expone Tomás Tenorio, está no sólo en la elección para gobernador del 30 de enero, sino en el 2012: Guerrero es hoy el campo de entrenamiento de la elección presidencial.
Para el periodista guerrerense Tomás Tenorio Galindo, lo que acontece a unas semanas de las elecciones para la gubernatura en su tierra, es “reflejo de las ambiciones en disputa” y “campo de entrenamiento para la campaña presidencial”.
-Todo mundo metió ya las manos en Guerrero –comenta–, quieren hacerse del poder para tener una especie de reserva electoral (con vistas al 2012): Manlio Fabio Beltrones apoyando a Manuel Añorve; Marcelo Ebrard al candidato del PRD, Ángel Aguirre.
Autor del libro Un asesinato político. El homicidio del diputado Armando Chavarría y la nueva Guerra Sucia en Guerrero (Grijalbo 2010), Tomás Tenorio mira con angustia el ambiente político guerrerense: “las ambiciones se están desbordando –insiste—y la golpiza a Guillermo Sánchez Nava (representante de la coalición Guerrero nos Une, conformada por el PRD, PT y Convergencia ante el Instituto Electoral del Estado Guerrero) es reflejo de esas pasiones desbordadas”.
Faltan escasas dos semanas para la elección a gobernador –son el próximo 30 de enero– y “la contienda está muy cerrada”, afirma el periodista. Ciertamente se ha ido dando una tendencia favorable al PRI desde el 2008, recuperando ciudades importantes del estado, posiciones en el congreso local y federal, “pero yo no aventuraría un resultado hasta que se sumen los votos”.
En realidad, más que el resultado electoral en sí, a Tomás Tenorio le inquieta el futuro de Guerrero, un estado “que no ha conocido tregua en el derramamiento de sangre” desde los años setenta, los de la guerrilla de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, “y la implacable guerra sucia emprendida por el Estado” que aún no ha terminado.
Y no ha terminado, sostiene, no sólo porque los responsables de los excesos del poder y los verdugos de al menos 532 guerrerenses muertos y desparecidos en aquella época “gozan de plena impunidad”, sino porque los cacicazgos regionales y políticos “permanecen intactos, activos, inmunes al paso del tiempo”.
Si Guerrero fuera un país aparte, indica, “sería visto como lo fue Colombia en los años ochenta, como un territorio sin ley, sometido por las bandas criminales y los escuadrones de la muerte”.
El arribo del PRD al gobierno con Zeferino Torreblanca, en febrero del 2005, nada cambió. El primer gobernador de oposición al PRI se alió precisamente con los caciques priistas: René Juárez Cisneros y Rubén Figueroa Alcocer, responsabilizado por la Suprema Corte de Justicia por la matanza de Aguas Blancas, en 1995.
La transición se convirtió “en una continuidad cínica que reprodujo todos los males de los enclaves de poder presuntamente derrotado”.
El saldo sexenal de la violencia durante el primer gobierno de alternancia en Guerrero sumará alrededor de siete mil muertes. No es de extrañar. La estructura policiaca permaneció bajo el control de los policías del régimen priista, del “figueroismo”.
El 20 de agosto del 2009, sin embargo, las alarmas de la violencia política resonaron “brutalmente”, cuando fue asesinado al salir de su casa el diputado Armando Chavarría, líder del Congreso de Guerrero y el precandidato más fuerte, viable y seguro del PRD para suceder a Zeferino Torreblanca.
Su asesinato, indica Tomás Tenorio, “significó el torcimiento final de esa penosa tendencia democratizadora”, y su ausencia produjo el escenario ideal para los grupos de poder político y económico que siempre han estado.
Y aún así, con un priista y un ex priista contendiendo con siglas diferentes, la violencia no para. La explicación, como expone Tomás Tenorio, está no sólo en la elección para gobernador del 30 de enero, sino en el 2012: Guerrero es hoy el campo de entrenamiento de la elección presidencial.
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