Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
¿Quién es?, le preguntó recientemente un periodista a un político. Veían a un hombre chiquito -o parecía chiquito- envuelto en un abrigo de solapas levantadas y hombreras caídas con un celular pegado a su oreja, rodeado por nueve personas, en una especie de muégano, donde iba adelante un joven de paso rápido con un portafolio en la diestra, y otro atrás de todos, portando ambos armas para protegerlo. “Es Blake”, respondió, “José Francisco Blake”.
El cuarto secretario de Gobernación en la administración de Felipe Calderón, es muy diferente a sus antecesores. No se le conoce la pereza que contribuyó a la caída de Francisco Ramírez Acuña. Le falta la vivacidad y picaresca de Juan Camilo Mouriño que hacía valer su palabra como interlocutor eficaz del Presidente. Carece de la personalidad y firmeza de Fernando Gómez Mont, brioso incluso hasta con su jefe y con una voz propia e ideas bien plantadas.
Blake ni siquiera es aquél que conocieron como compañero de legislatura de Felipe Calderón en 2000-2003, miembro de la “burbuja” panista en San Lázaro y uno de los operadores que más buscaba el entonces líder de la bancada, cultivando la amistad que hoy lo tiene en Bucareli. El Blake de hoy en día es visto como un político opacado, abrumado por la realidad, empequeñecido en la silla por la que han pasado algunos de los más finos políticos mexicanos, cuyos retratos cuelgan de la antesala de su despacho, incapaz de tener una posición propia.
“Todo lo tiene que consultar siempre con su jefe”, dijo un político. “No dice nada que no le diga Calderón”. Pero definitivamente, debe haber muchas cosas que hace y dice en forma autónoma de su jefe.
Por ejemplo, hace unos días rechazó que la polarización política en México fuera por culpa del gobierno federal, en el preciso momento que se difundía una averiguación previa -que por ley deben ser secretas y resguardas por la PGR-, donde un testigo protegido -de la PGR-, acusaba a Manuel Añorve, candidato del PRI al gobierno de Guerrero, de haber recibido dinero del narcotráfico, que provocó un airado conflicto entre el PRI y el gobierno en vísperas de la elección.
Recientemente cabildeó la exigencia del Presidente que se concretara la cédula de identidad, y no supo explicar el porqué el PAN, que tanto la quería ahora, la había vetado cuando el último gobierno priísta la propuso. Tampoco pudo aclarar a varios interlocutores cuál sería la diferencia con la credencial de elector del IFE. Blake reculó y les dijo que no sería para mayores de edad, y como siguieron cuestionándolo, les aclaró que ya no sería obligatorio, sino voluntario.
Varios políticos ven a Blake como un cero a la izquierda en la política nacional, porque vuelan los problemas frente a sus ojos sin que los resuelva. En su beneficio es que tiene tan poco crédito y respetabilidad entre los políticos de oposición, que tampoco le transfieren culpa o responsabilidad alguna; saben que darle más tiempo del que marca el protocolo político, es un desperdicio.
Hace unos días se reveló también que el CISEN había autorizado al FBI interrogar a indocumentados sobre territorio mexicano, y cuando arreciaron las críticas, nadie se acordó que la agencia de inteligencia depende de Blake. Cuando en ese mismo episodio el actual comisionado del Instituto Nacional de Migración, Salvador Beltrán del Río, negó la veracidad de la información, la ex comisionada, Cecilia Romero, lo desmintió. El Instituto depende también de Gobernación, pero Blake guardó silencio mientras el resto debatía en el pantano de las contradicciones.
Blake era una esperanza para Calderón, quien tres veces anteriores le había ofrecido trabajar a su lado. Primero, como jefe la Oficina de la Presidencia, cuando arrancaba su sexenio, pero declinó. Luego, lo consideró como relevo de Mouriño en Gobernación tras su trágico accidente, y lo hizo a un lado. Después lo propuso para relevar a Eduardo Medina Mora como procurador general, pero lo vetaron en el Senado.
Blake era el secretario de Gobierno en Baja California cuando recibió la cuarta oferta, lo que lo salvó localmente. Era el jefe político del grupo local “Los Rojos”, el estratega electoral del gobernador José Guadalupe Osuna Millán y el operador del PAN estatal para los comicios del 4 de julio pasado. En el estado más panista de todos del país, Blake llevó al partido al desastre. Por primera vez desde que en los llegaron al poder en los 90s, el PAN fue aplastado. El PRI le arrebató los cinco municipios y la mayoría de las 21 diputaciones del Congreso local.
Pese a ello, Calderón lo hizo su hombre en la política interior. Blake no tiene discurso y suele meterse en asuntos de otros secretarios. Uno de los temas recurrentes es el de la seguridad. “De eso -dijo uno de los expertos del gobierno-, no sabe nada”. El hombre al cual Calderón le confió todo para que le quitara problemas de encima, quedó muy lejos de la expectativa.
Cuando llegó a Gobernación, tardó poco en deshacerse de Roberto Gil, el subsecretario que aspiraba el cargo de encargado de despacho, y lo despidió. Gil, herido, contendió por la presidencia del PAN, en un esfuerzo que le valió el reconocimiento de muchos panistas. Entre ellos el Presidente, quien en los ajustes de su equipo a principio de año, lo nombró su secretario particular y le encargó la tarea de la relación política de Los Pinos. No era necesario decirle a Blake que sus servicios, como originalmente se le habían solicitado, ya no serían requeridos.
Pero el secretario no dio señales de inmutarse. ¿Qué hubiera hecho usted si el Presidente le hace lo mismo?, le preguntó un periodista a un ex secretario de Gobernación. “Renuncio”, dijo de inmediato. No fue el caso del bajacaliforniano.
¿Quién es?, le preguntó recientemente un periodista a un político. Veían a un hombre chiquito -o parecía chiquito- envuelto en un abrigo de solapas levantadas y hombreras caídas con un celular pegado a su oreja, rodeado por nueve personas, en una especie de muégano, donde iba adelante un joven de paso rápido con un portafolio en la diestra, y otro atrás de todos, portando ambos armas para protegerlo. “Es Blake”, respondió, “José Francisco Blake”.
El cuarto secretario de Gobernación en la administración de Felipe Calderón, es muy diferente a sus antecesores. No se le conoce la pereza que contribuyó a la caída de Francisco Ramírez Acuña. Le falta la vivacidad y picaresca de Juan Camilo Mouriño que hacía valer su palabra como interlocutor eficaz del Presidente. Carece de la personalidad y firmeza de Fernando Gómez Mont, brioso incluso hasta con su jefe y con una voz propia e ideas bien plantadas.
Blake ni siquiera es aquél que conocieron como compañero de legislatura de Felipe Calderón en 2000-2003, miembro de la “burbuja” panista en San Lázaro y uno de los operadores que más buscaba el entonces líder de la bancada, cultivando la amistad que hoy lo tiene en Bucareli. El Blake de hoy en día es visto como un político opacado, abrumado por la realidad, empequeñecido en la silla por la que han pasado algunos de los más finos políticos mexicanos, cuyos retratos cuelgan de la antesala de su despacho, incapaz de tener una posición propia.
“Todo lo tiene que consultar siempre con su jefe”, dijo un político. “No dice nada que no le diga Calderón”. Pero definitivamente, debe haber muchas cosas que hace y dice en forma autónoma de su jefe.
Por ejemplo, hace unos días rechazó que la polarización política en México fuera por culpa del gobierno federal, en el preciso momento que se difundía una averiguación previa -que por ley deben ser secretas y resguardas por la PGR-, donde un testigo protegido -de la PGR-, acusaba a Manuel Añorve, candidato del PRI al gobierno de Guerrero, de haber recibido dinero del narcotráfico, que provocó un airado conflicto entre el PRI y el gobierno en vísperas de la elección.
Recientemente cabildeó la exigencia del Presidente que se concretara la cédula de identidad, y no supo explicar el porqué el PAN, que tanto la quería ahora, la había vetado cuando el último gobierno priísta la propuso. Tampoco pudo aclarar a varios interlocutores cuál sería la diferencia con la credencial de elector del IFE. Blake reculó y les dijo que no sería para mayores de edad, y como siguieron cuestionándolo, les aclaró que ya no sería obligatorio, sino voluntario.
Varios políticos ven a Blake como un cero a la izquierda en la política nacional, porque vuelan los problemas frente a sus ojos sin que los resuelva. En su beneficio es que tiene tan poco crédito y respetabilidad entre los políticos de oposición, que tampoco le transfieren culpa o responsabilidad alguna; saben que darle más tiempo del que marca el protocolo político, es un desperdicio.
Hace unos días se reveló también que el CISEN había autorizado al FBI interrogar a indocumentados sobre territorio mexicano, y cuando arreciaron las críticas, nadie se acordó que la agencia de inteligencia depende de Blake. Cuando en ese mismo episodio el actual comisionado del Instituto Nacional de Migración, Salvador Beltrán del Río, negó la veracidad de la información, la ex comisionada, Cecilia Romero, lo desmintió. El Instituto depende también de Gobernación, pero Blake guardó silencio mientras el resto debatía en el pantano de las contradicciones.
Blake era una esperanza para Calderón, quien tres veces anteriores le había ofrecido trabajar a su lado. Primero, como jefe la Oficina de la Presidencia, cuando arrancaba su sexenio, pero declinó. Luego, lo consideró como relevo de Mouriño en Gobernación tras su trágico accidente, y lo hizo a un lado. Después lo propuso para relevar a Eduardo Medina Mora como procurador general, pero lo vetaron en el Senado.
Blake era el secretario de Gobierno en Baja California cuando recibió la cuarta oferta, lo que lo salvó localmente. Era el jefe político del grupo local “Los Rojos”, el estratega electoral del gobernador José Guadalupe Osuna Millán y el operador del PAN estatal para los comicios del 4 de julio pasado. En el estado más panista de todos del país, Blake llevó al partido al desastre. Por primera vez desde que en los llegaron al poder en los 90s, el PAN fue aplastado. El PRI le arrebató los cinco municipios y la mayoría de las 21 diputaciones del Congreso local.
Pese a ello, Calderón lo hizo su hombre en la política interior. Blake no tiene discurso y suele meterse en asuntos de otros secretarios. Uno de los temas recurrentes es el de la seguridad. “De eso -dijo uno de los expertos del gobierno-, no sabe nada”. El hombre al cual Calderón le confió todo para que le quitara problemas de encima, quedó muy lejos de la expectativa.
Cuando llegó a Gobernación, tardó poco en deshacerse de Roberto Gil, el subsecretario que aspiraba el cargo de encargado de despacho, y lo despidió. Gil, herido, contendió por la presidencia del PAN, en un esfuerzo que le valió el reconocimiento de muchos panistas. Entre ellos el Presidente, quien en los ajustes de su equipo a principio de año, lo nombró su secretario particular y le encargó la tarea de la relación política de Los Pinos. No era necesario decirle a Blake que sus servicios, como originalmente se le habían solicitado, ya no serían requeridos.
Pero el secretario no dio señales de inmutarse. ¿Qué hubiera hecho usted si el Presidente le hace lo mismo?, le preguntó un periodista a un ex secretario de Gobernación. “Renuncio”, dijo de inmediato. No fue el caso del bajacaliforniano.
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